Muchos son los parámetros que revelan la magnitud de un puerto de montaña y, en nuestra opinión, solo de uno adolece este coloso astur. Pero no queremos empezar, precisamente, hablando de un puerto así por el único punto débil -si es que se puede denominar de esta manera- que se le puede achacar. Quizás, después de todo, ni siquiera sea un dato tan relevante.
Empecemos, mejor, ubicando el puerto dentro del Principado. No es novedad referirse a las bondades del “Occidente astur”: Pozo de las Mujeres Muertas, Connio, Acebo, Chao de Arqueira, El Palo, Valdeferreiros o Pelliceira, entre otros muchos puertos, suman belleza a raudales y dureza para regalar. Pues bien, el que se lleva la palma, en nuestra opinión, es el puerto (o alto, como suelen indicar los carteles en Asturias) de La Marta por Bustantigo, el que quizás sea -según hemos constatado entre nuestros colegas asturianos- el puerto de paso más duro de Asturias.
Un “puerto Tour”
Se trata, efectivamente, de uno de esos “puertos Tour”, que es la denominación que se da a los grandes colosos que por distancia, desnivel y pendiente suele emplear la carrera gala en sus etapas reinas. Para hacerse una idea de la dimensión que alcanza un puerto como La Marta, no hay nada como compararlo con otros puertos de la geografía internacional de similares características. Así, centrándonos en un par de ejemplos que son bien conocidos incluso por el lector profano en la materia, nos vamos a referir a dos colosos del Tour de Francia como son el col d’Aubisque y el de la Croix de Fer.
El primero, uno de los grandes clásicos del Tour de Francia, se ascendió hace unos años en esta carrera camino de Laruns por una variante que encadenaba tres altos de forma consecutiva: Bordères, Soulor y Aubisque. Casi 30 km de subida cortada por un par de descensos que salvan unos 1050 m de desnivel, como el coloso astur, aunque este lo supera en el acumulado. Un puerto más largo, más alto, igualmente irregular, pero carente de esos kilómetros vecinos al 10% que caracterizan los tramos de subida hasta el Alto de Bustantigo y que decantan la balanza en favor de La Marta.
El segundo, otro puerto que tampoco necesita presentación, ascendido por su vertiente sur (la de Rochetaillée y Allemond), cuenta, tras unos 6 km de falso llano, con un total de 24 km de subida interrumpida por dos descansillos. Aquí sí encontraremos kilómetros próximos al 10%, aunque menos de la mitad de los que habremos de afrontar en La Marta. Pese a los 1200 m de desnivel que supera la Croix de Fer, el acumulado sigue decantando la balanza en favor de nuestro puerto que, eso sí, se queda en la mitad de altitud prácticamente.
Si nuestras palabras no te convencen, quizás deberías plantearte el venir a comprobarlo en persona: avisados quedáis de que la empresa no será precisamente fácil cuando afirmamos que nos encontramos ante un auténtico “puerto Tour” asturiano.
Nervios antes de empezar
Desde el concejo de Villayón hasta el de Allande, por Lendequintana y Bustantigo, una estrecha carretera serpentea remontando los montes a base de fuertes y constantes pendientes. 25 km desde el inicio del ascenso en puente Polea -de los que prácticamente 12 superan el 9 % de pendiente media-, 1500 m. +/- de desnivel acumulado… incentivos que nos depara el camino hasta la cima de La Marta.
El inicio del puerto se sitúa en las inmediaciones del río Navia (que no llegamos a ver en ningún momento), en pleno Concejo de Villayón, allí donde la A-35, a su paso por el río Polea, encuentra una bifurcación hacia Lendequintana y Pola de Allande. Al tomar la salida atravesaremos de inmediato un puentecillo estrecho, punto en el que situamos el comienzo inequívoco del puerto.
Y es que desde el momento en que cruzamos el río Cabornel, de cuyas límpidas aguas da fe la presencia de truchas, la carretera se va a empinar sin dejar tregua hasta la salida de Lendequintana, a poco más de 5 km del río.
