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Historias y rutas

 

En Ruta por el Centro de Portugal

 

Se acercaba el final de temporada, esos momentos que sigues teniendo ganas de bici pero que a la vez sientes que tu cuerpo te envía mensajes para que le des una pequeña tregua y te tomes todo con un poco más de calma.

El cuerpo es sabio, nos habla permanentemente, pero nos cuesta mucho escucharle sobre todo si se atreve a llevar la contraria a nuestra vorágine diaria.

El ser humano es tozudo, muy tozudo, pero los años nos van cambiando y esa madurez acaba sabiendo imponerse en muchas ocasiones. Por tanto, tocaba predicar con el ejemplo, hacer eso que tantas veces recomiendo que no es otra cosa que disfrutar del placer de hacer turismo con la bicicleta.

Deporte siempre deporte, pero todo con un poco más de tranquilidad, sin agobios, tensiones y prisas. Viviendo al margen de velocidades, vatios y cadencias se puede seguir siendo muy ciclista y además ves como tu capacidad de conectar con todo lo que te rodea no para de sorprenderte y crecer.

Cómo comentaba, había llegado el momento de ser coherente con nuestras ideas y acercarnos a la región del Centro de Portugal fue una gran oportunidad para reencontrarnos y renovar ilusiones.

Habíamos conocido a la gente de Visit Center of Portugal en una feria. Hubo buen feeling y desde el primer momento nos llamó la atención lo desarrollado que tienen el cicloturismo. Conocen a la perfección su territorio, se han preparado y han sabido desarrollar todas sus virtudes para crear un “producto” cargado de personalidad. Saber quiénes somos y que podemos ofrecer es casi siempre el primer paso, del camino hacia el éxito

Estratégicamente ubicada entre Oporto y Lisboa, la región Centro de Portugal es como una postal que refleja a todo un país. Marcada por la diversidad, sus paisajes cambian permanentemente: interminables playas atlánticas, excelentes puntos de surf, la espectacular Ría de Aveiro, la Serra da Estrela, sus 12 Aldeas Históricas, las 27 Aldeas de Pizarra y 41 de Montaña, sus 4 parques y 5 reservas naturales, 5 sitios del Patrimonio Mundial de la UNESCO…

Muchas razones para descubrir el Centro de Portugal. Lejos de las multitudes, ese lugar perfecto para desconectar y valorar lo que realmente importa. Con lo cerca que tenemos Portugal, es un pequeño crimen no conocerla mejor, una asignatura pendiente para muchos. No olvidéis que no solo de nombres vive el hombre y hay mucho más oro del que reluce. Curiosamente, esto es algo que en el ciclismo a menudo nos ciega y nos impide conocer muchos más lugares de los que conocemos.

 

Por Jon Beunza

Fotos: Andoni Epelde

EN RUTA

 

Pero entremos en acción, el Centro de Portugal es todo un menú de posibilidades, muchas propuestas preparadas para llegar a todos los perfiles ciclistas. Desde Visit Center of Portugal, nos pusieron en contacto con la empresa Portugal A2Z | Walking & Biking Tours especializada en ofrecer experiencias en los lugares más especiales de su territorio. Rutas guiadas, autoguiadas… una garantía para disfrutar de una buena experiencia. Portugal es un tesoro de valles profundos, sierras encantadoras, pueblos con encanto y tradiciones únicas y la mejor manera de explorarlos es a tu propio ritmo, sea en bicicleta o caminando.

Por tanto, tocaba dejarse llevar e invertir los papeles. Para eso estaba Carlos Santos que fue nuestro anfitrión durante nuestra estancia y que supo en todo momento tenernos sin perder detalle de todo lo que nos rodeaba.

La ruta que Sérgio da Costa de Visit Center of Portugal nos había propuesto era la de recorrer la Costa Atlántica, desde Oporto hasta Foz do Arelho. Algo más de 300 km que nosotros decidimos hacerlos en 3 etapas, pero que cada uno lo adapta a sus gustos.  Terreno llano en su mayoría y con permanentes tentaciones para hacer paradas que vas viendo como acaban convirtiéndose en casi una obligación que te permite conocer mejor una costa muy especial

Como veis nuestra salida estaba prevista en Oporto, una ciudad espectacular, de esas que merece la pena conocer y para la que os recomendamos que reservéis al menos una jornada completa.

