A veces me gusta empezar los textos por el final y hoy es uno de esos días. Salgo muy satisfecho de la entrevista con nuestro protagonista de hoy. He aprendido cosas de alguien que veo que está en constante aprendizaje. Muchos podrían pensar que si has sido ciclista profesional y de los buenos, porque Juanma Garate ha sido muy bueno, poco te queda por aprender. Pero en las dos horas que ha durado esta agradable entrevista, he visto que nuestro protagonista no da nada por hecho y además ha hecho hincapié en más de una ocasión en algo que yo, que también he sido en su día entrenador, siempre he considerado fundamental: un director deportivo, un entrenador, al final lo que hace es gestionar personas. Esto lo podemos llevar a cualquier ámbito de la vida, no solo el deportivo, pues sirve también para la empresa. Ha dado detalles y ha mostrado preocupaciones e inquietudes que me llevan a afirmarlo sin ningún género de dudas. La preparación del corredor, el estudio del recorrido de una carrera, son sin duda otro de sus quehaceres diarios, pero por muy bien que lo hagas, si no prestas especial atención a lo fundamental, tu trabajo siempre se quedará cojo, como la mesa a la que le falla una de las patas, por muy robusta que se vea.
Nuestra entrevista ha tocado su faceta de corredor y su faceta de director y cómo llegó a ella. En la primera hemos querido centrarnos en sus principales victorias y que nos cuente algo de ellas, sin hacer un repaso por su trayectoria que ha sido muy extensa y completa. En la segunda, iba con una idea en mente, pero la propia entrevista me ha llevado a otros enfoques que me han hecho girar a mí también centrándonos en esos aspectos en lugar de los que tenía preparados. Espero que os guste y descubráis como yo aspectos que no conocíamos de Juanma Garate, que parece de entrada alguien serio y reservado, pero que en la corta distancia se muestra muy bromista y bastante más extrovertido de lo que imaginaba.
Ciclista
Garate fue corredor profesional entre los años 2000 y 2014. Curiosamente siempre en equipos extranjeros, firmando su primer contrato con el Lampre italiano.
¿Cómo es eso? ¿No había sitio para los buenos corredores aficionados?
En aquel tiempo la verdad es que sí que lo había, pero el año que yo pasé a profesionales que fue a finales de 1999 de cara a la temporada 2000, el equipo profesional Seguros Vitalicio desapareció. Manolo Saiz, director del equipo ONCE llevó a su equipo a unos cuantos de estos corredores, y las puertas del equipo filial, Iberdrola, que es donde yo corría, se cerraron para muchos de nosotros. Jose Mari Eceiza, organizador de pruebas y por tanto alguien con muchos contactos, me echó un cable y habló de mí a directores extranjeros. Habiendo ganado dos veces Gorla, una de las carreras más importantes del campo aficionado y que termina en subida, y habiendo sido campeón de Euskadi de crono, el dato no pasó desapercibido para Pietro Algeri, director deportivo del Lampre, interesándose por mí.
Vamos que de golpe y porrazo acabas en las filas de una de las escuadras italianas más fuertes del momento.
Así es. Cuando Jose Mari me preguntó a qué equipo me gustaría ir, respondí sin dudarlo que al Lampre. Cuando se hizo realidad, mi alegría era inmensa: unos colores con los que me sentía identificado.
Y con Gilberto Simoni de líder. ¿Cómo es?
Un buen tío.
Juanma pertenece al selecto club de corredores con victorias en las tres grandes vueltas por etapas. ¿Son estas tus victorias más importantes?
Por repercusión e importancia sin duda, junto con la del Campeonato de España de ruta en 2005.
¿Por qué es tan importante el Nacional de 2005?
Acababa de fallecer un amigo y a la vez presidente de mi peña, Aitor Rodríguez. Quería dedicarle algo importante. Andaba bien y me metí en una fuga numerosa de unos 15 corredores. En un momento hice un movimiento y solo me siguió Mancebo de Banesto. Lo cual era bueno, porque los Banesto en los nacionales siempre eran mayoría y si llevaban alguien por delante podían darlo por bueno atrás. Me la jugué con Paco y conseguí ganar y dedicar este importante triunfo. Supuso mucho para mí
Se supone que siendo campeón nacional llegabas a tope al Tour de ese año.
