A mi edad aún años me sigo sintiendo como un crío cuando salgo en bicicleta. De acuerdo que el «chasis» está ahí y los kilómetros recorridos en la vida también. Todo pesa. Los años pesan. El cansancio pesa. El pasado pesa. El peso pesa. Físicamente los años no se pueden ocultar aunque parece que estamos de acuerdo en que ataviados con maillot, culotte, casco y gafas podamos parecer algo más jóvenes que vestidos de calle. Sin embargo también, cuando uno ya empieza a tener una edad tiene sus dudas en lucir maillot porque quizás no es ni lo más estético ni lo más parecido a lo que podríamos llamar ciclista. Pero ahí andamos, y cuando nos subimos a la bici, a pesar de que cada vez cuesta más levantar el culo y moverse para ponerse el culotte (lo más duro del ciclismo, según un buen amigo), nos podemos volver a sentir jóvenes, recuperar sensaciones perdidas en el tiempo, porque por dentro somos nosotros mismos, los que hace 25, 30 o más años ya nos movíamos por estas carreteras, pletóricos de juventud y fuerza, devorando los kilómetros siempre buscando el más lejos, el más rápido y el más alto . Esos momentos los podemos sentir con plenitud…todavía, aunque quizás ya no subamos ese puerto a 18 km/h y ahora lo tengamos que hacer a 12 km/h pero aunque físicamente ya no respondamos igual, de alma aún nos seguimos sintiendo jóvenes, ese espíritu que pilota nuestro cuerpo, más o menos pesado, más diésel y menos gasolina, con mucha menos chispa pero mucho más regular, degustando más los kilómetros sin devorarlos, pero encima de la bici uno se siente vivo, joven, con ganas, aunque luego las piernas y el corazón te digan que te lo tomes con más calma y te inviten a parar y oler las flores.
Jordi Escrihuela.