El ídolo de un niño de los 80
En más de una ocasión os he comentado que me aficioné al ciclismo, al comienzo como mero espectador, en las calurosas tardes de un mes de julio. Probablemente fue en 1987 y ese Tour de Francia el que supuso mi primer punto de inflexión. Hasta ese momento el ciclismo para mí era jugar a las chapas, a las cuales poníamos cara con recortes de periódico con las imágenes de los esforzados corredores del pelotón. La Vuelta a España, que por aquel entonces se disputaba en el mes de abril, era para nosotros nuestro momento de jugar, a nuestra manera, a ciclistas. En las porras del colegio siempre había un nombre que todos queríamos tener en nuestro equipo y el motivo es evidente: era el corredor de casa, de nuestra ciudad, por eso para mí, la entrevista y el reportaje que ayer hicimos a Peio Ruíz-Cabestany (San Sebastián, 1962), protagonista de este nº 29 de ZIKLO, es un tanto especial. Fue nuestro ídolo de la infancia, y sin duda alguna el corredor más deseado y perseguido en nuestras porras y nuestras chapas. Así era el ciclismo que nosotros vivíamos a mediados de los años 80.
Peio nos lo puso muy fácil, viviendo tan próximos, era casi más complicado coordinarnos con Antxon, Javi y Jon que otra cosa. Al reportaje gráfico, le acompañó una comida en la Sociedad y una larga sobremesa que dio para muchos temas, incluso hasta para remover algunos recuerdos a Peio que más que olvidados, tenía aparcados. Para eso estábamos Javi (tablet en mano) y un servidor buscando momentos en la carrera profesional del corredor donostiarra que comenzó en 1984 y se prolongó una década.
Nuestra intención no ha sido repasar la carrera de Peio, sino que hemos ido a momentos muy concretos de la misma. Algunos los ha propuesto él, otros nosotros, y sobre ellos hemos hablado: son los que ahora os mostramos en este reportaje. Esperamos que sea de vuestro agrado; desde luego puedo decir que sí lo ha sido del nuestro.
Andazarrate: el comienzo de todo
“Yo no andaba en bicicleta al menos de un modo habitual, ni estaba en ningún club o equipo ciclista, pese a que mi hermano mayor sí que lo hacía. Me tomaba la bici como una diversión y hasta un modo de compaginarlo con el esquí de fondo que por aquel entonces practicaba. Recuerdo que una tarde un amigo y compañero de colegio, Fernado Oiokiegi, que sí estaba en un equipo me animó a que le acompañara en una de sus salidas. Al llegar a Zizurkil nos adelantó un grupo de ciclistas entre los que se encontraba uno de los mejores juveniles de aquel momento y campeón vigente guipuzcoano, Javier Usabiaga”.
“Nos unimos a ellos y al poco rato comenzamos a subir Andazarrate. Se empezó a subir a ritmo, pero te puedes imaginar que la gente se fue calentando y empezamos a ir cada vez más rápido. Usabiaga se puso a tirar y la gente se iba descolgando. Mi amigo también se quedó y yo seguía a su rueda, incapaz siquiera de ponerme de pie porque no sabía apoyarme sobre las manetas. De vez en cuando Usabiaga miraba para atrás y al ver que no se iba solo, aceleraba. Así lo hizo hasta que nos quedamos únicamente los dos. En la recta final del puerto, a falta de 300 m me echó un último vistazo, metió plato, y esprintó, dejándome atrás unos pocos metros. Llegamos a la cima y al ver mi vestimenta me preguntó a ver quién era y en qué equipo corría. Al decirle que en ninguno y que había salido a acompañar a un amigo, me miró sorprendido, se puso sobre los pedales y se marchó. Más tarde nos hicimos amigos y fuimos compañeros ciclistas. Al llegar Fernando, preguntarme hasta dónde había aguantado y yo explicarle lo que había ocurrido, esa misma noche llamó a sus directores de equipo: Iñaki Munarriz y Ángel Torres. Me ayudaron, me enseñaron y me cuidaron muchísimo, y por eso les estaré eternamente agradecido. Puede decirse que así empecé a andar en bicicleta”.
