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Historias y rutas

 

Con la cámara a cuestas

 

Por Ane Gabiria

Fotos: Andoni Epelde

 

 

Recuerdo la primera vez que pasé por Solude. El día anterior, estando en Alpe d’Huez esperando que llegara el Tour, vimos lo que parecía una carretera en la montaña de enfrente. Según terminó la etapa decidimos ir a «descubrirla». Subimos por un bosque que no nos dejaba ver lo que nos deparaba el camino. De repente, el bosque se abrió, los árboles desaparecieron y la tripa se me encogió. Los ojos dejaron de parpadear como si no quisieran perderse ni un segundo de aquel espectáculo. Teníamos el valle de Oisans a nuestros pies. Abajo, muy abajo. Sentía que un ojo quería mirar y el otro necesitaba que no lo hiciera.

Cuando hace unos meses me enteré de que volveríamos a pasar por allí en Alpes Gourmet Nomad Tour, me inquieté un poco. Me había gustado mucho aquel paso, pero me producía cierta angustia. Notaba ese punto de nerviosismo, nervios sin sentido, seguramente, pero a su vez, unas ganas locas de volver a pasar por allí, de sacar fotos y observar el paisaje con más calma.

¡Y por fin ha llegado el día! Nos adelantamos con la furgoneta y dejamos atrás la niebla con la que hemos despertado. La carretera es tan estrecha como la recordaba y nos cuesta encontrar un hueco para aparcar sin molestar. Los ciclistas aparecen a lo lejos. Se escuchan risas. Las lluvias de la noche anterior se cuelan por las rocas y han refrescado a más de uno. Esperamos a que se acerquen para inmortalizar sus caras, pero algo rompe esa magia. Se oye un zumbido y después otro. ¡Caen piedras! Corremos y nos resguardamos en la furgoneta. Los ciclistas nos adelantan, sin inmutarse, sonrientes. Avanzan a salvo al cobijo de la pared.

Aún con el susto en el cuerpo, entramos en un túnel y la oscuridad nos ofrece cierto sosiego. Parece que la roca nos ha tragado y solamente se oye la respiración de los que siguen pedaleando. Al fondo, una luz blanca y la silueta de dos ciclistas nos indican que en breve volveremos a asomarnos al abismo. Y a pesar de todo, solo tengo ganas de volver a salir y seguir saboreando este lugar. Un mirador con vistas excepcionales, el mejor pasillo por el que uno puede pasear.

La carretera, sinuosa, esconde una sorpresa detrás de cada curva. La roca se ha vestido de gala, con colores tierra brillantes, como si quisiera competir con las vistas y ganarse así todas las miradas.

Avanzamos al ritmo de los ciclistas. La entrada y salida de unos cuantos túneles más hace que todo se pase en un abrir y cerrar de ojos. ¡Una pena que dure tan poco! No sé si los ciclistas sentirán lo mismo, pero me queda la sensación de no haber sacado todas las fotos que nos ofrece este lugar. La verdad es que no hay apenas sitio para parar y la posibilidad de cruzarnos con otro vehículo y entorpecer a los ciclistas hace que tengamos que seguir subiendo. Aprovecho que voy de copiloto para sacar las últimas fotos desde la ventanilla. Siento la pared cerca, pero ahora ya la tranquilidad me acompaña. No ha sido para tanto. Solude me ha encantado mucho más que la primera vez. Me voy con una sonrisa y con ganas de más…

Y cuando menos me lo esperaba, Aurís ha sido toda una sorpresa. No creía que nada me asombraría tanto como Solude, pero las vistas desde el otro lado del valle son también impresionantes. Aprovechamos que baja un coche, para parar en una curva en la que la carretera se ancha lo justo y permite que se crucen dos vehículos. Enfrente el paso de Solude nos parece hasta bajo. Estamos bastante más altos y la sensación de vértigo es mucho mayor. Un pequeño muro que no me llega ni a la rodilla es la única protección que tengo entre la carretera y la nada. Vuelvo a sentir el nudo en el estómago, pero los ciclistas se acercan y algo me dice que tengo que subirme al murito para sacar mejor la foto. Trago saliva, me apoyo en la furgoneta y me refugio en mi cámara mientras disparo. «¿Qué haces ahí subida?», exclaman desde el pelotón y la verdad es que no lo sé ni yo. Solo disfrutar.

Sé que volveré. Volveré a asomarme desde estos balcones y, quién sabe, tal vez me atreva y lo haga encima de la bici, con la cámara a cuestas.