Sí, pero no se me dio bien. Tuve muchos problemas físicos que derivaron en una segunda operación de rodilla.
¿Segunda operación?
Así es. En 2002 en una carrera, dos motos se tocaron y me golpeé con el espejo de una de ellas haciéndome un boquete en la rodilla. Tuve que operarme y la operación no salió bien: me dañó el tendón del cuádriceps. Perdí chispa que jamás volví a recuperar.
Un momento, me estás diciendo que eso fue en 2002 y que jamás volviste a tener tu nivel inicial.
Sí, las rodillas se me bloqueaban y tenía muchos problemas. Solucioné el tema en parte con la segunda operación y con unas cuñas en las calas.
Pero solo en parte.
Así es (se encoge de hombros).
Creo, y esto es cosecha propia, que no conocimos el nivel al que Garate, 4º en todo un Giro de Italia en 2002 con 26 años y tan solo dos temporadas en el campo profesional hubiera podido llegar.
Vamos con tus victorias en las tres Grandes. La primera no se hizo esperar mucho, en 2001 ganas en la Vuelta en Vinarós.
Cierto. Fue una victoria en la que le debo mucho al entonces compañero de equipo Mariano Piccoli, todo un referente para mí recién llegado al profesionalismo por su amplia trayectoria.
Me insistió y me animó a coger y luchar por la fuga. Él estaba convencido de que aquel día la escapada tenía muchas posibilidades de llegar. Hay gente que lo ve, tiene experiencia, intuye cómo marcha la carrera, el líder, el equipo de este, y sabe que hay jornadas más propicias que otras para intentar fugas.
¿Qué recuerdas?
Yo iba a cola de salida, como si la cosa no fuera conmigo. Me echó una buena bronca para que fuera con él hacia adelante. Tal y como había previsto Mariano, se formó una fuga de nivel y que caminaba. El pelotón y el equipo del líder dejaron hacer, pues al día siguiente había montaña. En un momento dado Piccoli se me acerca y me dice que no tenía piernas “gamba di legno” y que tenía que rematar yo, porque él no se veía. Me puse nervioso, me pasó el testigo y la responsabilidad. Estuve muy atento y conseguí marcharme con Juan Carlos Domínguez. Confié en mi sprint (yo en aquel tiempo era muy rápido) y, pese a que la rueda me patinó, pude levantar los brazos por primera vez en mi carrera.
La del Giro de Italia tardó en llegar, 2006.
La del Giro fue la más buscada, la carrera de tres semanas donde mejores resultados he tenido y donde hasta aquel día, salvo el primer lugar, había tocado todos los demás puestos. Por ejemplo recuerdo una etapa que terminaba en Ortisei en 2005 donde me enfadé muchísimo conmigo mismo por no haberla ganado. Íbamos cuatros escapados y todos eran de mucho nivel, pero yo llevaba unas piernas tremendas: Iván Parra, José Rujano, que eran del mismo equipo, Caucchioli y yo. Hablé con este último y le dije que no nos pisáramos la manguera entre nosotros, que les vigiláramos y dejáramos saltar a uno y lo mantuviéramos a distancia, para que de ese modo pudiéramos tenerlo controlado y se desgastara. Saltó Parra y le dejamos marchar. Cuando llegó el momento de tenerlo a raya Caucchioli no tiró, y para cuando reaccioné ya era tarde. Me dio una rabia inmensa, porque tenía muy buenas piernas aquel día.
¿Qué te dijo en meta?
Que no podía, que iba muy justo.
Podía habértelo dicho antes.
Ya te digo.
Por fin en 2006 cumples el viejo sueño.
Ya lo creo y costó. Costó lo suyo, porque el tema viene de atrás.
Cuéntanos.
Al Giro, ya sabéis, que le gusta meter toda la traca en la semana final y más concretamente en las etapas finales (asentimos). Restaban tres etapas de altísima montaña a cada cual más dura. En la primera me reboté mucho con Iván Basso.
¿Con Basso?
