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Historias y rutas

¿Qué resultados arrojaría una encuesta realizada a aficionados y medios especializados acerca del puerto más emblemático del Tour de Francia si solo vale decir uno? Difícil pensar en un ganador alejado de este póker de puertos: Tourmalet, Mont Ventoux, Alpe d’Huez, Galibier.

A partir de ahí habría que afinar un poco más en la respuesta. El Alpe d’Huez podría ser quizás el puerto estrella de la segunda mitad de siglo XX, pero su primera aparición tuvo que esperar hasta el año 1952, y su segunda 24 años más, hasta 1976. Cierto es que desde ese año en adelante su irrupción ha sido imparable, pero un puerto que se incorpora a una carrera con más de cien años de historia a partir de las últimas décadas del siglo pasado, no puede o no debe ser considerado como el puerto más emblemático de una prueba con un historial tan grande.

Al Mont Ventoux le acompaña cierta dosis de misticismo. Sin duda alguna el trágico fallecimiento de Tom Simpson en sus rampas contribuyó a ello. Su aspecto lunático en su parte final y un panorama descarnado y hasta casi cruel e intimidador cuando el pelotón asciende por sus rampas en las calurosas tardes de julio, imponen cuando menos respeto. Pero en su contra juega que el gigante de la Provenza debe su sobrenombre a su soledad. En una enorme planicie la cima del Mont Ventoux asoma solitaria y amenazante, pudiendo ser vista muchos kilómetros antes de aproximarse siquiera a ella. Su aislamiento contribuye a que sea un puerto que se asciende de cuando en cuando, y por tanto tampoco ha sido transitado en tantas ocasiones a lo largo de la historia de la Grande Boucle. Queda por tanto, en mi opinión, descartado para ser nombrado el puerto más emblemático ascendido en la historia de la carrera francesa.

Restan por lo tanto dos candidatos al triunfo final. El puerto estrella de los Pirineos, el Tourmalet y el puerto estrella de los Alpes, el Galibier. Aquí el descarte no va resultar tan sencillo y utilizando un símil pugilístico nos vamos a tener que ir a los puntos.

El Tourmalet se ascendió por primera vez en el año 1910, en la ya legendaria etapa que atravesaba los Pirineos y que finalizó en Bayona. El Galibier no tuvo que esperar mucho más: se estrenó un año más tarde, en 1911. Por este lado no vamos a desempatar nada.

Si prestamos atención al número de veces que se han ascendido en el Tour, el puerto pirenaico cobra ventaja: 83 ascensiones por 59 del coloso alpino. Algunos podrán objetar que la cordillera alpina es mucho más amplia y ofrece más posibilidades, y dicha afirmación es cierta, pero una diferencia de 24 ascensiones más en favor de uno sobre el otro, no debe pasarnos desapercibida.

Vamos ahora con los datos del puerto. En cuanto a altitud, ambos sobrepasan con claridad los 2000 m, pero el Galibier recupera parte del terreno perdido, porque supera también con claridad los 2500 m (2115 m el Tourmalet por 2645 m el Galibier).

En lo que a dureza se refiere, las vertientes del Tourmalet (este y oeste) son bastante uniformes con coeficientes APM de 315 y 316. Las del Galibier (norte y sur) varían y son muy dispares. La norte obliga a pasar antes el puerto del Télégraphe, que es otra ascensión, pero que es inevitable realizar para llegar a Valloire y encarar la parte final del Galibier, motivo por el cual el puerto es un dos en uno, y la dureza de esta vertiente es terrible, con más de 2000 m de desnivel acumulado y un coeficiente APM de 456. Dos son las vertientes sur del Galibier que se unen en el Col de Lautaret antes de afrontar la única carretera que asciende al final del puerto. Estas vertientes son también dispares: la más sencilla la que comienza en Briançon con un coeficiente de 203, y otra muy larga y más complicada que nace Bourg-d’Oisans con 340 de coeficiente APM. De todo ello se desprende que no tiene nada que ver por dónde subas el Galibier para poder situarlo en cuanto a dureza: lo que gana por un lado lo pierde por otro. Así que en cuanto a dureza lo vamos a dejar en tablas.