Irrupción meteórica
Debutas en el año 1984 con el equipo Orbea, estructura con la que venías corriendo en aficionados y que pasó a profesionales.
“Sí, en aquel momento el salto de un equipo aficionado al campo profesional era más sencillo y mucho menos burocrático y económico de lo que es hoy en día. Impensable poder pensar a día de hoy en estar corriendo el año del debut del equipo la Vuelta a España o el Tour de Francia al año siguiente”.
¿Qué recuerdas de ese debut?
“Que fue meteórico. En mi primera carrera como profesional, hice 2º en el prólogo de la Vuelta a Valencia, solo superado por un rodador holandés excepcional como Knetemann, pero por delante nada más y nada menos que de Hinault”.
Javi y yo le damos un sorbo largo a nuestros cafés y se nos ponen los ojos como platos.
Peio prosigue: “Pero eso no es todo, tenía que haber ganado esa Vuelta a la Comunidad Valenciana”.
¿Por qué afirmas eso con tanta rotundidad?
“Porque gané escapado la etapa que finalizaba en Vall d’Uxó. Estaba tan contento que al entrar en meta me puse a saludar al público y entré casi parado. No te exagero si te digo que perdí 1 minuto por entrar dándome ese homenaje en meta. En la cuarta o quinta etapa, Hinault y Cornillet que fue el vencedor final, me la liaron y perdí la general de la Vuelta por 2 segundos, dos míseros segundos que me separaron de ganar la Vuelta a Valencia, los cuales regalé de sobra en mi celebración en la meta de Vall d’Uxo”.
Vuelta al País Vasco
¿Tu mejor victoria?
Duda. Dice que sí y que no. Al final reconoce que para él su mejor victoria es la etapa del Tour de 1986 en Évreux. “Aquí en casa se me recuerda mucho por la Vuelta al País Vasco del 85 que gané, pero en el extranjero dan mucho valor a mi etapa en el Tour”.
Luego iremos a eso, ¿qué me dices de la Vuelta al País Vasco? Yo en aquel momento no seguía el ciclismo, pero tengo grabados a fuego las polémicas de esos primeros años con otro corredor de casa, Marino Lejarreta. Sonríe.
“Hombre, Marino en aquel tiempo era un ídolo para la afición vasca y la carrera más importante de casa la tenía marcada en rojo y quería ganarla. El año de mi debut se mosqueó mucho conmigo en una etapa concreta, me acuerdo perfectamente. La etapa terminaba en Beasain y subíamos Bidania por Régil (la vertiente fácil). Llovía a mares y hacía un día de perros. Sufrí en Bidania pero me agarré y no me soltaron. Tras un primer alto (Iturburu) hay un tramo llano y antes de empezar a bajar hay un repecho corto y duro. Yo en mis primeros años, no me preguntes por qué, era muy vivo en carrera. Era muy descarado, sobre todo para ser un neo-profesional, pero tenía una viveza que intuía los ataques y los movimientos, los veía y los leía. Mirado con perspectiva hasta me da rabia que fuese más vivo al inicio que al final de mi carrera”.
Al grano Peio, que te despistas.
“El caso es que vi a Marino y me dije: «Éste va atacar en el repecho, estoy seguro». Me soldé a su rueda como una lapa y ¡bingo! Salió a mil y yo que estaba esperándolo salí con él. Empezamos a bajar y Marino se tiró literalmente. Yo pensé, si te caes, nos caemos los dos, pero no te voy a dar ni medio centímetro. La faena fue que entre alguna duda nos alcanzó Kelly y al final la etapa fue para él”.
No veo qué hay de malo en la historia que cuentas.
