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Cuando un jovencísimo Alberto Contador comenzó a despuntar con un estilo inconfundible e intransferible, inmediatamente me vino a la memoria la semejanza física con otro corredor con el que curiosamente compartía su segundo apellido, Velasco, y también la procedencia, la comunidad de Madrid: pinteño uno, de Torrelaguna el otro. Apariencia física parecida, morenos, de piel curtida, estatura media, ni muy bajos ni muy altos, y escaladores naturales de pura raza, de genética, nacidos para escalar montañas. El problema y la tragedia es que para Antonio Martín Velasco, la posibilidad de conquistar montañas y con ellas nuestros corazones, se le terminó un fatídico 11 de febrero de 1994 (hace hoy 25 años).

Hoy, 25 años después, me acuerdo perfectamente dónde me encontraba en el momento en que me enteré de la noticia. No tengo un diario personal que me lo recuerde, pero la noticia me impactó de tal manera, que no me hace falta. Acababa de llegar a casa tras un largo día de la universidad y rebobiné la cinta de vídeo con la grabación del final de etapa de la Vuelta a Andalucía, etapa que terminaba en la estación de esquí de Sierra Nevada. No era habitual un final tan exigente en este tipo de vueltas menores, pero ese año la organización decidió fijar un final a casi 2.500 m de altitud. Me puse a ver la etapa con calma y recuerdo que estaban llegando a la estación de esquí y Stefano della Santa, un gran escalador italiano, acababa de demarrar. Al comentarista, que no era otro que el malogrado Pedro González, se le entrecorta la voz y se le escapa el nombre de Antonio Martin para referirse a un corredor. Pide inmediatamente disculpas por el error, pero hace referencia a las terribles noticias que le estaban llegando en directo y que hablaban del fallecimiento del corredor en un accidente de tráfico mientras entrenaba. El corazón me dio un vuelco: no me podía creer lo que acababa de escuchar.

En aquella época no había redes, no había internet, pero las radios y los telediarios abrían con la noticia. Un camión no respetó la distancia de seguridad con el corredor y con el retrovisor derecho impactó en la cabeza del ciclista, que fiel a aquella época no llevaba casco mientras entrenaba, algo habitual en aquel tiempo. El shock y la conmoción fueron terribles. El madrileño apenas llevaba dos temporadas en profesionales, pero ya había dado muestras de su enorme calidad terminando como mejor joven del Tour de Francia de 1993. Era un hombre Tour sin ningún género de dudas, de los que le iban los recorridos duros y de gran desgaste. Pese a una juventud insultante, un fondista con una calidad inmensa y con todo el potencial por mostrar. No he visto una irrupción igual en profesionales desde que aparecieron ese mismo año Eugeny Berzin y Marco Pantani en el Giro de Italia de 1994.

También fue curiosa la primera imagen que vi de Antonio Martin y he buscado las imágenes en más de una ocasión, porque fue en una ascensión que vi en directo. Concretamente corresponden a la etapa reina de la Volta a Catalunya del 92, que ascendía un puerto durísimo Vallter 2000. En aquel tiempo, la Volta se disputaba en agosto, y contó con una participación de lujo. Tony Rominger que había vencido en la Vuelta a España y Miguel Indurain, que venía de hacer el doblete Giro-Tour, tomaron parte en la Volta. Los dos se vieron sorprendidos en la crono individual por otra joven promesa que daría que hablar en el futuro, Alex Zulle, que vestía de líder. Si Miguel quería vencer la Volta tenía que ser agresivo en montaña y atacar, pero el que lo hizo fue Rominger, con un ritmo de locos desde abajo que hizo que todo el pelotón saltara en pedazos. Rominger ascendía con un ritmo prodigioso. Indurain con la boca abierta y gesto de indudable sufrimiento se soldó a su rueda, y haciendo la goma a tres metros, pero aguantando el ritmo de los dos, un chaval de 22 años del Amaya de nombre Antonio Martin.

Tras ver esa etapa y el destrozo que el dúo cabecero realizó, desde ese mismo día tuve claro que Rominger sería el gran rival de Miguel en el Tour del 93. No me equivoqué, así lo fue, y creo que Javier Mínguez algo vería también ese día porque Antonio Martín no debutó en una gran prueba ni en el Giro ni en la Vuelta, sino que lo hizo en Francia y cuando el Tour era el Tour (mirad por favor aquella edición y las etapas que tuvo en desnivel y kilometraje). Y eso que se libraron de la peor de todas ellas por un problema con el col de Pailhères.

Es imposible saber a día de hoy hasta dónde hubiese llegado Antonio Martin: el destino, tan cruel a veces nos privó de ello. Desde aquí queremos dar cumplido homenaje a un ciclista irrepetible al que no pudimos ver más que un par de años, pero que nos dejó una huella imborrable y una eterna sonrisa. ¡D.E.P. Antonio!

Por Rubén Berasategui

Foto: Tour 1993. Tourmalet. Archivo Tour