Si las montañas hablasen…
Buscando agradables sorpresas entre los puertos que he podido ascender, tenía claro que el dolomítico Colle de Erbe cumplía todos los requisitos y esta es una buena oportunidad para presentarlo “en sociedad”. Lo he subido varias veces y siempre me ha dado momentos especiales, de esos que no puedes evitar evadirte y dejar de pensar en ritmo, cadencias, velocidad… para perderte en el increíble mundo de las sensaciones y experiencias.
Siempre me había atraído el puertos desde que lo conocí siguiendo los consejos de un buen amigo italiano pero nunca había escrito nada acerca de él. Curiosamente fue hace un tiempo, volviendo de un viaje a Chile, a más de 10.000 m de altitud, y viendo desde la ventanilla del avión la majestuosidad de Los Andes, cuando me vino la inspiración. Con la mirada perdida en la grandeza de todo lo que me rodeaba, que al menos a vista de pájaro se mostraba sugerente y tentador. Cientos de kilómetros de moles montañosas que viven todo su esplendor en el mayor de los anonimatos. Solas, sin que casi nadie altere su paz, y con la capacidad de sorprender y atrapar el corazón de todo el que es capaz de acceder a ellas.
Trasladé lo que veía a mi terreno y vi que hay muchos puertos que curiosamente viven su grandeza en soledad. Alejados de la fama, de los ruidos, de la masificación; pero ahí al lado, a la vuelta de la esquina. Los Andes y el Erbe me han llevado a pensar en montañas en lugar de en personas y creo que ellas, también saben saborear su soledad.
Fama o anonimato, esa es la cuestión, porque la soledad es parte de su grandeza. Existen muchos puertos así, que están cerca pero lejos; escondidos, pero a la vista. Son en muchos casos puertazos, pero curiosamente sin gran fama. Eso sí, una vez que los conocen agradeces esa soledad que te ofrecen y pasas a formar parte de su secreto, deseando que sigan así, sin meter ruido y al alcance de tus pedales.
Estoy convencido de que si pudiesen hablar nos comentarían que quieren seguir así, no se sienten preparados para cambiar ni masificarse, son auténticos e íntimos: ese es su secreto.
Seguro que, pensando en esto, todos encontramos subidas cómplices, carreteras poco conocidas que te ayudan a encontrar tu camino, momentos para dejarte llevar, sentirte bien, darnos un pequeño homenaje.
Lo que tengo claro es que el Colle de Erbe, es uno de esos lugares que recomendaría a un amigo. La primera vez que lo subí fue una gran sorpresa. Había hecho anteriormente, desde la zona de Ortisei/Chiusa, parte de la subida, pero a la altura del Passo di Crocci Rosse, descendí a Bresanonne sin llegar a coronar. Me perdí lo más espectacular. Lo tenía pendiente hasta que, en uno de nuestros stages a Dolomitas, Angel Morales, una vez más, nos ayudó a que apareciese en el guión. En esa zona, siempre hay alguna etapa en la que nos gusta innovar y en aquella ocasión el Erbe fue el elegido para ser el protagonista. Llegamos a pie de puerto desde Val Gardena y Ortisei. A la altura de Chiusa, avisé al grupo: “Calma, que es un puerto larguísimo y tiene de todo: zonas sencillas, rampones, kilómetros muy duros… pero lo que tiene todo el puerto en común es la belleza de su entorno. Conectad con el puerto y disfrutadlo”.
Eran cerca de 30 km de subida y lo ascendí cerrando el grupo, a cola, disfrutando con todo lo que me rodeaba y perdido en mi mundo. Iba atento a lo que pasaba por delante. Me acercaba a uno, paraba junto a otro, pero cada vez que podía volvía a mi puesto en cola para mirar sin perder detalle y dejando como tantas veces que fuese el puerto el que hablase. El Erbe tiene tramos muy duros y a la entrada y salida de la localidad de San Pietro, vamos a tener un par de kilómetros de los que quitan el hipo; pero a partir de ahí, el puerto se hace generoso, llevadero, como queriendo abrirte las puertas para que disfrutes mejor de su tesoro.
La siguiente vez lo ascendí por la vertiente de Antermoia. Esta vez sabía a lo que iba. Estaba con un grupo que ya conocía Dolomitas, pero el Erbe no. Llevarlos era jugar con buenas cartas, y sentir ese placer que aporta dar a conocer cosas y ver que le gente se engancha a lo que ven y les cuentas. No os hablaré de porcentajes y números. En esta ocasión será la altigrafía la que hable por mí, pero está claro que sus números son los de uno de los grandes. El comienzo puede ser desde San Martino in Badia o Longega, ambas se unen en Antermoia. Nosotros lo hicimos desde la primera, en la que los dos primeros kilómetros son durísimos. Luego suaviza e incluso tenemos una bajada ates de llegar a Antermoia. Una vez más la entrada y salida del pueblo se las trae: carretera estrecha, muy pendiente; y desde ahí a la cima volverá a ser algo más llevadero. Aquel día lo bajamos por Bressanone: 30 km irregulares, en una ascensión que sería muy similar a la de Chiusa.
En su cima, curiosamente, hay espacio para todo: una buena explanada, un hotel/restaurante. Es un sitio habitual de salidas montañeras y hay amplitud más que suficiente para hacer un final de etapa.
Conociendo la filosofía del Giro, estoy seguro de que no tardará en finalizar ahí, pues hasta la fecha ha sido puerto de paso en tres ocasiones. Sería un premio, pero también un pequeño castigo ya que perdería su calma y la posibilidad de disfrutar de la soledad entre montañas. Creo que el Erbe es uno de esos lugares que está feliz de ser “libre”.
Si las montañas hablasen…
Por Jon Beunza
Fotos: Andoni Epelde
Altigrafía: Javi Fuertes, Josemi Ochoa, Franci García, Juanto Uribarri/APM