“No hay nada malo, pero me tomó la matrícula. Le jodió no irse sólo y quién sabe si esa Vuelta al País Vasco que acabó ganando Kelly con Marino 3º, hubiera podido ser suya si ese día se va solo. De algún modo y siendo yo también de casa, le quitaba cierto protagonismo”.
Ahora que lo dices, recuerdo dos cosas con mucha nitidez de la Vuelta al País Vasco del 85, la que ganaste. El titular del periódico donde dices que estás viviendo un sueño, y las quejas y lamentos de Marino Lejarreta en una etapa en la que decía que no entendía cómo se había ido tan rápido por delante, porque detrás se había ido muy fuerte y no os habían dado alcance.
“Sí, dilo claro. Dijo que habíamos ido tras moto”. Vuelve a sonreír.
¿Qué puedes decirme al respecto?
“Pues que le pregunten a Lopetegi (cámara de ETB), que grabó todo, porque allí no había más moto que la suya. Claro que cogí una moto, pero las motos éramos Müller y yo tirando a muerte. Le dije bien claro que no escatimara un gramo de fuerzas, que la etapa para él si llegábamos, pero que fuera a fondo conmigo. Recuerdo muy bien la Vuelta. Marino ya venía mosqueado de la etapa de Legorreta porque no había dado un relevo en el tramo entre Azpeitia y Zumarraga. Aquel día iba muy justo en el grupo y todos pasaban menos yo, pero es que no podía. Y cada vez que Marino llegaba a cola del grupo en el relevo, y veía que yo no me metía y no pasaba, me increpaba. No le hice ni caso, pasé de él y fui a lo mío.
En el primer sector del último día en Beasain, el de la escapada con Müller, pasamos antes Descarga, puerto que no se me daba bien y donde siempre tenía problemas, porque su final era de mucha pendiente y no me iba. Pero fui aguantando y al ver que no me quedaba, en los últimos metros me vino un subidón y un golpe de adrenalina tremendo y me dije: «Si no habéis sido capaces de soltarme y he llegado hasta aquí, ahora os vais a enterar». Salí, me junté con Müller y gané la Vuelta al País Vasco del 85.
Vuelta a España 1985: la tormenta perfecta
Visto con perspectiva deberías figurar en el pódium en el palmarés de aquella Vuelta.
“A día de hoy seguro: es impensable pensar en que en el ciclismo actual suceda todo lo que allí sucedió el penúltimo día de carrera, el caos total, la tormenta perfecta”.
¿Y qué es lo que pasó? Todos sabemos que Millar perdió una vuelta que tenía ganada, que Perico recuperó más de 7 minutos respecto a él cuando estaba lejísimos en la general. Pero lo que no sabemos es cómo se fraguó esa escapada o cómo el equipo y el director de Millar la consintieron.
“Es que no fue así. Supongo que lo que se vio en la tele es a Perico y Recio ya escapados y con muchos minutos de ventaja, y que cuando el pelotón reacciona por detrás ya es tarde”.
Exactamente, eso es lo que se vio.
“Lo que pasó es que Millar, el colombiano Pacho Rodríguez (2º de la general) y yo que era 3º, hicimos esa etapa marcándonos los unos a los otros como si no corriera más gente. A ratos acelerábamos y nos atacábamos, a ratos nos parábamos y prácticamente nos quedábamos mirándonos a ver qué hacía el rival”.
¿Y el resto del pelotón?
“Pues ahí está la clave: el resto del pelotón también pasó de nosotros e hicieron su carrera. Incluso Millar tenía compañeros por delante. La gente saltaba y marchaba. Nosotros cuando arrancábamos los cogíamos o hasta los pasábamos, y aquello parecía una marcha cicloturista más que una carrera profesional por el descontrol reinante. Llegados a un punto, y al coronar el puerto del León y no haber podido soltar a Millar, le felicité y le dije que había sido mejor y me di por vencido”.