Si hemos comentado que el ascenso es irregular, nos referimos a la presencia de varios descansillos largos camino de la cima, con descensos bastante pronunciados, pero lo cierto es que cuando la carretera tiende a subir -sobre todo en los dos primeros tercios del puerto- lo hace de forma prácticamente constante, por medio de pendientes muy uniformes y, sobre todo, bastante elevadas: la burbuja de nuestro clinómetro tiene querencia a rozar la muesca del 10%, rara vez superándola, eso sí.
El buen firme permite rodar con facilidad -o no pone trabas, por mejor decir- y la pendiente estable facilita la adquisición de una cadencia estable, sin cambios de ritmo.
Acompasadas la cadencia y la respiración, nos quedan la paciencia y el disfrute. Para la primera veníamos mentalizados al estudiar los perfiles de nuestros colegas; pero para el segundo, por más que uno había leído sobre el puerto y sobre la zona, por más que nos habían contado, por más que habíamos revisado multitud de fotografías… para esto no estábamos realmente preparados.
Es difícil que algo para lo que te has generado unas grandes expectativas consiga estar luego a la altura de las mismas. Pues el de La Marta es uno de esos casos. Podéis hacer la prueba, si creéis que con nuestras palabras caemos en el halago fácil o nos dejamos llevar por una impresión errónea… son muchos ya los puertos que hemos transitado como para no darnos cuenta de que estamos ante uno fuera de lo común. Quizás la expresión francesa Hors Catégorie (“fuera de categoría”, que en España solemos denominar categoría especial) se ajuste como anillo al dedo para describir este auténtico puertarraco.
Metidos en harina
Conforme abandonamos las profundidades del valle, como siempre, toca gozar de una cada vez mayor perspectiva del mismo. Se trata, en efecto, de un puerto muy escénico.
La arboleda está presente en este inicio de puerto, aunque no especialmente tupida. Un ralo pinar nos permite ir contemplando la carretera a media ladera mientras zigzagueamos entre los pliegues de la montaña. Tras uno de estos giros, en un collado bosque arriba, aparecen las viviendas de Lendequintana. Casi imperceptiblemente, mientras nos acercamos, la inclinación va a suavizarse un poco, mientras la pendiente media de estos primeros 5 km se ha mantenido siempre por encima del 9%.
Lendequintana se distingue perfectamente entre huertas bien parceladas: muretes de piedra acompañan nuestro pedalear hasta que, por fin, alcanzamos la población. Flores, fachadas de negra piedra, techumbres de pizarra, algún que otro hórreo… todo el encanto de la Asturias rural condensado en unas cuantas viviendas.
A la salida del pueblo la pendiente nos da tregua, al fin, en forma de falso llano durante varios cientos de metros que nos van a saber a gloria.
Nuestro gozo en un pozo cuando ya pensábamos que encontraríamos el primer tramo de descenso y vemos que, al pasar junto al cruce de Bustefollado, la carretera se vuelve a empinar. Y nada de bromas: otro kilómetro al 9% de media, que parece ser que es lo mínimo que se despacha en este puerto… Increíble la facilidad con que la carretera se empina: una rampa mantenida al 12% y hasta el 13% es quizás el tramo más duro que hemos superado hasta ahora… Menos mal que la ansiada bajada llega, sí, al coronar un impresionante altillo con unas vistas de quitar el hipo.
En este altillo vamos a dar por concluida esta primera parte del ascenso que nos ha resultado cualquier cosa menos anodino.
Primer respiro ante la prueba de fuego
Bajando nos topamos con unas fuertes rampas y alguna peligrosa curva hasta el arroyo Baradoira. Al punto de cruzar el arroyo por un pequeño puente nos vamos a encontrar una herradura a izquierdas y la rampa más potente de todo el ascenso: hasta un 17% nos marcó nuestro clinómetro en este punto.
En efecto la primera rampa es el aviso del duro tramo que sigue. No, no habrá otra parecida, pero entre lo rugoso del asfalto y que la cuesta se va a situar en unos porcentajes elevados, nos vemos afrontando ya el que será objetivamente el más duro tramo de todo el puerto con 2 km que sobrepasan claramente el 10% de pendiente media.
Zigzaguea la carretera por la ladera, como veíamos desde el descenso previo, ofreciéndonos vistas hacia el interior y el exterior del barranco, a cada cual más hermosa. A fuerza de riñones salimos de este bostezo de vegetación y roca por una carretera que busca y encuentra el cielo en un nuevo altillo.