Sí, iba de líder y no me dejaba marchar sin ser peligroso para la general. Cada vez que arrancaba saltaba un compañero suyo y me neutralizaba. Recuerdo que al coronar un puerto ya no pude aguantarme más y me dirigí a él y de no muy buenas formas le dije que a ver qué pasaba. No me respondió, me hizo un gesto como diciéndome que empezaba la bajada y que no quería ni abrir la boca para no enfriarse.
Vaya con la Maglia Rosa.
Me encendió aún más. Recuerdo que me fui al hotel calentito. Al día siguiente teníamos otro maratón en las Dolomitas que acababa en el puerto de San Pellegrino. Esa noche mi mujer me había enviado un fax diciéndome que esperábamos un hijo. Yo estaba loco por ganar. En la reunión del equipo, el director nos dice que había que guardar fuerzas de cara al día siguiente que subíamos Gavia y Mortirolo. Yo le respondí que no lo veía. Esa etapa siempre era para los de la general, y que de hacer algo tenía que ser hoy.
¿Qué te respondió?
Me dijo que él no lo veía así, pero me dio carta libre para hacer lo que quisiera. Menos mal que por ahí andaba Bettini, con mucho peso dentro del equipo, que me dijo que él lo veía igual y que se iba conmigo. En la reunión previa a la etapa dijo que él se fugaba conmigo.
¿Y cómo fue la etapa?
Espera, espera. En la línea de salida se me acerca la hermana de Basso y me dice que su hermano estaba esperando familia, que se había enterado ayer y que hoy quería dedicarle el triunfo a su futuro hijo.
¿Y qué pintaba la hermana de Basso allí?
Era una modelo despampanante y siempre andaba por ahí en las salidas y llegadas. Además, con su hermano, que estaba arrasando y vestido de rosa, pues se permitía esas y otras licencias.
Entiendo.
Recuerdo que le respondí con un poco de mala leche por lo del día anterior, que todavía lo tenía en la memoria: «Dile a tu hermano que, si quiere dedicar un triunfo a su futuro hijo, tendrá que ser mañana, porque hoy voy a ganar yo».
Dicho y hecho.
¡Buff!, costó lo suyo. Tal y como habíamos previsto, salimos parados y en el sprint puntuable se hizo una fuga numerosa. Bettini se fue conmigo. Había mucho nivel en la escapada. Consolidarla fue sencillo, pero luego había que rematar con mucho gallo en ella. En los puertos esprintaba Baliani para la montaña y yo le seguía de cerca, pero sin gastar fuerzas. Cogía puntos. Llegamos a la subida final a San Pellegrino un grupo aún numeroso. Conocía la ascensión: la había ido a ver antes de la carrera y sabía que tenía dos partes. Una inicial más llevadera y otra mucho más dura al final. Por si fuera poco, la etapa venía muy cargada con puertos como el Pordoi y la Marmolada entre otros. En la primera parte del puerto final se fue, tal y como pensaba, gente por delante. Pero yo me había puesto como referencia a Di Luca. Sabía que tarde o temprano se movería y yo esperaba a que llegara ese momento.
Sangre fría por lo que veo.
Hay que tenerla y podía haber salido mal, pero en una fuga tan grande y con tanta gente buena, o eres muy superior al resto, o tienes que elegir bien el momento de gastar tus balas. No puedes estar saliendo todo el rato.
Y ese momento llegó.
Así es, en un momento dado y ya de lleno en la parte dura del San Pellegrino, se movió Di Luca.
Pero no saliste directo a por él.
Me hice el remolón, quise que pensara que iba justo. Arrancó por dos veces y en la última salí tras él, pero me quedé a 10 m. Esperé hasta que se sentara para alcanzarle y luego le arranqué yo. Había eliminado uno de los rivales más duros, pero aún había gente por delante: Parra que estaba a dos aguas, Vila, Valjavec y también Voigt, que había estado todo el día a rueda porque era del equipo del líder Basso. Alcancé por fin a Valjavec antes de la zona más dura del puerto y cuando llegamos a ella lo solté y me fui solo.
Y te las prometías muy felices.
Y tanto, porque había eliminado a los que consideraba mis rivales mas duros de la escapada. No contaba con Voigt, quien, cuando giré la vista atrás, observé que me estaba alcanzando. Mantuve la calma, le esperé y aproveché para coger aire. Cuando me cogió rueda, le apreté con todas mis fuerzas, una, dos, tres veces. Y cuando ya lo iba a soltar me gritó y me dijo: «Stop, you win» («Para, ganas tú»).