O sea, no fue una estratagema.
“No, es que no sabíamos cómo iba la carrera por delante ni quiénes iban en cabeza. Y claro, cuando finalmente nos enteramos, ya era tarde. Fíjate el descontrol que Millar tenía gente de su propio equipo por delante de él, pero para cuando los pararon y se pusieron a tirar, la Vuelta se le había ido”.
Supongo que ese director no haría mucha más carrera.
“Creo recordar que al acabar la Vuelta lo echaron”.
Descenso del Tourmalet en el Tour de Francia 1985
¿Qué me puedes contar de esa etapa?
“¿Qué sabes de ella?”, me responde Peio.
Lo que he leído.
Irrumpe Jon en la conversación, que hasta el momento ha estado de oyente y comienza a dar su versión.
Esa etapa se vendió como “la estrategia perfecta”. Ataca de lejos Del Ramo para, en un momento servir de puente cuando atacaras tú. Te vas por delante y vuelves a hacer de puente cuando arranca Perico en el Tourmalet. Le esperas, le bajas, le haces media subida al puerto final y finalmente Delgado gana en la cima de Luz-Ardiden su primera etapa del Tour de Francia. Etapa de manual, ejecutada a la perfección. Como se suele decir, es muy fácil hacer el guion, pero es muy difícil llevarlo a cabo. Pues esta vez se ejecutó, salió y tuvo final feliz. Ese es el resumen.
Ahora te pregunto otra vez: ¿Fue así?, ¿hubo estrategia?
“Para nada, eso se vendió así, pero no fue así”.
¿Cómo fue?
“Subíamos el Aspin y en las largas rectas veía a mi compañero Del Ramo escapado. En el momento en el que el pelotón aceleraba nos echábamos encima, pero no había tampoco interés en cogerlo porque quizás otros pudieran moverse una vez neutralizado el escapado. Yo me di cuenta de eso y a 3 o 4 km para coronar el Aspin ataqué. Cuando alcancé a mi compañero, ya en el descenso, este iba fundido y no pudo ni siquiera tirar de mí 100 m, así que le pasé y seguí a tope. Cogí tiempo a mi favor, unos 3 minutos, y los mantuve en el Tourmalet que lo subí francamente bien. Atrás venía lo mejor del Tour y del ciclismo en aquel momento, Hinault, Lemond, Herrera… Pero claro, el líder era Hinault y era el que menos subía de esos tres. Lemond era compañero de equipo y no podía atacarle, y con Herrera había llegado a un extraño acuerdo: no me revuelvas demasiado el gallinero en la montaña, gana el maillot de la misma, alguna etapa, pero sin reventar la carrera. A cambio en las etapas llanas yo te ayudo y no te reviento ni a ti ni a tu equipo. Así que, en esas circunstancias, pues yo hacía camino. Y entonces atacó mi compañero de equipo por detrás”.
Se hace el silencio y Peio apura su café. No decimos nada y Peio nos interroga con la mirada: “¿No decís nada?”.
Javi sale al quite: Pues muy mal atacar al compañero si este va bien por delante.
Prosigue Peio: “Así es, eso hoy en día a ver cómo lo vendes. El caso es que corono el Tourmalet y mi director de equipo, Txomin Perurena, me ordena parar y esperar a Perico que había saltado en el puerto. No te puedo expresar mi sensación en aquel momento. Obedecí y esperé. Me tiré cuesta abajo y luego le hice la primera parte de Luz. Lo demás es historia”.
¿Has hablado con Txomin más adelante de todo esto?
“Sí, le pregunté una vez por qué me paró a mí y no a él. Me respondió que me paró a mí porque conmigo tenía confianza y me conocía más”.
¡Pues vaya faena!
“Ya que me recuerdas esta etapa no quisiera terminar de hablar de ella sin decir que Txomin acertó. Es decir, tomó una decisión y le salió bien porque Perico, y por tanto el equipo, ganó la etapa. Lo que no sabemos y no sabremos nunca es qué hubiera pasado si me deja seguir a mí. Imposible saber si hubiera llegado o no a día de hoy”.