A por el Alto de Bustantigo
Tras el alto, descenso rápido camino de Bustantigo. Desde el Baradoira hemos abandonado el Concejo de Villayón para penetrar en el de Aller ya hasta la cima del puerto, por lo que Bustantigo pertenece ya a este último Concejo.
Nos disponemos ahora a remontar el valle del río del Oro, cuyo nombre no es casual, ya que obedece al hecho de que las montañas del valle estén repletas de los restos de antiguas minas auríferas de origen romano, así como de los vestigios de sus vías y castros. Las llamadas fanas (quizás de la raíz celta *fan “en declive, pendiente”) o freitas (variante astur-gallega de “flecha” con el significado de “brecha” o “hendidura” o directamente como sinónimo de fana) -incluso encontramos ambas a la vez en el posible tautónimo de la conocida Fana das Freitas en el vecino puerto del Palo- son los restos provocados por la técnica minera practicada por los romanos con la denominación de “ruina montium” y que se muestran a la vista claramente desde la carretera.
Al pasar por la población se acaba paulatinamente el descenso para retomar otro -no podía ser menos- duro tramo de ascenso. De nuevo para arriba. La pendiente va “in crescendo” hasta situarse nuevamente próxima al 10%.
Si nos referíamos al anterior como el “objetivamente más duro”, quizás hayamos de referirnos a este como el “subjetivamente más duro”. Motivos, varios: en primer lugar, porque este tramo se suma al anterior, con lo que conlleva de dureza acumulada; y en segundo lugar, porque vislumbraremos la carretera montaña arriba en distintos giros sucesivos que nos harán pensar erróneamente que estamos a punto de coronar el puerto… Esto último es mentalmente demoledor cuando a nuestro motor se le ha encendido el piloto rojo.
Y, sí, las pendientes, que se aproximan al 10%, también hacen su trabajo: tres eternos kilómetros a más del 9% de media nos restan hasta coronar el puerto de Bustantigo (“alto” casi siempre en las carreteras y mapas astures).
Si es duro el tramo, no es menos hermoso. El valle, luce sus mejores galas a nuestro paso… Quizás sean nuestros enamoradizos ojos, cautivos de un paisaje de excepcional belleza: la exuberancia de la montaña astur nos tiene completamente atrapados. Y con ella la soledad de la carretera y el silencio roto por el batir de alas de las rapaces que a nuestro lado remontan el vuelo despreciando nuestra insignificante presencia. Tan solo la presencia de los aerogeneradores en la cumbre de la montaña enturbian la magia del momento.
Precisamente los aerogeneradores habrán de servirnos de referencia, pues en la cumbre del puerto de Bustantigo nos pondremos a su altura. De esta manera procuraremos no dejarnos engañar por esos “falsos” altos que hemos mencionado.
La cima, perfectamente indicada por el cartel del puerto, la encontramos en cerrada curva a derechas y, al poco a la derecha, la entrada al parque eólico de Carondio y Muriellos. Llegados a este punto estamos en disposición de considerar el puerto como todo un categoría especial. Sin embargo, aunque media una bajada de más de 2 km y un buen tramo de falso llano, el añadido hasta el puerto de La Marta es demasiado tentador como para no incluirlo en la altigrafía.
Y la guinda del pastel
Así pues, lejos de darnos la vuelta aquí, nos dejamos caer hacia El Rebollo. Al igual que en los anteriores descensos, la pendiente en bajada vuelve a ser fuerte, por lo que la bicicleta gana velocidad sin que necesitemos impulsarla con nuestro pedaleo.
No obstante, la presencia de ganado en la cima nos hace ser precavidos en el descenso que tampoco cuenta con curvas malas salvo, quizás, a la salida de El Rebollo, un caserío de apenas un puñado de viviendas perteneciente a la parroquia de Santa Coloma, ubicado justo antes de llegar al puente que nos sitúa en el inicio del último tercio de este puerto.
Esta última parte del ascenso es la más llevadera de todas siempre, claro está, que no venga a soplar el viento para frenarnos. Recordemos que si hay un parque eólico en la zona, será por algo, ¿no creen?