Extraño, ¿no?
Voigt era un buen corredor alemán y con una mentalidad muy germana. Para él suponía una humillación haber ido todo el día a rueda y verse descolgado en la subida final. Prefirió dar por entregada la etapa en ese momento a verse descolgado. Me senté y le pregunté qué es lo que decía. Me respondió que tenía que llegar conmigo, pero que la victoria era mía.
Y cumplió.
Sí, lo hizo. Pero su gesto empañó un poco mi triunfo, haciendo ver como que me dejaba ganar. Claro que lo hizo, pero por lo que te he comentado antes. La victoria de esa etapa no se jugó en los metros finales: se jugó a 7 km para línea de meta.
Ya tenías tu etapa.
Pues sí. En la salida del día siguiente recuerdo que se me acercó la hermana de Basso para darme la enhorabuena y le dije que ya podía ganar su hermano si quería ese día (risas). Estaba eufórico.
Y lo hizo, si bien tú estabas a por la montaña.
Sí que lo hizo y, como bien dices, la montaña, que no perseguía en un comienzo, se me había puesto a tiro. Pero tenía que hacer una etapa muy buena y puntuar mucho en los puertos ese día y que al menos en los primeros puertos Basso no sumara muchos puntos. Hice mis cálculos y tenía que pasar el Mortirolo entre los primeros para ganarla.
Y lo conseguiste.
¡Buff!, sí, pero costó horrores. Tuve el honor de pasar primero por el Gavia y llevarme además la cima Coppi de aquella edición. Y supe también sufrir en el Mortirolo para conquistarla. Mi Giro acabó en la cima de ese puerto. Recuerdo que lo coroné con Savoldelli que se estaba jugando puestos en la general final y me dijo que me lanzara con él para conseguirlo. Había coronado creo que el 6º o 7º y ese era mi puesto en la general final: no tenía nada que ganar porque por delante habían coronado los primeros de la general. Así que le respondí que mi carrera había terminado y que siguiera tranquilo.
Vamos que no le seguiste.
¿A Savoldelli en el descenso del Mortirolo… para no ganar nada? Ni loco (risas).
Y en 2009 llega la victoria del Tour y no en cualquier sitio: nada más y nada menos que en una de sus cimas míticas, la del Mont Ventoux.
Y tiene historia la cosa.
Pues cuéntanosla.
Por aquel entonces estaba en el Rabobank holandés. Recuerdo que en aquel Tour no nos salía nada. Se torció todo desde la crono por equipos donde nos fuimos al suelo. No cogíamos fugas, no entrábamos en carrera, todo estaba siendo un desastre para el equipo. Al terminar la etapa que acababa en Le Grand Bornand recuerdo que nos fuimos al hotel pensando que el Tour se había terminado para nosotros.
¿Por qué, si aún restaban varias etapas?
Ese día que podía haber sido una jornada para la fuga, pero finalmente no la hubo y la etapa se la jugaron los de la general: llegaron Contador y los hermanos Schleck a meta. Camino al hotel uno hacía cálculos. Restaban 4 etapas, de ellas la del día siguiente era la crono y tal y como estábamos ninguno teníamos opciones. La del viernes y el domingo eran etapas al sprint, pero en aquel año Cavendish era un sprinter intratable, inalcanzable para el resto.
Sí, creo que ganó 6 etapas en aquel Tour.
Y el sábado era una etapa muy corta y con llegada al Mont Ventoux. Difícil para una escapada porque los de la general se estaban jugando aún el tercer puesto del cajón. Los dos primeros parecían claros.
Y de esa guisa os vais al hotel.
Y tanto. Denis Menchov había sido nuestro hombre fuerte pensando en la general. Se había cuidado muchísimo los 4 meses anteriores al Tour: preparación, alimentación, … y no le había salida nada. Recuerdo que estábamos en un hotel que era un Chateau y en la cena Denis pidió un vino. Todos nos miramos asombrados. Trajeron la botella, bebimos, y Freire con su guasa particular le dijo: «Denis, este vino está malo. Pide otra botella para comprobarlo».
