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La irrupción con fuerza de genios como Tadej Pogacar o Remco Evenepoel, los líderes naturales de la Generación Z, ha trasladado al ciclismo a una nueva dimensión que ha roto con los moldes clásicos. Corredores muy jóvenes capaces de correr y ganar de todo, con una precocidad y cantidad que han llevado a compararlos con el más grande de la historia, Eddy Merckx. Esta explosión de genialidades ha hecho retumbar los cimientos de nuestro deporte, y lo ha inmerso en una peligrosa “carrera armamentística”, podría decirse. Todos los equipos, todas las viejas estructuras y los viejos managers, se han puesto a la casi desesperada del próximo unicornio blanco. Todos quieren tener en sus filas al futuro señor del pelotón. Fenómeno que en sí encierra un peligro tremendo para la viabilidad del propio ciclismo.

 

La irrupción de la generación Pogacar ha hecho que los grandes equipos entren en una carrera, muchas veces ilógica e irracional, por hacerse a toda costa y a cualquier precio con los mejores juveniles e incluso cadetes de cualquier país. Primero hay que dar y atar al presunto talento, luego ya se verá si es tan talentoso como parece, o no. Pero antes que nada y que nadie hay que hacerse con él. Ese movimiento de los equipos tiene un efecto en cadena. Si los equipos buscan jóvenes, los representantes tienen que conocer, controlar y pescar ya no en el campo amateur, sino prácticamente todo el ciclismo escolar. Estamos hablando de menores de edad, de niños, de sus familias. Personas que, en lo que debería ser un deporte de formación, de esparcimiento y puro divertimento, ya sienten encima el aliento de las empresas de representación deportiva, y todo lo que eso conlleva. Contratos, presión, imagen, dinero, profesionalización… para personas y personalidades que todavía no han terminado de formarse. El ciclismo se convierte ya no en un hobby, en una manera de hacer deporte, de socializar, de formar una personalidad y adquirir unos valores, de empezar a familiarizarse con la competición, sino en una actividad con el marchamo de la obligación y la contraprestación, en un trabajo. Y eso ya es un peligro.

 

La irrupción de la Generación Z, la búsqueda del unicornio blanco y toda esta dinámica de caza de talento a cualquier precio encierra varios peligros tan grandes como en ocasiones invisibles. Someter a tanta exigencia vital a deportistas tan jóvenes puede tener una consecuencia a medio plazo, como el trazar carreras muy intensas, fructíferas, espectaculares en datos y logros, pero muy breves. Está por ver por cuánto tiempo estos fenómenos del nuevo ciclismo son capaces de mantener un nivel de exigencia vital, mental y deportiva para permanecer en la cima. Está por ver hasta cuándo van a conservar el hambre por competir y ganar, en cuánto tiempo quedan saciados. A largo plazo habrá que ver qué consecuencias tiene para ellos, su personalidad y su psique ese periodo de vida tan intenso a una edad tan temprana.

 

Pero el aspecto más peligroso para mí es el de la gestión del fracaso. En la búsqueda del unicornio blanco son varios los llamados, muy pocos los elegidos. Cada chica o chico al que se le ficha desde muy joven alberga en su interior la esperanza de ser el nuevo Pogacar o Evenepoel. Porque tienen buenos números, porque su fisiología así lo dice, porque simplemente se han fijado en él. Pero cabe la posibilidad de que la inmensa mayoría no van a alcanzar el nivel de genialidad que algunos vislumbran. Llegarán a ser buenos ciclistas, o no. Dependerá directamente de la gestión de sus expectativas, pero sobre todo de sus fracasos. ¿Qué pasa cuando un deportista menor de 20 años convive todos los días con el hilo musical de fondo de qué bueno eres, qué posibilidades tienes, hasta dónde vas a llegar, y luego hay problemas con el rendimiento por una lesión, por una cuestión fisiológica, o simplemente porque hay otros mejores? Que todo ese castillo mental de expectativas se derrumba. Y si el deportista no cuenta con un buen entorno que le comprenda, le arrope y le apoye, las derivas pueden ser peligrosas. La chica o el chico buscarán causas, motivos y factores que traten de explicar/justificar esa ausencia de rendimiento. La alimentación, el estar más fino, el entrenar más… y entrar en dinámicas destructivas que, generalmente, terminan en trastornos y problemas de salud mental. Vivimos en una sociedad inmediata, en la que no hay pasos intermedios, en la que todo es hoy y ahora. Eso a veces, muchas más de lo que pensamos, no es posible. Quienes están en el ciclismo y en los equipos seguro que tienen en su memoria nombres y apellidos de ciclistas que han pasado por esta travesía. Seguro. Y son casos que rara vez trascienden, son nombres en una lista de bajas de un equipo al final de una temporada de los que nadie se acuerda al enero siguiente. Y, sin embargo, para ellos la vida sigue después. Son personas como tú y como yo a las que se les puede hacer un daño tremendo creando unas falsas expectativas que luego no se cumplen.