Para emitir nuestro veredicto final nos quedaría una última cuestión a analizar: la belleza plástica de la ascensión y el trazado de la misma. Así como las cuestiones tratadas hasta ahora eran fácilmente cuantificables, medibles y comparables, este tema es completamente subjetivo, y ya depende de cada uno. Tratando en mi caso de ser lo más objetivo posible, me centraré en la parte que realmente me fascina en cada una de las vertientes de ambos puertos. El Tourmalet por el este no es bonito; si acaso desde la estación de esquí de La Mongie hasta la cima, pero son apenas los últimos 3,5 km. La vertiente oeste me parece fascinante de la segunda mitad en adelante, sobre todo en su trazado clásico, la hoy llamada Vía Fignon en homenaje al malogrado astro francés. El nuevo trazado me gusta bastante menos, es más práctico y la carretera es más ancha, más segura y seguro que hasta necesaria, pero ha perdido gran parte del encanto que sí tenía la vía clásica de toda la vida. De hecho y aunque la carretera está cada vez peor, siempre que subo por esa vertiente procuro hacerlo por la vía Fignon.

El Galibier por el sur es precioso en el tramo estricto del col propiamente dicho. Hasta el col de Lautaret es una carretera ancha, con tránsito y que no me atrae nada por cualquiera de sus dos vertientes, pero el panorama cambia radicalmente cuando tomamos los 9 km finales de desvío al Galibier. Por la vertiente norte, el Télégraphe no me gusta: es pestoso. Llegados a Valloire la ascensión al coloso va ganando enteros, pero es en los 8 km finales, concretamente desde Plan Lachat donde el panorama es grandioso y los más de 650 m de desnivel que nos restarán por completar una vez próximos a los 2000 m de altitud no dejarán a nadie indiferente.

Consultado el equipo habitual de ZIKLO y algunos de sus colaboradores más próximos, 11 personas en total, la respuesta no ha sido unánime. Todos hemos coincidido en que resulta muy difícil decantarse por uno u otro. Joserra Uriz ha introducido incluso un puerto que podría competir con ambos, añadiendo el col del Izoard al póker inicial que yo he propuesto: “Por historia y por paisaje (no por dureza), el Izoard estaría para mí al mismo nivel. Muchos campeones lo han coronado solos en etapas decisivas: Bartali, Coppi, Bobet, Koblet, Merckx. Bobet decía que un campeón debe de entrar solo en la Casse Dėserte. Si este reportaje se hubiera hecho en 1980, para mí, ganaba el Izoard. Pero en estos últimos 40 años, ha perdido fuelle”. Razón no le falta, pero es cierto que en los últimos años ha perdido mucha presencia en la carrera francesa.

En definitiva, el resultado final ha sido de 7 a 4 en favor del Galibier. Mi voto final y también con muchas dudas se ha decantado en favor del coloso alpino. Pese a que el Tourmalet se ha ascendido en muchas más ocasiones, en mi opinión pesan mucho los 2645 m de altitud y los más de 2000 m de desnivel de su vertiente norte. La primera vez que lo subí, allá por 1997, recuerdo que iba pensando que el puerto no era para tanto en cuanto a dureza, hasta que giré la curva de Plan Lachat y de pronto y en 100 m se me juntó todo lo anterior y pasé un auténtico calvario para llegar hasta la cima. Siempre digo también que el paisaje de las grandes ascensiones una vez que se superan los 2000 m de altitud cambia radicalmente y cuanto más tiempo estés por encima de esas altitudes más gana el puerto en belleza, en paisaje y en detalles a los que no estamos habituados. Tienes que ascender aún muchos metros en el Galibier una vez superada la barrera de los 2000 m. Por lo tanto, y con esto acabo la introducción, creo que en el artículo de hoy estamos hablando del puerto más emblemático de la mejor carrera del mundo, y eso no es poca cosa: un coloso se mire por donde se mire.