Nosotros llegamos al mediodía y después de darnos una vuelta por la parte antigua nos reunimos con Carlos para preparar nuestro plan de ruta. Acabamos cenando y durmiendo en un hotel a la Ribeira do Porto y desde allí arrancó al día siguiente nuestra ruta. Las premisas eran claras, sin prisas, sin perder detalle y disfrutando del placer de rodar en bicicleta. Lo de ir con el “cuello estirado” no entraba en los planes aunque ya se sabe que algún calentón nunca va a faltar.

Rodamos paralelos al río hasta llegar al Ponte Luis I, sobre el río Duero que une Oporto con Vila Nova de Gaia. Fue inaugurado en 1886 y es uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, por lo tanto el mejor lugar para hacernos la “foto oficial” de salida.

Desde allí rodamos junto al río para acercarnos a la desembocadura del Duero. Pasamos bajo el espectacular puente de Arrábida (1963) que es el último de los seis puentes de Oporto que cruza el río Duero antes de que este llegue al mar.

Ya estábamos junto al mar que a partir de ahora sería nuestro fiel guardián. La costa atlántica portuguesa es espectacular, el mar es el gran señor. Hace y deshace, da vida, es capaz de ser amable o desafiar a todo el que se acerque, Un mar muy bravo y de “frías aguas” casi todo el año. Un pequeño hándicap ya que si contara con las temperaturas del Mediterráneo, probablemente esta costa no tendría rival.

Y comenzamos a rodar junto a las playas, siempre por un perfecto carril bici, si, una de esas vías en las que las bicicletas son las dueñas, que son para rodar y se puede ir con tranquilidad. Salgueiros, Madalena… playas para dar y regalar aunque nuestra primera parada sería en la Capela de Senhor da Pedra, una capilla que se encuentra en mitad de de la playa de Miramar y que data del año 1686.

Estábamos en la jornada más tranquila en lo que a desnivel se refiere. Pulso bajo, sin mirar la velocidad y sin parar de saludar a la cantidad de ciclistas que veíamos. Como recomendación os diremos que esta ruta es mejor hacerla de norte a sur ya que los vientos dominantes casi siempre llegan con componente norte y aunque el terreno sea favorable, ir con viento de cara nunca es agradable.

Seguimos nuestra ruta y nos acercamos hasta la playa de Furadouro a solo 3 km de Ovar. Es conocida como una playa de pescadores o de surfistas, según la época del año.  Desde ahí, hay una ciclovía que hace la conexión hasta Ovar, una de esas ciudades que no deja de sorprenderte y que es conocida como la ‘ciudad del azulejo’ gracias a sus más de 800 fachadas decoradas con este material, santo y seña de toda Portugal. Una vez en Ovar, visitar la Iglesia de Válega, una auténtica obra maestra del arte de la pintura de azulejos y probar el Pão de Ló de Ovar, ¡uno de los mejores platos dulces del centro de Portugal!, son obligación. Estábamos en el kilómetro 60 y hasta ahora todo había sido un “coser y cantar”.

Seguimos junto al inseparable Atlántico. Casi siempre por la Eurovelo 1 que recorre toda la costa de Portugal. De vez en cuando, por evitar zonas transitadas o más urbanas, tomábamos pequeñas carreteras en las que la calma seguía siendo la nota dominante. Atravesamos unos cuantos pinares espectaculares en los que llegaron los primeros calentones. El terreno era llano, el viento favorable por lo que fue inevitable caer en la tentación. Además, tocaba abrir el apetito para la cena. Todos los tracks de estas rutas los mueven desde Portugal A2Z, por lo que si os animáis a hacerla ponerse en contacto con ellos ya que es una garantía para tener todo bien controlado.

Tuvimos oportunidad de rodar por el parque natural de Buçaquinho y seguimos visitando playas como Furadouro, San Jacinto y Torreira, donde se puede visitar el Astillero-Museo de Monte Branco, espacio de referencia en la difusión, valorización y preservación de las artes de la construcción tradicional de embarcaciones, en particular el icono de la Ría de Aveiro, el Barco Moliceiro.

