img
Historias y rutas

En Colombia dicen que en el desayuno ya se sabe cómo será la cena. Esta vez, no hubo que esperar al desayuno y desde la víspera se podía intuir cómo acabaría aquello. Sentados todos alrededor de una pequeña mesa de madera charlábamos sobre San Fermines, puertos y marchas, cuando un «Hola, ¿que más?» nos sacó de la conversación.

 

Cuatro colombianos se unieron al grupo, tras una escueta presentación. Hablamos parte de la tarde y seguimos hablando durante la cena. Y nos metimos a la cama con la sensación de habernos juntado con viejos amigos con los que hacía años que no coincidíamos.

 

Nacho, transistor en mano, escuchaba en clase, cabeza con cabeza con su compañero, las hazañas de Lucho Herrera, hasta que un día el profesor les pilló y comenzaron los problemas para ellos. Pero no les importó la bronca que les esperaba al llegar a casa, porque tenían claro que algún día ellos también subirían aquellos puertos con sus bicicletas.

 

Y aquí están, con sus miedos, los nervios, pero con la ilusión de aquellos niños, a punto de comenzar la aventura. Enseguida se les junta otra cuadrilla de cuatro amigos para darles ánimos. Alegres y divertidos, llevan toda la vida juntos y todos los años se regalan unos días de risas y bicicleta. Años queriendo ir a Dolomitas y qué mejor excusa que regalárselo ahora que acaban de cumplir los 50.

 

Unos pocos kilómetros han hecho falta para que se les una el cuarteto de chavales 20 años más jóvenes que ellos. Explosivos, con ganas de comerse el mundo, fotografían cada cima y graban cada instante.

 

Cada uno viene de un lugar diferente, sus vidas nada tienen que ver, hay piernas con muchos más kilómetros que otras y bicicletas de todos los estilos, pero una afición en común basta para ponerlos a todos en el mismo camino.

 

Son días calurosos. Algunos sufren más de lo debido. Pero nadie va solo: siempre hay alguien al lado. Siempre alguna historia que escuchar para no seguir pensando en el cansancio. Siempre una cámara preparada a pie de carretera intentando sacar una sonrisa. Y poco a poco van haciendo cima. Una videollamada a los familiares siempre ayuda a recobrar fuerzas. Paisajes impresionantes que hay que enseñar a los que están a miles de kilómetros. Compañeros de fatigas a los que presentar a través de la pantalla.

 

Y, mientras, sube otro, acompañado también por aquel que, después de subir a fuego, ha vuelto a bajar para pedalear un rato con su amigo.

 

Y a pesar de que en el alto corre un viento frío y que algunos hace mucho tiempo que han coronado, esperan, hablando, riendo y sacando fotos, a que el último miembro del grupo asome en el horizonte. Pero él viene vacío. Lo ha dado todo en esos largos kilómetros. Levanta la mirada del suelo y ve a sus amigos en la distancia, pero el camino se le hace interminable. Se crea un pasillo, brazos en alto, aplausos y, como si de repente la bici no pesara, entra en bolandas entre palmadas en la espalda. Euforia. Cansancio. Alegría. No sabe lo que sentirán los grandes ciclistas al ganar una etapa épica, pero seguro que será una satisfacción parecida. Abrazos, lágrimas contenidas, piel de gallina. Hace unos días ni se conocían y ahora solo se tienen los unos a los otros. Solamente MAGIA.

 

Y sin desearlo se ha cumplido. Un sueño del que no hace falta despetarse. Y ha sido mejor de lo que nadie lo hubiera soñado jamás. Porque no hay mejor sueño que el que se cumple.

 

Días que parecen meses. Historias que parecen cuentos. Puertos que parecen inalcanzables. Pedaladas que forjan amistades. Amigos con un mismo sueño y sueños que dejan de ser sueños. Sueños cumplidos.

Por Ane Gabiria (Bizimartxak)

Fotos: Andoni Epelde y Ane Gabiria (Bizimartxak)