En cualquier caso, tras pasar sobre el arroyo de La Cabra, a modo casi de despedida, un último kilómetro se eleva para torturarnos. Es cierto que veníamos viendo la carretera desde el descenso y nos parecía muy empinada (a veces esto no es más que una apariencia provocada por algún tipo de efecto óptico, según tenemos comprobado en infinidad de ocasiones), pero no pensábamos que fuera para tanto… Que el kilómetro en la altimetría apenas supere el 9% se debe a que se inicia aún en el descenso, porque si nos atenemos a la mera subida… seguro que está más próxima al 10% que al 9%.
Nótese además que a unos 300 m de coronar el repecho (en los mapas aparece como “Collado de las Labradas”), encontraremos una bifurcación. Nosotros giraremos hacia la izquierda por una nueva variante que, por si no teníamos bastante, se va a situar en un 12% constante, con alguna punta ligeramente superior. También podríamos seguir por la derecha, aunque añadiríamos unos cientos de metros más al puerto.
Al coronar el altillo, nuevo cruce. A la derecha nos señalan nuevamente el camino a Bendón (por donde una bellísima carretera empalma a fuerza de duras rampas con la subida al puerto del Palo), pero nosotros proseguiremos hacia el Puerto de La Marta.
Si tenemos la suerte de transitar por aquí en un día sin viento, lo que nos queda de ascenso nos parecerá una de las mayores gozadas. Es como la guinda que corona el pastel. Un premio a todo lo sufrido para llegar hasta aquí: un amplio valle surcado por las aguas del río Pumarín y una infinidad de arroyos que le confieren caudal se abre a nuestra derecha, cerrado de frente por la Sierra del Palo.
No falta mucho para que veamos la cima de La Marta, frente por frente. Las pendientes no llegan en este tramo ascendente ni al 4%: podemos beber, comer, levantar la mirada, buscar la cima del puerto, escudriñar el horizonte… todo en absoluta tranquilidad, sin el constante asedio del tráfico con que nos encontramos en otros puertos más afamados de la geografía astur.
En descenso llegamos al Collado de Santiellos, que ve nacer en su falda norte el río Navelgas, mientras que por esta descuelga un arroyo que irá a incrementar el caudal del Pumarín. Pero no lo atravesamos, sino que continuamos a la derecha para afrontar los dos últimos kilómetros de puerto. Cuando más velocidad podemos imprimir a nuestra bicicleta, menor es la necesidad de hacerlo y mayor la de detenernos a capturar una instantánea tras otra.
Desde el collado serán dos los kilómetros que nos resten hasta la cima, ambos por encima del 6%, aunque en absoluto nos lo pareció cuando los subíamos, acostumbrados quizás a subir por pendientes que merodeaban el 10% unos cuantos kilómetros atrás.
La carretera irá girando paulatinamente hacia la izquierda en su parte final hasta alcanzar el puerto, ubicado justo en una cerrada curva de herradura. La panorámica desde la cima vuelve a ser excepcional abriéndose hacia el este donde, valle abajo, se encuentra Pola de Allande, cuyas casas se adivinan en las verdes profundidades.
A la derecha, sale un camino balizado con la concha. Ello, junto con algún valiente peregrino -si ir en bici nos parece sacrificado, lo de ir a pie por estos lares lo ponemos en un nivel sin duda superior-, nos advierte de que estamos en zona de paso del Camino de Santiago, concretamente en la llamada “ruta de los Hospitales” o “Camino Primitivo”.
Ahora, para acabar, volvemos al inicio del texto. Decíamos que este puerto adolecía de uno solo de los parámetros que revelaban la magnitud de un puerto: el cartel de La Marta nos indica 1105 m, once por debajo de lo que marcan los sistemas topográficos más modernos. En cualquier caso, 1116 m. es poca altitud para tanto puerto (de hecho nos sorprende después de tanto y tan duro). He ahí lo único en que no puede compararse este coloso con sus colegas alpinos… A fe nuestra que no le hace falta.
Por Martín Cerván
Fotos: Andoni Epelde
Altigrafía: Juanto Uribarri, Josemi Ochoa, Javi Fuertes, Franci García/APM