COSTA DA MORTE
Una costa llena de vida
Por Marcelino Álvarez “Boirinho” y Juanto Uribarri
Fotos: Andoni Epelde
Nos vais a permitir que empecemos por el final, por el de los miles de peregrinos que completan el Camino de Santiago llegando hasta Finisterre. Atrás quedan decenas de jornadas y recuerdos que quieren inmortalizar quemando sus botas, queridas y odiadas a partes iguales, en este cabo. Han llegado, plenos de orgullo y satisfacción, al fin del mundo. Y muy cerquita de allí, en la playa Langosteira, un gallego inmortal, Don Camilo José Cela, enamorado de este rincón de la Costa da Morte, nos hizo meditar con la profundidad de esta sentencia: “Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito”.
Porque esa sonrisa que se asoma al infinito océano, apenas deja adivinar entre sus labios un caos inmemorial que ha dejado su nombre a la escarpada línea costera que lo envuelve. Y es que la personalidad de la Costa da Morte está marcada por su condición de límite occidental de Europa. Desde la antigüedad, el ser humano consideró este lugar como el “finis terrae”, el fin del mundo, la puerta al Más Allá. Tras su llegada a este lugar, los romanos presenciaron y relataron el espectáculo del sol hundiéndose en el Atlántico, una escena grabada en la imaginación colectiva de los antiguos desde tiempos mucho más remotos. Quizás por su papel como confín occidental donde el sol se oculta cada crepúsculo, donde “muere” diariamente, celtas, romanos o suevos acudieron en tropel para participar en ese sacrificio diario de la naturaleza.
Nadie puede negar que cualquier atardecer, y más si lo contemplamos sobre el horizonte marino, desencadena un halo mágico, casi místico, con ese último rayo de luz del día que muchos quieren conservar en sus cámaras fotográficas, perdiendo así la magia de un sentimiento más íntimo. Será por eso que, en gallego coloquial, las fotos no se sacan, se quitan. Es como querer expropiar algo, como aprovechar hasta la última gota de un vaso en el que solo hay sal, roca, algas y mar.
En Finisterre muere el sol todos los días, sí, pero no vayáis a pensar que un nombre tan lúgubre como Costa da Morte (¡casi nada!) deriva del óbito cotidiano del astro rey; aunque convendréis conmigo en que el apelativo es de los que asustan al más valiente.
Ya dicen que Galicia es tierra de meigas. En los tiempos que corren, sin embargo, creer en ellas no es algo tan habitual, aunque en esta región tan mágica y enigmática todavía resuena el “habelas hailas” por muchos rincones, y muy especialmente en este, quizás por el irresistible influjo de los cientos de naufragios y ese aroma de misterio y peligro que destilan sus infinitos acantilados, quizás por la belleza arrebatadora de un paisaje mágico donde los haya.
Porque esta costa, la de la Muerte, tiene su parte bondadosa y su parte cruel. La primera se aprecia a simple vista: extraordinarios paisajes que hay que frotarse los ojos para creérselos; playas de ensueño con apenas bañistas incluso en agosto; la famosa gastronomía gallega en la que abunda el buen marisco; y unas costumbres y patrimonio que, al conocerlas, uno se siente como si fuera su descubridor.
La parte cruel ya se intuye en su propio nombre: la escarpada costa, tan bonita para ver, es muchas veces letal para los barcos que navegan en los implacables temporales que azotan al fin del mundo. El nombre que recibe esta zona de Galicia no fue acuñado por ningún gallego, sino por la escritora Annette Meaking, quien le dio la denominación de “Coast of Death”, ya que fue durante el último cuarto del siglo XIX y el primero del siglo XX cuando se produjeron en estas costas los naufragios más graves que afectaron principalmente a la marina inglesa y acrecentaron su leyenda negra con el gran número de víctimas que el mar se llevó. Primero, en 1870, con el hundimiento en alta mar del Captain de la Royal Navy, en el que fallecieron un total de 487 tripulantes, y unos años más tarde, en 1890, con el Serpent, un buque escuela de la Marina Inglesa y del que el mar se cobró 172 vidas. Los cuerpos recuperados de este último naufragio fueron enterrados en un enclave improvisado que hoy recibe el nombre de “Cementerio de los Ingleses”, que es uno de esos lugares de visita imprescindible para adentrarse en algunos de los recónditos secretos de esta tierra.
La citada escritora inglesa lo contaba así en sus crónicas: “Es aquí donde las olas furiosas, creciendo como levadura, rompen sobre rocas medio escondidas y, alcanzando una fabulosa altura, caen sobre ellas con el ruido del trueno incluso con el tiempo más tranquilo. Es aquí donde los cadáveres de desafortunados pescadores son tan frecuentemente arrastrados a la orilla que los periódicos locales anuncian el suceso casi sin ningún comentario”.
Serpent, Captain, Bonifaz, Casón, City of Agra, Prestige…. son solo unos pocos ejemplos de los muchos naufragios acontecidos en esta bellísima franja costera de la provincia de A Coruña. Este litoral, bautizado como Costa da Morte por culpa de los casi 700 hundimientos aquí documentados, de los 1400 en toda la provincia según el “Catálogo de Naufragios” de Rafael Lema Mouzo (sin tener en cuenta el de pequeñas embarcaciones), es una costa que, por contraste, está llena de vida. Por ello el negro color del chapapote y del luto de las madres y esposas de los muchos marineros que salieron a faenar y no volvieron (siendo a veces la misma persona quien sufría ese luto al perecer en un mismo hundimiento esposo e hijo), no puede teñir el verde de sus prados ni el azul de su mar mezclado con el blanco de la espuma que surge cuando rompen las olas en esas rocas desgastadas por la erosión y que adoptan increíbles formas, alimentando así la amplísima y rica mitología gallega. Sirvan de ejemplo de todo ello la roca de Os Cadrís, la de Abalar o la de Os Namorados frente al santuario de Nosa Señora da Barca en Muxía, que tendremos ocasión de visitar.
Pero tras cada uno de esos naufragios, tras cada nueva muerte de los percebeiros, que saltan de roca en roca esquivando los golpes del mar embravecido para arrancar los mejores percebes del mundo, la vida sigue. Y como la vida es sueño, en el presente número de ZIKLO hemos buscado dar forma a nuestras ensoñaciones ciclistas en este auténtico paraíso cicloturista. A los que además gustamos de completar esas fantasías sobre la bici con cultura, gastronomía y también mezclarnos ya no solo con el paisaje, sino también con el paisanaje, las gentes de por aquí nos lo van a poner fácil, gracias a su sencillez y hospitalidad, invitándonos a disfrutar de todos los encantos que estas pequeñas villas y aldeas ofrecen.
Para ello os proponemos varias rutas: dos de carácter sencillo y aptas para todos los cicloturistas con un mínimo de forma física; dos un poco más duras, pero que tampoco albergan mucha dificultad (los puertos importantes aquí son los de mar); y otras dos con más “miga”, entre ellas el de la Marcha Cicloturista Gran Fondo Ézaro, integrada en las UCI World Series. Además de estas rutas con salida y llegada en Cee, (excepto el Gran Fondo), presentamos otras dos, también circulares, que parten de Laxe y de Noia, ambas situadas a menos de 50 km de Cee, que es el centro económico comarcal así como la cuna de la triatleta Pilar Hidalgo y del arquitecto Domingo Antonio de Andrade, principal promotor del tránsito al barroco en Galicia, siendo su obra maestra la Torre del Reloj de la Catedral de Santiago de Compostela. Cee fue además un importante puerto en la pesca de cetáceos allá por el siglo XVI.