Llegando a São Jacinto, la nota original fue la de tomar el transbordador que cruza la espectacular y omnipresente ría de Aveiro, para llegar a la Playa da Barra. Podíamos haber ido por carretera dando un rodeo, pero había ganas de poner la nota original a la etapa y no lo dudamos.

Una vez desembarcamos pasamos junto al Farol da Barra, el faro más alto de Portugal con sus 62 metros que marca imponente el encuentro de la Ría de Aveiro con el mar.

La Ría de Aveiro se formó a partir del siglo XVI, cuando la línea del mar retrocedió, dejando a lo largo de 11.000 hectáreas cordones litorales que formaron una laguna. Hoy es una auténtica red de canales e islas por la que se conoce a la ciudad de Aveiro como la «Venecia portuguesa». En Aveiro todo vive alrededor de estos 47 kilómetros de agua dispuesta en paralelo al mar, un espejo de plata que refleja el color de los barcos “moliceiros” y las casas modernistas.

Además de los paseos a bordo de un barco “moliceiro”, la Ría de Aveiro ofrece muchas otras actividades: birdwatching (cuenta con más de 20.000 aves acuáticas) y deportes como el windsurf o el kitesurf.

 

Finalmente llegamos hasta la Playa de Mira, final de nuestra primera etapa, pero antes pasamos por Costa Nova, una localidad que llama la atención por sus casas de colores.

Estos antiguos pajares, almacenes y refugios de marineros y embarcaciones que navegaban por la Ría, construidos a lo largo del siglo XIX, fueron transformándose en viviendas para acoger familias en la época de verano.

 

Casi sin quererlo pero habían sido 119 km de disfrutar y de desconectar. Dejar que corra el tiempo sin prisas y haciendo lo que nos gusta se ha convertido en un lujo que curiosamente está en nuestro mano y no deberíamos nunca renunciar a él. Esta jornada fue una buena oportunidad de comprobarlo.

La zona de Mira es conocida por la tradición del Arte Xávega. Barcos de colores que salpican el horizonte marino con todos los colores del arcoíris, creando un interesante contraste con la frondosa vegetación que bordea la costa hasta la Serra da Boa Viagem. Su playa, en plena región de la Ría de Aveiro, también es conocida por sus Palheiros de Mira, pequeñas casas de madera construidas allí por sus pescadores.

Junto a la Praia de Mira, la única zona de playa del mundo con Bandera Azul desde 1987, tuvimos oportunidad de disfrutar de otra suculenta cena a base de pescado fresco. Resulta curioso que en muchos restaurantes la carta es abierta. Entras, te comentan el pescado que les ha llegado y eliges lo que quieres cenar. Una maravilla.

 

 

 

Llegaba la segunda jornada. El plan era ir desde Praia de Mira a São Pedro de Moel pasando por Figueira da Foz. Nos esperaban casi 125 km y cerca de 1000 metros de desnivel. Era el día más exigente en la que los típicos repechos costeros iban a ser protagonistas pero a base de paradas, visitas y sin prisa no deberían ser mayor problema.

A los pocos kilómetros de ruta nos tocaría enfrentarnos a un pequeño puerto para llegar al mirador de la Serra da Boa Viagem. Vistas espectaculares al mar y la costa después del primer calentón del día. La subida es sencilla y como siempre, es la velocidad la que acaba dictando sentencia. Descendemos y Carlos nos comentó que merecía la pena retroceder unos kilómetros junto a la costa para llegar hasta Quiaios pasando junto al faro del Cabo Mondelo. En este Cabo, el único punto acantilado de la costa central portuguesa, es posible observar y estudiar rocas de 170 millones de años de antigüedad pertenecientes al período Bajociano-Jurásico. Todo un acierto, una carretera espectacular aunque eso sí, nos tocó superar una buena colección de repechones. Segundo calentón de la jornada…

Desde aquí, descenso hasta Figueira da Foz, una ciudad de la que su slogan “Sol y mar en abundancia” lo dice todo, y es que eso es precisamente lo que puedes encontrar en Figueira da Foz. Estábamos en la desembocadura del Mondego, situada a 40 kilómetros de Coimbra, las extensas playas de suave arena blanca son sumammente tentadoras, así como sus olas para surfistas, que no dudan en calificar como ¡la mejor derecha de Europa!

