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La vida es una gran marcha cicloturista. Dura y exigente, pero también tremendamente bonita. Cada uno se enfrenta a ella “como quiere”, aunque a menudo mande el “cómo puede”. A menudo, imprevistos o situaciones no deseadas se llevan al traste nuestros objetivos y planes, y entonces llega el modo supervivencia, para llegar al final de la mejor manera posible.

Algunos eligen disputarla a tope, pelear por estar en cabeza, superarse y no perder rueda de nadie: es una competición para ellos. Es una opción, pero puestos a elegir, soy más de aquellos a los que les gusta exigirse, pero sin olvidarse de disfrutar de cada kilómetro, del entorno y de la gente.

Una marcha puede ser una metáfora de nuestras vidas en las que, aunque el cuerpo, y probablemente la cabeza, siempre piden más, a veces es mejor frenar, parar, pensar y rodar en nuestro sitio.

Vivimos todo demasiado deprisa,de manera estresante en muchas ocasiones. Queremos estar en todo y a todo, y aunque parezca un paso atrás para mi nunca perderán importancia esas “viejas costumbres” que al fin y al cabo son la esencia de nuestros valores. El hecho de que los tiempos cambien no significa que tengamos que romper con todo. Hay cosas que fueron buenas hace 100 años, lo son ahora y lo serán dentro de otros 100. Ser “modernos” no es romper con todo, es tener la mente abierta y saber evolucionar. En la vida saber marcar pausas y saborear cada momento es clave y esto vale para «modernos y antiguos».
Mientras que de alguna manera, sepamos parar el tiempo, marcar el ritmo de nuestras vidas, tener ilusión y pasión por lo que hacemos, seguiremos en la ruta adecuada.

En la vida como en la bici, hay que vivir intenso, pero no rápido. El final siempre va a ser el mismo y la única opción válida es disfrutar en el camino. Parar no es retroceder. Las cosas que más valen,casi siempre las tenemos muy cerca. Solo es cuestión de poder verlas.

Foto: Grimselpass. Andoni Epelde/Ziklo