Del miedo a la euforia
Por Javier García Alonso
Fotos. Andoni Epelde
Es imposible describir lo que uno puede sentir al subir este coloso alpino, sin describir también las sensaciones que sentí antes de subirlo. Venía de un esfuerzo extremo tras subir el col del Iseran el día anterior y hoy comenzábamos la etapa subiendo Finestre, ¡casi nada!, con los temidos 8 km de tierra. Por ello tenía mariposas en el estómago, quizás un poco de miedo. Lo confieso: la noche anterior tenía mis dudas de cómo subiría este puerto. Aunque andamos habitualmente en bicicleta, estos esfuerzos están fuera de lo que yo suelo hacer habitualmente.
Pero llegó el día. Afortunadamente una mañana de sol radiante, cielo azul, que adornaba el valle donde está el pueblo de Susa y sus bosques que estaban verdes de verdad. Temperatura ideal, fresco. Los fantasmas se habían ido, me sentía ya animado y con ganas de subir este puerto. Tras el desayuno, todo preparado, en grupo nos dirigimos al pie del coloso.
No defrauda ni de inicio este puerto: ¡qué porcentajes! Pero la mañana es preciosa. Un olor maravilloso cuando entramos tras las duras rampas iniciales en el bosque. Noto bien las piernas, aunque con casi todo el desarrollo metido, lo que me hace comenzar a disfrutar de la subida. La ascensión por el bosque es espectacular. Se para el tiempo, ¡qué tranquilidad!, ¡qué fragancias! Poco a poco nos vamos separando, cada ciclista va quedándose en su sitio y en unos pocos kilómetros me quedo solo. Solo oigo mi respiración y las sensaciones de mi cuerpo.
La verdad que, aunque dura, la ascensión por el bosque es llevadera, aceptable asfalto, temperatura ideal, el sol que se intuye tras las hojas y con un silencio que ayuda a concentrarte, buenas sensaciones… Pero las cosas comienzan a cambiar tras salir del bosque: te das cuenta de la altura ganada y, aunque comienzas a ver un entorno maravilloso entre montañas, ves el fuerte en lo alto y te asustas por lo que queda todavía.
Empiezan a subir otra vez los porcentajes y las piernas comienzan a notar el esfuerzo. El entorno sigue siendo sin igual. Al ganar altura se aprecia el precioso el valle por detrás y se va intuyendo la cima por delante. Ya barrunto la tierra por los kilómetros que llevo y además ya no voy tan cómodo: que aparezca ya, por favor. De repente, tras pasar una casa, la tierra. ¡Pero si pensaba que estaba mas lisa!, ¡por Dios!
Una odisea para mí la tierra: la imaginaba más lisa. Poco a poco comienzo a pelear con ella y con el polvo, concentrado en cada pedalada, esquivando piedras, salvando los porcentajes, que no aflojan.
Tras un inicio duro con miedo por la bici, el paisaje se abre y se comienzan a ver las curvas finales y un paisaje maravilloso. De repente ya no hay dolor en las piernas: solo disfrutar y disfrutar, sentirme afortunado de poder estar aquí y que mis piernas me puedan llevar a la cima. Ya no me importa la bici ni las piedras: solo llegar a la cima. Ya me queda poco, tres curvas, veo coches en la cima y a mis compañeros, algunos llegando y otros que ya han llegado. Me siento fuerte y feliz. Estoy casi arriba después de dos horas y pico de esfuerzo. Miro para atrás y me quedo fascinado por el paisaje y por la perspectiva de la altura ganada.
Por fin llego. No se puede definir con palabras lo que uno siente tras llegar arriba: felicidad, paz, euforia. Se me ha olvidado de repente el esfuerzo y lo duro que era. Vuelvo a mirar para atrás tras bajarme de la bici y observo las curvas finales y la preciosa ladera con la perspectiva de haber ganado gran altura, la verde hierba y las montañas alrededor, todo adornado por el sol y el cielo azul… Solo puedo pensar en lo afortunado que soy por poder estar aquí.