Cierto es lo que dices, pero ahora y con lo que me cuentas, esto lo añado yo: Perico no acató una norma no escrita en este deporte y es la de respetar al compañero que marcha delante y con opciones.
Évreux en el Tour de Francia 1986
“Mi única victoria en el Tour y sí, quizás a día de hoy, mi mejor victoria. Fui muy vivo. No había visto el final de la etapa. Recuerdo que era larga, como una clásica. Me junté con Echave que iba por delante escapado y venía ya castigado. Vi que estaba mejor que él y tuve la sangre fría de esperarle y aprovecharle como compañero de fuga todo lo que pudiera darme. Me dio unos relevos que a mí me permitieron coger un poco de aire. El pelotón venía pegado y fue una etapa agónica y extenuante en todos los sentidos, físico y mental.
Alcanzo la recta de meta y observo al pelotón esprintando: me van a coger. En ese momento veo la pancarta de meta y saco fuerzas no sé ni de dónde y gano la etapa”.
Lo cierto, es que vista la retransmisión (merece la pena verla en youtube), alguien que gana una etapa así en el Tour de Francia está capacitado para ganar muchas carreras. ¿Qué pasa esos años 87 y 88 donde se te ve poco y no das el nivel con el que habías irrumpido en el pelotón?
El brujo
“En el 87 tuve problemas de rodilla. Recuerdo que me retiré en la Vuelta y en el Tour y hasta entonces no me había retirado nunca de una gran vuelta. En el momento en que forzaba sentía un gran dolor y no podía forzar ni apretar. Al acabar el Tour me dije a mí mismo que algo tenía que hacer y visité a un “curandero” ciego que estaba de moda y trataba atletas. Se llamaba Miguel Ángel Rubio y le apodaban “el brujo”. Luego coincidí con él en mi etapa en la ONCE.
Recuerdo que llego a su consulta y le explico mi dolencia y los síntomas que tenía. Me empieza a palpar por encima de la rodilla, en el muslo, casi en la ingle. Yo le miraba y le decía: «Lo que me duele es la rodilla». Y él: «Sí, sí…», y seguía a lo suyo. En un momento me dice que me dé la vuelta y me empieza a pinchar con una aguja en la espalda. Le pregunto a ver qué está haciendo y me responde que anestesiándome. Yo a cuadros. Me vuelve a girar y en un momento dado me mete los dedos en la zona que me había estado palpando antes y hace “crack”. Menos mal que me había anestesiado, porque vi las estrellas. Acto seguido me dice que baje al portal y que vuelva a subir por las escaleras. Yo pensaba que me estaba vacilando. Bajo, subo, y me pregunta: «¿Qué tal, te duele la rodilla?». «Y yo qué sé», le respondo, «Después de lo que me has hecho tú como para preocuparme por la rodilla».
Pues a partir de aquel día y hasta hoy, no he vuelto a tener ni sentir el dolor de rodilla del año 87”.
KAS: Internacionalización
“Pasar del Orbea, al terminarse aquel proyecto, a un equipo como el KAS fue un cambio muy grande para mí. Pese a correr las mejores carreras con el Orbea, uno tenía la sensación de que el juego continuaba. Competíamos al máximo nivel, pero el espíritu era el de un grupo de amigos de casa que se divertía, competía, pero en un ambiente y con un sentimiento de estar en casa. De pronto tienes gente de todas las nacionalidades y lugares, que te dice qué hay que comer, cómo hay que entrenar, qué pautas debes seguir. Yo nunca tenía problemas de peso en invierno, y a mi manera, entrenaba y me preparaba bien para las carreras.