 

Un poco de historia

Cuenta la historia que el 20 de julio de 1910, víspera de disputarse la etapa del Tour de Francia entre Luchon y Bayona, el director de la carrera, Henri Desgrange, abandonó misteriosamente la carrera aduciendo una falsa enfermedad por miedo a las represalias que pudiera haber al día siguiente, ya fueran estas de los corredores, de la propia naturaleza, o incluso de algunos habitantes de la zona que no estaban invitados al paso de los forjados corredores: osos o lobos. Al día siguiente respiró aliviado: los héroes del Tour completaron la etapa y alcanzaron Bayona. El que Octave Lapize, vencedor de la etapa, primer corredor en pasar por el Tourmalet y posterior ganador final de aquel Tour de Francia le llamara “asesino”, y “criminales” a sus ayudantes, no impidió que para el año siguiente Desgrange pusiera sus miras en los Alpes y en alguna ascensión más imponente si cabe. Como diría Philippe Bouvet más adelante: “El Tour entraba en una nueva dimensión en el Galibier”

La carretera en sí, o alguna versión anterior de ella, se conocía y utilizaba desde hacía décadas y quizás siglos. El puerto del “Galaubier” aparecía a mediados del s. XVIII en el primer mapa completo de Francia de la Carte de Cassini y su nombre derivaba de “Galaubié” que en provenzal significa “barranco”. Más o menos en esa época, el príncipe español don Felipe y su ejército marchaban alegres y tranquilos hacia lo que pensaban que serían conquistas gloriosas al otro lado de los Alpes. Cuentan que tras escalar el Galibier, alcanzaron Valloire hambrientos y sedientos acabando en una hora con las provisiones de todos los habitantes de la comarca.

Durante el s. XIX siguió acarreando mala fama, cuando con el tránsito peatonal se expandió y se creó el primer camino propiamente dicho sobre la montaña. Los usuarios más activos en aquella época eran contrabandistas que se lucraban con la diferencia del precio de la sal entre la vertiente norte y sur del puerto. En esa misma época el entorno atrajo también a destacados botánicos seducidos por la vegetación reinante.

Originalmente el Galibier se pasaba a una altitud 89 m menor que la cima actual, concretamente a 2556 m, a través de un túnel de exactamente 365 m de longitud. Los problemas que este ocasionaba obligaron a construir la carretera por fuera, para alcanzar el paso a los 2645 m actuales. Emile Georget fue el primer hombre en coronar su cima en 1911: empleó 2 horas y 38 minutos en hacerlo desde Saint Michel de Maurienne. Cuentan que solo se detuvo dos veces, una de ellas para refrescarse en el río. No perdió su sentido de humor: “Si querían hacer un túnel en el Galibier, podían haberlo hecho desde abajo”. A otros no les hizo tanta gracia, entre ellos el ganador del Tour de 1911, Gustave Garrigou, que ofreció una sutil variación del vocablo “asesinos” empleado por Lapize el año anterior, llamando “bandidos” a Desgrange y sus ayudantes. Eugène Christophe, primero en su cima al año siguiente comentó que “ya no es deporte, no es competición: son simplemente trabajos forzados”.

Pero ya nada podía frenar a Desgrange que había encontrado su joya particular. El Galibier repitió prácticamente en todas las ediciones siguientes hasta 1939 inclusive, año en que todo se paralizó por la II Guerra Mundial. El director estaba entusiasmado y definió su inclusión como la joya de la corona. ¡Oh, Sappey!, ¡Oh, Laffrey!, ¡Oh, Bayard!, ¡Oh, Tourmalet!, escribió en su auto, resumiendo que todas las escaladas ahora parecían pequeñas en comparación con su nueva joya: “No eludiré la responsabilidad de afirmar que en comparación con este nuevo Gigante las otras ascensiones no son más que inofensivos bebés. Ante el Galibier solo podemos quitarnos el sombrero e inclinarnos”.

 

Por Rubén Berasategui

Fotos actuales: Andoni Epelde

Fotos historia: Archivo Tour

Altigrafías: APM

 

 

El col del Galibier

El Galibier propiamente dicho y como tal arranca por el norte en Valloire y por el sur en la cima del col de Lautaret (2057 m). Pero salvo que te suban en teleférico, helicóptero o coche, si uno quiere vencer al Gigante, necesariamente va a tener que superar antes otra ascensión: el Télégraphe por el norte, el Lautaret por el sur. Luego la ascensión por ambas vertientes va a ser un dos en uno.

