Por Jordi Escrihuela
¿Te imaginas pedalear por carreteras que atraviesan frondosos bosques de hayas en plena estación de las hojas muertas?
Idílico, cierto. Bucólico, mucho.
Durante estos dorados meses es cuando el bosque se viste de gala, y qué mejor que fijarnos en esta época en las hayas, que como joyas brillan a los rayos aún cálidos del sol de otoño.
Rodando entre alfombras de hojas comprobaremos que los bosques de hayas encierran sus misterios, porque son de cuento y donde muchas veces surge la niebla de entre las ramas de estos árboles de formas fantásticas.
¿Y por qué las hayas?
Estos bellos árboles de hoja caduca son, por excelencia, los de toda la Península Ibérica septentrional y, por extensión, también de toda la región eurosiberiana.
Así que vayamos al lugar que vayamos, entre la Cordillera Cantábrica y los Pirineos, en cualquier bosque, podremos disfrutar de la visión de un cuadro impresionista pintado con las tonalidades y colores de las hayas, cuando más lucen, serenas y bellas, solemnes y doradas, en otoño, dispuestas a dormir antes de la llegada de los rigores del invierno.
Será entonces cuando sus ramas se desnudarán y no será hasta la primavera, y sobre todo el verano, que su verdor explotará, confiriéndoles una fuerza especial irresistible sobre el resto de masas arboladas.
Pero disfrutemos de ellas ahora, porque además dicen que los hayedos son terapéuticos.
Vamos a comprobarlo.
Las hayas.
Primero su nombre, porque su nombre significa «alimento» (de «fago», Fagus sylvatica en latín).
En efecto, sí, comida, sobre todo en otoño, cuando los animales del bosque se abastecen de sus frutos: los hayucos.
Ratones de campo, ardillas, arrendajos… hasta osos en Pirineos incrementan sus reservas de grasas antes de pasar al letargo invernal.
¿Dónde ver los hayedos ahora, en todo su esplendor?
¿En qué parques naturales nos extasiaremos con la visión de estos delicados árboles, pedaleando, mientras una fresca caricia de otoño, proveniente de la suave brisa que agita sus ramas, nos indique que el invierno está próximo?
Para que se dé este milagro de la naturaleza necesitamos zonas muy concretas de mucha humedad y mucho sol, y estas condiciones se dan sobre todo en el norte de nuestro país, donde los hayedos comparten el bosque con castaños y robles, también de hoja caduca, claro, y esto hace que se combinen todos estos colores que tanto nos atraen en estas fechas.
Puestos a elegir, el mes de noviembre quizás sea el ideal para descubrir toda esta gama dorada de matices.
Nuestra propuesta sería buscar las carreteras que surcan los frondosos bosques que se extienden desde el Parque Nacional de los Picos de Europa en Asturias hasta los parques catalanes del Montseny y la Fageda d’en Jordà, lugares para dejarse perder con nuestras bicis.
La lista de frondosidades de hayedos umbríos es muy amplia y, aún a costa de dejarnos alguno en el tintero, no podemos dejar de nombrar otros asombrosos parques naturales como el de Ordesa y Monte Perdido en el Pirineo de Huesca, el de Saja en Cantabria o el del Señorío de Bértiz, la Selva de Irati o la joya de la Sierra de Urbasa, todos ellos en Navarra: unos parajes de ensueño.
Sin embargo los hayedos no son sólo una exclusividad del norte de nuestro país, y podemos encontrar algún retazo más hacia el sur como por ejemplo en Madrid con bosques como el de Montejo, en la Sierra del Rincón y uno de los más meridionales de Europa, o el de la Tejera Negra en Guadalajara, la Pedrosa en Segovia o Cameros en La Rioja.
Podríamos continuar, pero ahora es tu turno: coge la bici y adéntrate por uno de estos bosques, déjate seducir por sus encantos, saborea los kilómetros de las rutas que cruzan estos maravillosos parques naturales.
No los devores.
Párate si hace falta.
Escucha, huele, siente y, como diría un buen amigo, ríndete, gírate, da media vuelta e inspírate.
Foto: www.rosdemora.com