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Historias y rutas

La Virgen de Dorleta (Guipúzcoa)

A pie de carretera, un kilómetro antes de coronar el Alto de Arlaban, una suave y preciosa ascensión muy frecuentada por los cicloturistas vascos, a 587 m de altitud y en el municipio de Salinas de Léniz (Guipúzcoa), encontramos este auténtico tesoro del cicloturismo, donde se alza un “santuario”, un monumento con la imagen de la Virgen de Dorleta, proclamada como “Patrona de los ciclistas españoles” el 28 de agosto de 1960, cuando los cicloturistas bilbaínos Luis y Ángel Serrano y el vitoriano José Luis Sáenz de Olazagoitia, volvían de Roma con sus bicis portando la declaración canónica del Papa Juan XXIII como patrona de los ciclistas.

A sus pies, sea invierno o verano, nunca faltan flores frescas y otras ofrendas de los ciclistas, y una frase grabada en la piedra: “María, Reina del mundo, protege a la tierra recorrida en todas las direcciones por los ciclistas amantes de la naturaleza”.

Hoy en día la devoción sigue en pie, y se pueden ver cientos de recuerdos de todo tipo de muchos clubes venidos de todos los rincones del país, depositados en señal de agradecimiento y como ofrenda a nuestra patrona.

 

El lugar, como no podía ser de otra manera, es punto de encuentro de muchos ciclistas que inician desde aquí sus salidas y es habitual que muchos clubes comiencen la nueva temporada viniendo hasta Arlaban, para pedirle protección a la Virgen.

 

 

Estela a Coppi y Bartali en el Izoard

A más de 2000 m de altitud, cuando desaparece la vegetación, quedando algún pequeño y solitario abeto, es cuando aparecen los colmillos de la fiera: las cargneules, las rocas de piedra caliza formadas hace 40 millones de años que la erosión ha ido moldeando a su antojo en forma de monolitos, crestas y dientes cariados, incluso con un cierto color amarillento producido por el óxido.

 

Justo en este punto, un 18 de julio de 1949, dos campeonísimos como Bartali y Coppi, realizan juntos una gran exhibición, entendiéndose y dándose relevos a la perfección para meterle 5 minutos a Robic, que les perseguía sin poder hacer nada. Podéis rememorar esta gesta, y de paso echaros unas fotos, en la estela dedicada a Louison y Fausto: unas placas con sus efigies -costeadas por los lectores de L’Equipe-, están  fijadas en una cargneula, en el lado sur del inquietante Izoard.

 

La Casse Déserte es un lugar inmutable, que queda a la espera de poder devorar al atrevido cicloturista que se acerque hasta aquí.  Hasta Merckx padeció aquí el poder telúrico de este austero terreno. En el Tour del 72 sufrió un desmayo, perseguido por Ocaña. Solo le pudo aventajar en 1’ 31” en Briançon. Aquel día el belga confesaba que “me habían hablado de la Casse Déserte y de la estela de Fausto Coppi en uno de sus peñascos, pero yo no he visto nada, lo siento, andaba demasiado ocupado”.

 

El Velódromo de Roubaix (por Claudio Montefusco)

El viejo Velódromo de Roubaix ha sido desde 1943 (solo con 3 años de excepción: 1987-1988-1989) el lugar donde termina la París Roubaix después de tantos años, aunque justo al lado se haya construido el nuevo velódromo cubierto Jean Stablinski. El encanto del Velódromo de Roubaix es el encanto de lo decadente, de lo clásico. Ver el velódromo en directo es una mezcla de excitación y decepción. Lugar mitificado por todos los amantes del ciclismo y sin embargo es una instalación fuera de su época.

 

Rodar por su cemento y probar la inclinación de sus curvas es sentirse finisher y sentirse profesional por un día. La alegría de los diversos grupos que terminan la prueba es inmensa. Unos levantan los brazos, otros imitan el famoso gesto de Museeuw en el año 2000.

 

Justo a la entrada del velódromo hay un sencillo monumento, que representa un adoquín, cómo no, que conmemora los 100 años de celebración de la París Roubaix. Un adoquín gigante que es el símbolo de la prueba y que se instaló aquí en el año 2002 coincidiendo con su centenario, que ha pasado a ser otro de los puntos de peregrinaje de cicloturistas de todo el mundo.

Otro anacronismo. Desde 2003, el nombre de todos los vencedores en Roubaix se halla grabado en unas placas que identifican no las duchas, sino unas minicabinas individuales donde el sábado se cambian los cicloturistas y el domingo los profesionales. Unas austeras duchas donde limpiar el polvo, el sudor, el barro y recordar la gloria y la miseria de una de las carreras más bonitas que existe en el calendario internacional.

 

Por Jordi Escrihuela