Por el sur

La ascensión al Lautaret discurre por una carretera ancha, muy abierta y en perfecto estado. Es una subida de tránsito y bastante empleada para unir los valles de Romanche y Guisane. Las principales localidades serían Briançon por el este y Bourg-d’Oisans por el oeste. Nosotros hemos comenzado nuestras mediciones en Mönetier-les-Bains por la vertiente sureste y en Le Clapier por la vertiente suroeste. Entendemos que a partir de ambas localidades las pendientes comienzan a tener cierta entidad y ser reseñables.

De entrada, hay una diferencia más que notable entre estos dos modos de ascender al Lautaret y que motiva una importante diferencia de coeficiente global entre ambas. Por el este nuestra escalada comienza ya a una altitud considerable (1455 m) y el coeficiente global apenas supera los 200. Por el oeste, el desnivel a salvar, aunque sea en muchos kilómetros, es muy alto, pues su inicio da comienzo a 740 m de altitud, motivo por el cual nos vamos hasta los 340 que el coeficiente APM le otorga. Coronado el Lautaret a 2057 m tras dos ascensiones muy largas por ambas vertientes y en las que rara vez se supera el 7%, el desvío al Galibier cambia completamente la fisonomía del puerto, el paisaje, la anchura y hasta el estado de la carretera. Nos adentramos en una carretera de alta montaña, con un trazado singular que se hace camino a través de cumbres de mucha mayor altitud que el paso del puerto de montaña. Las pendientes aumentan, pero tampoco lo hacen de un modo notable salvo en el kilómetro final. Pero la combinación de altitud y de un asfalto que no ayuda nada, sobre todo comparándolo con el fino asfaltado del que venimos, incrementan la dureza de este tramo final mucho más de lo que supondría hacerlo en otras circunstancias. A todo esto, se le une que el kilómetro final es realmente duro, con una prolongada rampa que alcanza un 12% de pendiente y que se mantiene hasta la cima. Esto, unido al tiempo de escalada que llevaremos, hace que el final se le atragante a más de uno y que en el Tour hayamos visto a muchos corredores en problemas en estos metros finales.

Por el norte

La cara norte del Galibier ya es harina de otro costal. De entrada, el punto de inicio en Saint-Michel-de-Maurienne (712 m) ya obliga a un desnivel acumulado muy importante. Si a esto le sumamos que tras coronar el Télégraphe afrontaremos un breve descenso hasta Valloire nos hará perder altitud que luego habrá que recuperar, el desnivel global supera los 2000 m. El detalle de la distancia, afrontando estos casi 2100 m de desnivel en 30 km de ascensión, arroja una pendiente media en los tramos de subida del 7% para 30 km. ¡Pocos puertos pueden presumir de unos números así y más si cabe a altitudes superiores a los 2500 m! Ahora entiendo un poco más a Desgrange y la consideración y orgullo que sentía ante este Gigante.

Esta ascensión hay que tomársela con calma, paciencia y sobre todo cabeza. Hay que diseccionarla, trocearla. Ya sabemos lo que nos resta cuando en las mismas calles de Saint Michel encaramos las primeras rampas. No pensemos en la cumbre todavía: utilizando un símil montañero, vamos a ir llegando del campo base a sucesivos campos para completar nuestra escalada.

El campo 1 bien podría ser el col del Télégraphe que con sus 12 km al 7% ya constituye por sí solo, por números y por derecho propio, un puerto de 1ª categoría. Sin grandes rampas, sin grandes cambios de pendiente, es un puerto machacón y como he descrito en la introducción, algo pestoso. Las vistas al valle no son ni bonitas, ni claras. Además ascendemos encajonados, por una ancha carretera que está en perfecto estado (alguna ventaja tenía que ofrecernos). La clave aquí consiste en ahorrar fuerzas y dejar la mente en blanco: no pensar en lo que resta, sino en el camino que vamos haciendo.

Coronado el Télégraphe, nuestro campo 2 y sobre todo para coger moral será Valloire. Este paso de uno a otro será sencillo y sin gasto de energía si así lo queremos. El que vaya mirando el reloj que le dé duro a los pedales; el resto nos dejaremos caer por una pendiente amable que en ocasiones hasta nos obligará a pedalear, pues será un descenso de 5 km al 3% de pendiente media.