¡Vaya!, no sabía que Oscar fuese un experto en vinos.
No tiene ni idea o al menos en aquel tiempo no tenia ni idea. Trajeron otra botella, y después otra y otra. Nos fuimos a la cama… tostados. Imagínate. No has tocado el alcohol en meses, ni una cerveza. Estás fino, sin reservas acabando un Tour, y de pronto le metes al cuerpo en vena todo aquello. ¡Menudo clavo a la mañana siguiente!
Salvaste los muebles en la crono: hiciste el puesto 42º a 2’52 de Contador.
¿Si? Mejor entonces de lo que recordaba. Recuerdo subirme al rodillo para calentar, la cabeza dando vueltas y yo pensando en cómo voy afrontar una crono en el Tour.
Al día siguiente no cogéis la fuga.
Eso es. Se hace una fuga de 20 tíos y no metemos a nadie. Recuerdo al director que nos dijo: «Vais a tirar hasta que tumbéis la escapada». Lo logramos, si bien a falta de poco para la meta había un puerto final y recuerdo a Iñigo Cuesta que se me acerca y me da ánimos para no descolgarme y yo iba muerto. Al menos Freire hizo 5º en el sprint y levantó un poco el ánimo. De la bronca en el hotel, eso sí, no nos libramos.
La etapa la ganó Cavendish.
Seguro (lo dice sin mirarlo), ya te digo que aquel año estaba intratable.
Y llegamos al sábado: final en el Mont Ventoux.
Flecha se vino arriba y empezó a alborotar el gallinero con arengas en el autobús: «¡Venga, hay que echarle huevos! ¡Hoy la liamos!». Me estaba dando dolor de cabeza, así que le dije que se callara y que estuviera tranquilo, que iba a ganar la etapa.
Y te metiste en la fuga.
Pues sí, más que nada para no tener que aguantar a Flecha dentro del pelotón. Se hizo la escapada y en realidad nunca llegamos a tener una ventaja excesiva. La etapa era corta, nerviosa, y la fuga numerosa. Llegamos a pie de puerto y arranqué sin pensarlo para seleccionar la escapada y ver quiénes eran los más fuertes: tampoco podíamos especular demasiado porque el pelotón estaba cerca. Pegué tres arrancadas hasta quedarnos 4 y una última antes de llegar al Chalet Reynard, donde ya solo me aguantó Tony Martin.
¿Hablaste con él?
Ni palabra. Me acojonó porque en la zona suave, pasado el Chalet Reynard, metió plato y pensé que me iba a arrancar y soltar.
Atacas al final, parece que vas a ganar, pero te vuelve a coger. ¿Cómo fue eso?
Al final el puerto endurece de nuevo. Arranqué y me fui solo. Si en un final así ves que saltas y no te siguen ni hacen amago de salir, es que tu rival va justo. Pero el puerto hace una curva y me dio respeto el haber salido demasiado pronto. Podía entrar aire de cara y preferí esperar a que me alcanzara guardando fuerzas. A 300 m de meta, ya en una distancia más prudente, volví a arrancar y volví a irme solo y pude ganar.
Ya tenías etapas en las tres Grandes, y en una cima muy especial. Pero noto, por cómo lo cuentas, que no es la victoria que más te llena de las tres.
Es la victoria más importante por repercusión, sin ningún género de dudas. Es el Tour y es el Mont Ventoux, pero ganar en el Giro y en Italia, mi cuna ciclista, o en un momento tan especial como fue del Nacional de 2005 por lo personal, son victorias que me llenan más.
Cambiamos de tercio. ¿Cómo llegas a director ciclista?, ¿estaba previsto?
Para nada, mi salida del ciclismo como corredor fue traumática, por la puerta de atrás. Problemas con el equipo que tuvieron que resolverse en los juzgados. Fíjate, yo que no he discutido con nadie en mi vida.
No das el perfil de alguien que genere problemas.
Por eso te lo digo. La estructura deportiva del Rabobank, que en aquel momento era Belkin, se desmoronó y llegó una persona al mando con unas formas, maneras y métodos muy particulares. Yo fui el primero, pero después muchos de los integrantes del equipo pasaron por lo mismo que yo.
¿Reconforta saber que no fuiste tú solo?