Una ciudad en la que los contrastes ayudan y la mezcla entre la autenticidad de su puerto pesquero y el cosmopolitismo heredado de la Belle Epoque, le da un toque muy singular. Vibrante y atractiva es también la ruta del arte urbano de Figueira da Foz.

Paramos a almorzar en una terraza junto a la playa, pero sin caer en la tentación de acomodarnos, seguimos nuestra ruta hacia San Pedro de Moel. Una vez salimos de Figueira, las pequeñas carreteras y frondosos bosques fueron los protagonistas. El terreno volvía a ser más amable, con menos repechos que hicieron que la calma volviese a reinar.

São Pedro de Moel es una localidad cuyos orígenes se remontan a los de la fundación de la nación portuguesa. Su playa es una de las de más encanto de Leiria y aún conserva cierto brillo aristocrático, ya que en el pasado fue un lugar de veraneo entre las familias adineradas de la región. Muy cerca de ella, el imponente faro de Penedo da Saudade, 55 metros de altura, ilumina el mar y el cielo desde 1912. Allí vivimos un espectacular atardecer antes de otra buena cena a base de pescado fresco y marisco.

 

Llegábamos a nuestra tercera y última jornada. Para el final habíamos dejado una etapa tranquila que nos llevaría hasta Foz do Arelho. Eran 55 km en los que buena parte del protagonismo se lo llevaría la parada en Nazaré. Recuerdo bien toda esta costa de mi época de surfero. Han pasado muchísimos años desde que cada verano me escapaba a surfear unos días a las costas portuguesas. Peniche, Figueira, Aveiro… recorríamos la costa buscando la infinidad de olas de calidad que llegan a sus playas. En aquella época Nazaré ya era conocida por sus grandes olas pero su fama distaba años luz de lo que es ahora. Ahora hablamos del paraíso, iba a decir europeo, de las olas grandes, pero me voy a venir arriba y diré mundial. ¿Quén no ha visto los increibles videos de surfers en sus énormes olas? Un auténtico sin palabras y una imagen que en esta ocasión no pudimos disfrutar ya que no era época de temporales y el mar estaba plato. Pero lo que nunca falta en Nazaré son los turistas. Y es que su faro, el santuario, el mirador o sus playas son una visita que no puede defraudar. Un lugar con hechizo, de esos que no se olvida.

Una vez pasamos Nazaré, la tristeza de ver como aquello se acababa empezaba a inundarnos. En pocos kilómetros llegábamos Foz do Arelho un vasto triángulo de arena bañado en el lado izquierdo por las tranquilas aguas de la Laguna de Óbidos y en el lado derecho por el Océano Atlántico. Foz do Arelho tiene sus raíces en una pequeña comunidad de pescadores que vivía de la riqueza de la Laguna de Óbidos. En el siglo XIX, Foz do Arelho era el lugar de elección de la burguesía y se convirtió en una cosmopolita estancia de veraneo. Hoy en día, los pasadizos de madera de Foz do Arelho con una longitud de aproximadamente 800 m, diseñados por Nadia Schilling, porporcionan la vista panorámica más sorprendente sobre los acantilados y el Océano Atlántico.

 

Por tanto, estábamos en el lugar perfecto para poner broche final a nuestra experiencia por la costa atlántica de Portugal. Nuestro agradecimiento especial a Visit  Center of Portugal  y a Sérgio da Costa, por darnos la oportunidad de predicar con el ejemplo y disfrutar de la bici de una manera diferente. Acercaros las bondades de su costa ha sido todo un placer. Gracias también a Carlos Santos de Portugal A2Z por ser un gran anfitrión y ser pieza clave para que no perdiéramos detalle.

Tenemos que reconocer que este viaje nos ha dado la oportunidad de comprobar que la tan hablada pluralidad del colectivo ciclista es precisamente su gran virtud. Todos tenemos en común la herramienta, pero cada uno la maneja a su manera. Durante la ruta, charlamos con todo tipo de ciclistas, desde cicloturistas y grupetas muy similares a los nuestros, a autenticos turistas de bicicleta .Para todos ellos el Centro de Portugal y en concreto la Costa Atlantica tienen mucho que ofrecer y esa es  la principal conclusión de nuestra experiencia.