En el KAS empecé bien, ganando una etapa del Tour del Mediterráneo en Marsella. Pero allí agarré un fuerte catarro y me costó recuperar. Ya estaba recuperando la forma y las sensaciones, pero en Asturias me caigo y me rompo un dedo. Otro contratiempo, pero aún tenía tiempo de llegar bien al Tour. El problema es que el equipo me obligó a correr la Bicicleta Vasca si quería correr el Tour. Recuerdo que salí con un invento en la bicicleta que me permitía frenar con una sola mano las dos ruedas, controlando ambas desde un único freno. Al acabar la carrera voy al médico y resulta que lo que era una fractura limpia al inicio de la prueba había pasado a un hueso astillado. Resultado: adiós al Tour de Francia”.
Y en aquellos tiempos acabado el Tour, la temporada se diluía como un azucarillo en un vaso de agua.
“Así es. Poco más pude hacer aquella temporada, si bien guardo un gran recuerdo de haber tenido como director a Ramón Mendiburu. Volvía a coincidir con él tras mi etapa de aficionado donde quise dejar la bicicleta y si no es por él lo hubiese hecho”.
Tras el fallecimiento ese mismo año de Luis Knörr, propietario del KAS, el equipo desaparece y hay que cambiar de aires. La ONCE inicia su andadura en el mundo del pedal y Peio se une a ese proyecto.
1990: Recuperando el mejor nivel
“En 1990 decido volver con mi entrenador de siempre, Pascua Piqueras, que empleaba técnicas del atletismo traspasadas al ciclismo. En aquel tiempo era algo novedoso”.
Eso a Manolo Saiz, tu director, no le sentaría bien del todo.
Recuerdo que le pregunté si había algún problema en que siguiera la preparación al margen de él y su respuesta fue que no. Pero por lo visto sí que lo había. Podía haberle dicho que sí y luego romper el fax según llegaba. Hoy en día pueden saber qué haces cada minuto de entrenamiento, pero en aquel tiempo era imposible que te pudieran controlar lo que hacías o dejabas de hacer. Opté por ir de frente y sé que eso a mí director no le sentó bien.
Vuelta a España 1990: Lo que pudo ser y no fue
Siempre te he escuchado decir que tú tenías que haber ganado esa Vuelta a España. ¿Lo sigues manteniendo?
“Pienso que podía haber ganado aquella Vuelta, la tuve muy cerca”.
¿Por qué?
“Esa Vuelta tuvo un día clave, el día de la etapa de Ubrique. Se filtró una escapada peligrosa en la que se metió Giovanetti, que gracias al tiempo que sacó ese día ganó la Vuelta. Banesto era a priori el equipo más fuerte de aquella Vuelta. Tenían tres bazas para ganarla: Perico, Indurain y Gorospe. Metieron a Gorospe en aquella escapada, se puso de líder y la dieron por buena”.
¿Y a quién metisteis vosotros?
“A nadie, ese es el problema. Mi equipo no tiró para neutralizar o minimizar los daños de aquella etapa”.
Y luego llegó la crono de Zaragoza el antepenúltimo día. Ganas la misma y te quedas a 20 segundos de Giovanetti, 2º en la general a falta de dos jornadas: la de la Sierra y la de Madrid.
“Así es, me quedé muy cerca de recuperar el maillot, a 20 segundos. Si me hubiera hecho con él, el equipo no me habría dejado tirado en la penúltima etapa: llevando el líder no hubieran podido hacerlo”.
¿Tirado?, ¿cómo es eso?
“Lo recuerdo muy bien. Subíamos Abantos, y yo estaba fatigado, sobre todo muscularmente de la crono del día anterior. Se puso a tirar mi equipo”.
¿Quién?