La verdad que no, pero me reafirmó en algo que ya sabía: no era yo el problema. Lo que sí me costó más asimilar fue el fin de mi carrera como corredor de esa manera.
¿No hubo ofertas?
Sí que las hubo, pero entiéndeme que a esas alturas de mi carrera ya no estaba para aventuras exóticas. Lo que sí hice, y más que nada por no estar parado, fue sacarme los títulos de dirección nacional e internacional, pero sin intención de encaminar por ahí mi vida profesional.
Y como sigue la historia.
Pues en 2015 me llaman desde Unipublic a través de Bingen Fernández, que fue quien propuso mi nombre para hacer de “Radio Vuelta” en la ronda española de ese año. Faltaban dos semanas y no lo tenía para nada claro si podía aportar algo. Guillén me animó y los amigos con los que me encontraba en aquel momento me aconsejaron también aceptar la propuesta.
Así que vuelves al ciclismo.
Sí, fue una especie de terapia rápida. Aprendí mucho en esas tres semanas. Sobre todo, aprendí a pensar en los términos en los que lo hace el organizador, no el director, no el ciclista, sino el que organiza la prueba.
¿Y a qué conclusiones llegaste?
¡Buff!, a muchas. Pero te das cuenta de cosas que como ciclista no ves. También ves que algunas decisiones que como corredor no entiendes, tienen una lógica detrás, o un propósito, o están motivadas por alguna restricción o condicionamiento que el organizador debe cumplir o respetar.
Vamos, un master de tres semanas.
Ya lo creo. ¿Os acordáis de la etapa de la sierra de Madrid donde se decidió la Vuelta?
Por supuesto, hablamos de ella no hace mucho en esta revista.
Pues desde la radio, y llevado por la emoción de lo que estaba pasando, la narré como si de un periodista deportivo se tratara. Martinelli, director de Astana, me dijo luego que al escucharme mandó inmediatamente parar a Zeits y Luisle que estaban por delante. ¿Puedes creerte que Dumoulin perdió esa Vuelta por un gel?
¿Por un gel?
Sí, había enlazado, no estaba ni a seis segundos y se echó la mano al maillot para tomar un gel. Se despistó y se confió. Fueron unos segundos, unos pocos nada más. Para cuando levantó la vista, Aru estaba lejos y con dos locomotoras tirando de él. Lo demás es historia.
Vaya, el detalle del gel lo desconocíamos: se agradece. Por seguir con tu relato, ¿cómo recalas en un equipo?
Pues de nuevo a través de Bingen. El hacer aquella Vuelta, aunque fuera en aquella función, me reenganchó al deporte del cual había salido muy tocado anímicamente. La clave, vista ahora con la perspectiva de los años, fue que no pasó demasiado tiempo entre mi retirada y mi vuelta de algún modo al mundillo. Cannondale se puso en contacto conmigo y me hicieron una oferta. El responsable técnico del equipo me entrevistó, se sorprendió gratamente al saber que ya era poseedor de la titulación necesaria. Lo demás fue todo muy rápido.
Ya lo creo que ha sido rápido, como el tiempo que hemos pasado esta tarde en casa de Juanma. Nos cuenta además anécdotas como los nacionales de Colombia de este mismo año, o lo grave que fue la caída de Rigoberto Urán en la Vuelta a España del año anterior y lo increíble que ha sido su regreso a la competición con el nivel mostrado en el Tour de este mismo año. No quiero quemar todas mis balas, porque queremos cuando nos sea posible tener una entrevista con el equipo y gente como Rigo, con la presencia de Juanma en algún número posterior. Urán da para una entrevista en profundidad, porque los detalles que nos comenta su amigo y director son impresionantes. Detalles humanos por encima de los deportivos que ponen en valor la magnitud del personaje del que estamos hablando. Esperamos desde la revista haberos mostrado más detalles de alguien a quien no conocía y que me ha parecido brillante en su faceta personal. Que no sea la última vez que estamos con Juanma para poder contaros algo sobre él o el equipo que tenga la suerte de contar con él como director. Continuará. Gracias, Juanma.
Por Ruben Berasategui
Fotos: Iñaki Azanza/Zikliamatore, Andoni Epelde, Javi Fuertes, EF Team