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Historias y rutas

No existe mejor manera de conocer el mundo que hacerlo desde el aire. Cuanto más alto se vuela, más se percibe, más se comprende. Pero para ello necesitamos volar, salir del suelo de nuestras rutinas vitales y arriesgarnos en el cielo, sobre el abismo.

¿Dónde podría experimentar la increíble sensación de elevarme del suelo y lanzarme al vacío en un vuelo como el de las águilas? Las Tres Cimas de Lavaredo me podían dar la respuesta que anhelaba. Habían pasado más de diez años desde mi primera aventura italiana y no había podido cumplir el sueño de admirar esas tres agujas incomparables en el corazón de las Dolomitas. La razón más verosímil: el miedo que algunos compañeros tenían a enfrentarse a la leyenda de un puerto mítico. Desde entonces no podía quitármelas de la cabeza. Era un reto pendiente, una apuesta que quería ganar: ¿sería capaz de ascender hasta el pie de la Cima Grande, la Piccola y la Oeste para poder optar sin temor entre mantenerme asido a la tierra de los puertos habituales en mis usuales salidas o, en cambio –esa era mi esperanza-, emprender vuelos más altos cada vez en busca de nuevo retos ciclistas?

Esas tres cumbres que se alzan desafiantes hacia el cielo, esas tres paredes verticales cercanas a los 700 m de altura, en medio de un hermoso y escarpado entorno donde se han escrito numerosas páginas de la historia del alpinismo y del ciclismo, constituyen uno de los paisajes de montaña más bellos que se puedan contemplar en el mundo. Cuando, sin echar “pie a tierra”, logré por fin alcanzar el cielo en el parking del Refugio Auronzo, ya sabía que nunca podré conformarme con menos, que deberé volar más y más alto cada vez para sentirme libre y feliz sobre mi bicicleta.

No fue fácil llegar hasta allí: nunca lo es nada que merezca la pena. Los 4 km finales, cercanos al 12%, se convirtieron en un auténtico desafío, como si la tierra no quisiera desprenderse de cada uno de los “locos de las cumbres” que luchamos por emprender vuelo. Ya en la cima, al ser de los últimos en coronar, sólo fueron diez los minutos que el grupo me permitió dominar la tierra desde ese incomparable mirador dolomítico. Y descubrí, como muchos otros antes de mi, que los tres picos de las postales no pueden contemplarse desde ese punto, si no te atreves a seguir caminando un buen rato para gozarlos, sobrecogido y embelesado, desde la vertiente opuesta. Triste decepción: la realidad no siempre es como la soñamos.

Con todo, esos diez minutos me bastaron para comprender algo mucho más importante: que “si quieres vivir como las águilas, no vivas entre gorriones”. Los gorriones son hermosos y también surcan el cielo volando bajo, pero yo deseo ser como esas águilas poderosas y bellas que, envueltas en el aire de los sueños, nos brindan una nueva perspectiva de la Madre Tierra… y de la vida. Y en las Tres Cimas de Lavaredo he aprendido con Paulo Coehlo que “la posibilidad de hacer realidad un sueño es lo que hace interesante nuestra vida”. El mío estaba cumplido.

Por Juanto Uribarri.
Fotos: Andoni Epelde.