En las calles de Valloire, más grande de lo que pensaba cuando ascendí por primera vez el puerto, el Galibier reanudará la marcha con energía: rampas del 10% en una larga recta a la salida del pueblo y terreno duro, previo al paso por las localidades de La Ruaz y Les Verneys, estas sí, bastante más pequeñas que Valloire. De nuevo 3 km suaves y rectilíneos por el valle que nos invitan a forzar más de la cuenta. Conviene no fiarse: lo más duro está por llegar y el peaje se cobra de golpe, no por tramos. A la salida de Bonnenuit una dura rampa al 12% nos introduce en 3 km de más entidad, en realidad los más duros de lo que llevamos de puerto. El campo 3 está próximo y será Plan Lachat, si bien dicha localidad nos recibirá de forma amigable y amable, con pendientes suaves que nos darán un respiro tras el duro tramo desde la última localidad. El problema es que aquí hay trampa: a la salida de nuestro campo base 3 en una herradura a derechas que no olvidaré, todo el peso del puerto caerá sobre nosotros como una losa. Así de feliz me las prometía yo en 1997, pensando que la escalada estaba siendo hasta fácil. Al girar la herradura y encarar la dura rampa al 11% tras la vaguada pasada esta localidad, mis piernas de pronto me pesaron una barbaridad. Llevaba todo calculado, con un desarrollo máximo de un 39×26, había reservado sabiamente (pensaba yo) el 26 para los 4 km finales de puerto. Mi idea había sido subir con el 24 hasta ese momento y solo meter el 26 a mitad de este duro tramo final de 8 km que sabía me restaban. Fue ponerme de pie con el 24 en esta rampa seca y dura, sentarme en el sillín, y darme perfecta cuenta de que no tenía energías para seguir moviendo mi 39×24. Así que tuve que meter el 26, sabedor de que ya no había más balas en la recámara de mi desarrollo.

El campo 4 yo mismo me lo había fijado a mitad del tramo que hay entre Plan Lachat y la cima. Sabía que no iba a ver grandes cambios de pendiente en este tramo, y en realidad no los hay, pero me había marcado esa última referencia antes de pensar en el col final. Mis piernas pesadas dejaron de mover el desarrollo con alegría, cosa que venía haciendo hasta ese momento y el 26 era un tema de necesidad, no de jugar con el desarrollo. Noté la fatiga y el cansancio acumulado de golpe, sin previo aviso, sin síntomas que me advirtieran antes de que quizás en algún momento había ido demasiado alegre o me había tomado la cosa demasiado a la ligera.

Mi llegada al campo 4 fue un sufrimiento, y temí por el éxito de la empresa. Eso sí, embobado comencé a disfrutar del paisaje, de su trazado, de su belleza rodeado por tan imponentes montañas. Ese día lo tuve claro: el Galibier es bastante más que el Tourmalet si estamos hablando de subir ambos por su vertiente más dura. La cosa cambiaría si el Tourmalet se prolongara hasta el Pic du Midi, porque proyectos e ideas hay, y si finalmente ven la luz, quizás conviertan al Rey del Pirineo en el Rey de Francia, pero eso tendrá que esperar.

El tramo del campo 4 a la cima, fue menos doloroso de lo que pensaba, y no porque el puerto afloje, sino porque la mente ve cerca el éxito, huele la cima, y da un plus de energía y motivación que retroalimenta al organismo y a las piernas. Al encarar las rampas duras pasado Plan Lachat, temí porque sabía que las rampas finales, pasado el túnel que estaba aquel día cerrado, eran tan duras o más. Pensé que llegaría fatigado y que tendría problemas, pero mi cabeza y la adrenalina fueron unos aliados que en los momentos más complicados me dieron energía extra. Las vistas, encarando la parte final viendo lo ascendido, me impresionaron en aquel solitario y tranquilo viernes de agosto de 1997. Mi alegría arriba era inmensa, sabía que había conseguido un trofeo muy importante en mi currículum de puertos que por aquel entonces comenzaba su andadura. Era mi primer viaje alpino. Posteriormente ha habido más y repetí el Galibier por Valloire en 2007, y conocí su vertiente sur en 2013. Con otro nivel y más experiencia, afronté ambas ascensiones de otro modo, más osado quizás en mi forma de encarar el puerto, pero casi con la misma ilusión que la primera vez.