“Marino. Recuerdo que iba muy fuerte y me acerqué a él y le dije: «Marino, afloja un poco que como sigas así me voy a quedar». Me respondió que Manolo había dicho que a tope y él iba a tope. Volví a ponerme a su altura un poco más tarde y le dije que aflojara que me quedaba, pero no lo hizo. Pese a todo, Abantos lo pasé, pero no así Navacerrada. Perdí unos metros con los de la general: Giovanetti, Perico, mi compañero de equipo Anselmo Fuerte y otros pocos corredores. Esos pocos metros se convirtieron en 1 minuto en Navacerrada y, como estaba solo, casi dos en meta, escapándoseme el 2º puesto, el 3º y por tanto el pódium. Acabé 4º la Vuelta”.
Vamos, que tu equipo cambió tu 2º puesto de la general por el 3º de Anselmo.
“Así es, pero Anselmo era el “preferido” de Manolo, el que seguía sus pautas y no rechistaba, y yo era el díscolo. Al acabar la Vuelta no me callé y al año siguiente estaba fuera del equipo”.
¿Crees que se te recordaría igual de haber ganado esa Vuelta a España?
“Te respondo con otra pregunta: «¿Cómo crees que se le recuerda a Melchor Mauri, ganador de la Vuelta a España del año siguiente entre otras muchas carreras?”.
Ha quedado contestada la pregunta. Gracias.
1991: Clas-Cajastur
Mirando el palmarés de aquella Vuelta, me sorprende verte 6º en la general final, más que nada porque no recuerdo que anduvieras tan adelante.
“Ni yo, ¿6º?, ¿tan bien anduve?”.
Eso dicen los datos.
“Pues así será. Sinceramente, no recuerdo que estuviera tan adelante en aquella Vuelta. Lo que sí recuerdo es el pajarón del Tour en la etapa de Jaca”.
¿Cómo es eso?
“Cogí la escapada buena. Llegábamos a España y quería dejarme ver. Tenía buenas sensaciones y hasta me veía ganador en meta. De pronto empecé a sentirme mal, me quedé del grupo de escapados. Me cogió el pelotón de los mejores y tampoco pude seguirlos. Me alcanzaban más grupos pequeños, me pasaban y me dejaban. Lo demás que recuerdo fue una odisea. En un momento dado me alcanza Jorge Domínguez, sprinter del equipo, y se queda conmigo. No podía ni seguirle. Siento que coronando Somport me empiezo a encontrar mejor y recupero fuerzas, me giro y veo que mi compañero me está empujando. Si no es por él, no llego a meta”.
Luego te metiste también en la escapada de la etapa reina de los Alpes, la que terminaba en Alpe d’Huez.
“Sí, lo recuerdo. Me fui con un francés que estaba tan sonado como yo y fuimos a saco”. Bourguignon, le apunta Javi.
“Sí, ese. Una gozada de escapada. Recuerdo que llegamos escapados hasta Alpe d’Huez y empezamos a subirlo en fuga. Pese a no ser peligrosos para la general, el pelotón no nos dio margen y éramos carne de cañón. Nos deseamos suerte y comenzamos la ascensión. Intenté que cuando me cogieran los más fuertes, fuese cabeza de carrera para darme ese gustazo, empecé a tope y me fui solo. Pero Bourguignon debió de pensar lo mismo, me alcanzó y me pasó, y me quitó mi momento de gloria”. Risas.
Las charlas de ZIKLO no quedan en saco roto y David, amigo común que se ha unido a la charla, escribe un privado a través de las redes a Bourguignon con la propuesta de Peio de volver a hacer aquella etapa juntos. Ya os comentaré si hay o no respuesta.
Aventura italiana
Aunque tu carrera termina un año más tarde, en los años 92 y 93 pruebas la aventura de enrolarte en un equipo italiano. ¿Qué recuerdas de aquella época?
“Aterricé en un equipo muy potente que aspiraba a ganar el Tour de Francia. Coincidí con dos grandísimos campeones: Fignon y Bugno”.
¿Cómo eran?