 

La “carrera armamentística” de los equipos de hacerse con el unicornio blanco también tiene efectos directos en el propio ecosistema del ciclismo. No son pocas las voces dentro de la categoría sub-23 que han puesto encima de la mesa la propia viabilidad y sentido de la categoría. ¿De qué nos sirve tener estructuras de formación, equipos de club, si los mejores corredores se los llevan desde juveniles los equipos del World Tour? Tiene además esto otro matiz, porque los World Tour poco a poco van creando sus propias formaciones de desarrollo, con lo que las estructuras sub-23 van perdiendo su sitio, su razón de ser. Es como si el propio ciclismo se empeñara en eliminar un paso intermedio de formación, aprendizaje, maduración, de saber encontrar tu sitio que hasta ahora se entendía fundamental. Cogemos niños a los que hacemos profesionales en cuanto cumplen la mayoría de edad. Es cierto que los “development teams” tienen conocimiento, medios, y su calendario más liviano y progresivo y compiten con los Pro Teams y las formaciones continentales. Pero la profesionalización es cada vez más intensa y temprana. ¿Es bueno eso para el ciclismo? ¿Da oportunidad a que todos los deportistas puedan crecer y evolucionar al ritmo que deben? ¿Qué pasa con la clase media, con el buen ciclista que necesita más tiempo para evolucionar y despuntar? ¿Es sostenible esta manera de funcionar? ¿Qué hacemos con los deportistas que no cuajan? El ciclismo está perdiendo de vista un factor común en la vieja Europa. Vivimos en una sociedad de viejos, con una demografía en alarmante decadencia. Hay pocos niños, y los que hay tienen ante sí una oferta de posibilidades de ocio y deportes enorme. El ciclismo no es un deporte cómodo, ni barato. Hay que competir con lluvia, cuando hace calor, en sitios que no están en la puerta de tu casa. Exige dedicación, entrenamiento a diario, un padre, una madre o un club que te lleve a las carreras. ¿Nos sobran ciclistas? ¿Todos los que hay van a ser Pogacar?

 

Si los World Tour van a la caza y captura de los mejores, de todo lo sobresaliente, muchos clubes con formaciones de categorías inferiores, patrocinadores de equipos amateurs y sub-23 van a preguntarse qué sentido tiene invertir tiempo, dinero y recursos de forma altruista para formar a ciclistas, si la inmensa mayoría no van a llegar a nada, si esa categoría queda sin aliciente, vacía de contenido. Esa misma cuestión se la pueden hacer y de hecho ya se la han hecho organizadores del calendario nacional sub-23. ¿Para qué voy a organizar una carrera por etapas si no vienen los mejores? Si eres un organizador potente, con recursos, cabe la posibilidad de plantearte la opción de hacer que tu carrera se enfoque a equipos de desarrollo, suba de categoría. Algo que lleva implícito un mayor gasto, y descartar trabajar con equipos de base, por llamarlo de alguna manera. Y si son organizaciones pequeñas, clubes que tienen su propio equipo de chavales, directamente decidirán no hacer la carrera, porque carece de sentido. Es la cadena en la que todo se relaciona. Si se llevan a los mejores, para qué voy a tener un equipo, si no tengo un equipo, ¿para qué voy a organizar carreras? Si no se organizan carreras, ¿dónde hacemos a los ciclistas?  La búsqueda del unicornio blanco está muy bien, afortunado sea el que dé con él porque se asegurará el futuro, pero quizá en esa operación esté en juego todo el tejido interno del ciclismo, la propia viabilidad de un deporte. Y eso no es ninguna tontería.

 

Por Luis Guinea Zavala

Fotos: Andoni Epelde