“De ambos guardo un gran recuerdo. Fignon, que en paz descanse, era mi ídolo de juventud y no solo fue mi compañero: fue también compañero de habitación. Claro que era alguien un tanto especial, pero era un gran tipo y muy respetado en Francia y en todos los países donde corría, salvo uno”.
¿Cuál?
“España. Aquí no tenía buena prensa. De Bugno qué puedo decirte. Era un fenómeno, una potencia y fuerza descomunales. Pero se obsesionó con Indurain. De no haberlo hecho hubiera disputado muchos más Tours de los que disputó con él, que creo que fueron solo dos. Me preguntaba siempre por él, ¿qué hacía?, ¿qué dejaba de hacer?, ¿cómo entrenaba? Si llega a pensar menos en Miguel y se hubiera relajado más y concentrado en lo suyo, le hubiese ido muchísimo mejor”.
Con el Gatorade debutas por fin en el Giro en 1993.
“Guardo muy mal recuerdo de aquella carrera. Me retiré y hoy en día me sabe muy mal. Tenía que haber superado esa mini crisis que tuve y haber devuelto el esfuerzo y la confianza que pusieron en mí los italianos. A día de hoy me arrepiento enormemente de no haber terminado aquel Giro”.
Cuéntanos más cosas de tu paso por Italia.
“Guardo un gran recuerdo de la Vuelta a España de 1992. Vinimos con el equipo Z, ni el A, ni el B, ni siquiera el C. Pero ganamos la crono por equipos y me puse de líder. Era tal la calidad y la potencia de aquellos corredores, que ganamos a grandísimas escuadras y durante 5 jornadas fui líder de la Vuelta a España. Recuerdo que decía a mis compañeros que no se acostaran tarde cada noche, que había que defender el liderato al día siguiente”. Más risas. “Había un gran ambiente.
En la presentación del equipo en 1993, me planté allí con una perilla. En aquel tiempo algo insólito en el pelotón. El director del equipo se llevó las manos a la cabeza y me dijo que para las fotos y las fichas me afeitara. Y yo que no, que no me afeitaba. Recuerdo que se fue a llamar al dueño de la empresa para consultarle. Regresó y me dijo: «Peio, puedes llevar la perilla, pero la llevarás toda la temporada, no te la puedes quitar en todo el año».
Al menos no te fuiste de vacío de tu paso por Italia y ganaste una etapa en la Bicicleta Vasca.
“Así es, mi última victoria”.
Epílogo
Tu carrera termina en el año 1994 con el debut de la fundación Euskadi y con tu antiguo director, Txomin Perurena, dirigiendo al equipo.
“Bueno, realmente mi etapa ciclista acabó el año anterior. Cuando la rutina y el quehacer diario te pesa y empiezas a pensar en que podrías estar en otros lugares y haciendo otras cosas, tu final está cerca. Tengo la sensación de que podía haber aportado mi experiencia en carrera, ser un poco el director desde dentro del pelotón, al menos hacer esa función. Pero no fue un año del que guarde un recuerdo especial. Ya te digo que quizás mi cabeza estaba ya en otros lugares”.
A las seis de la tarde levantamos el campamento. Ha sido una gozada la comida y charla que hemos tenido. Hemos tocado muchos temas y también nos hemos dejado muchos otros: esa Vuelta a Navarra de aficionados, su Mundial de pista como junior, la etapa alpina del Tour del 86 donde Hinault trató de hacerle un roto a su compañero de equipo al que había prometido el año anterior ayudar a ganar ese Tour, sus experiencias personales posteriores a su etapa ciclista. Pero no hubo tiempo ni hay espacio físico en la revista para más líneas. Espero que haya sido de vuestro agrado; desde luego sí lo ha sido del mío. Terminando como he empezado, estoy quizás con mi primer ídolo de mi infancia ciclista. Cuando no sabía quiénes eran Coppi, Merckx o Hinault, sí sabía quién era Peio Ruíz-Cabestany.
Por Rubén Berasategui
Fotos: Andoni Epelde