París, 17 de octubre de 1995. La expectación es muy alta. Acaba de presentarse la próxima edición del Tour. El del 96 será un Tour de Francia más, pero no es un Tour cualquiera. Un record histórico y casi imposible de superar puede ser batido. Si todo discurre con normalidad, el próximo mes de julio en la línea de salida habrá un corredor que puede conseguir romper una barrera hasta ahora infranqueable y convertirse en el corredor más laureado en la historia de la carrera más importante del mundo, el Tour.
Tras la presentación, los periodistas esperan ansiosos las primeras impresiones del principal protagonista. Preguntas habituales: ¿cómo valoras el recorrido?; ¿qué es lo que más te ha llamado la atención?; vuelve la cronoescalada, ¿qué te parece? El respeto que la carrera francesa tiene por Miguel Indurain es muy grande. Una de sus etapas, quizás la etapa estrella, va a terminar en Pamplona, y surgen también muchas cuestiones al respecto. Pero hay un periodista que hila muy fino y pregunta a Miguel por un puerto en concreto que se sube en esa etapa. El por entonces desconocido puerto de Larrau, que hace frontera entre Francia y España y que introducirá al pelotón del Tour en España, y más concretamente en la provincia de Navarra.
“Miguel, ¿conoces Larrau?, ¿qué opinión te merece?
Su respuesta en aquel momento fue un tanto enigmática. “¿Larrau?, preguntadle a Pruden”
Y eso hemos hecho nosotros, quizás con demasiado retraso, pero pudimos charlar con Prudencio Indurain (Villava, 1968) para que nos desvelara de primera mano qué es lo que Miguel quiso decir con esa respuesta.
Historias sobre los hermanos Indurain hemos leído y escuchado muchas, pero como suele ocurrir con estos temas, unas cosas se magnifican, otras se cambian un poco, o mucho, dependiendo del mensajero. Anécdotas, sucesos…, algunas, y en función de los personajes en cuestión, pasan a ser pequeñas leyendas; otras no dejan de ser batallitas o pequeños chascarrillos.
Eso es precisamente lo que tratamos de narrar y contar, buscamos el nexo de unión entre un puerto y un ciclista con una historia de por medio. Puede que a veces esa historia se desarrolle en plena competición, pero no va a ser este el caso, pues la historia que vamos a narrar a continuación ocurrió en un entrenamiento, uno de tantos que habrán hecho juntos los dos hermanos a través de las solitarias y tranquilas carreteras navarras y que confluían con la frontera francesa a través del puerto de Ibañeta. Normalmente no llegaban tan lejos, pero aquel día Miguel le tenía reservada sin saberlo una sorpresa inesperada a Pruden. Y luego el puerto de Larrau se la tuvo reservada a Miguel y a todos los aficionados que descubrimos esta colosal ascensión en el verano de 1996.
Prudencio Indurain y el puerto de Larrau
Hoy en día pinchas en el buscador “col de Larrau” y acto seguido aparecen distintas altimetrías, fotografías y muchísima información al respecto. Pese a que el Tour de Francia sólo lo ha ascendido en dos ocasiones (la comentada de 1996 y en 2007). En el equipo de ZIKLO siempre lo hemos tenido en mente y ha sido destino de más de una aventura, pero ¿y su historia? Queríamos saber qué había detrás de aquella enigmática respuesta de Miguel aquel lejano día de 1995, y de paso conocer a Pruden Indurain, que como corredor siempre ha sabido estar en su sitio y esto a veces, siendo hermano de quien eres, no es tan sencillo.
Tuvimos una larga y agradable conversación con Pruden, pero centraremos este artículo en la pregunta: ¿Cuál es tu historia con Larrau, y por qué Miguel nos dijo a todos que te preguntáramos a ti?
De siempre habíamos escuchado que Miguel se preparaba el último mes para el Tour en la Selva de Irati, y que subía por esta carretera…, y luego estos puertos. Siempre nos han extrañado esas historias. Irati en aquel tiempo vete tú a saber cómo estaría. Ese laberinto de carreteras siguen siendo a día de hoy un misterio, pese a que muchas de ellas se han arreglado y presentan mejor estado. Pensar en que Miguel se metía allí hace 25 años y no salía de allá para preparar el Tour, fue algo con lo que siempre nos mostramos escépticos.
Pruden nos lo confirma. “¿Irati? Rara vez. ¿Esta u otra carretera? Jamás, quizás de pasada”.
Nos detalla un poco los recorridos habituales que solían hacer juntos.
¿Con eso era suficiente? – preguntamos
“Con eso, al ritmo al que íbamos, era más que suficiente”.
Un recorrido habitual y que repetían mucho era el de salir de casa y tomar dirección Roncesvalles por Erro, Mezquiriz, para subir Ibañeta y entrar en Francia. Bajar, y acto seguido por Saint Etienne de Baigorri subir Izpegi, descender a Elizondo y de ahí había dos alternativas. La primera era subir Belate y por tanto luego regresar por la general a casa (no solían subir Artesiaga porque estaba en mal estado). Lo malo de esta vuelta es que luego les obligaba a muchos kilómetros de nacional. La otra alternativa: llegados a Elizondo era tirar por Doneztebe y Saldías, endureciendo la parte final en kilómetros y desnivel.
Dejemos a Pruden que retome el relato sobre el día en cuestión: “No me acuerdo del año, tengo que mirarlo, lo tengo apuntado. Lo apuntaba todo: kilómetros, sensaciones, cómo había acabado. Lo miraré y te lo diré, pero era seguro sobre el año 94 o 95. Antes de que se presentara en el Tour. Recuerdo que luego fuimos en el 96, ya con todo el equipo, e hicimos la etapa entera, pero esto que te cuento fue anterior”.
“Aquel día recuerdo que nos salieron casi 300 km. No llevábamos comida y de agua íbamos justos. Conocíamos las fuentes de los lugares próximos y allí solíamos parar, pero de comida nada de nada. Al llegar al punto habitual bajando Ibañeta y donde solíamos coger dirección Izpegi, Miguel me dijo de tomar otra dirección: recordaba haber subido un puerto por esa zona en un Tour y que enlazaba luego con otro puerto que había descubierto observando unos mapas militares, a través del cual se volvía a entrar en Navarra y que luego podían por ahí regresar a casa. Sin aún empezar, Miguel rompe la rueda. Le doy la mía, y me dice que me vaya para casa, por el camino habitual. Hacemos un apaño y conseguimos solucionar en parte el problema. No totalmente, pero al menos en parte. Eso sí, voy con la rueda que me roza y me frena al subir”
El puerto del que habla Pruden y del que le estaba hablando Miguel no era otro que Burdinkurutzeta, el cual efectivamente se subió en el Tour de 1986 en la etapa que llegó a Pau y que acabó ganando Perico Delgado, escapado con Bernard Hinault. Una encerrona de etapa de las que aún se recuerdan. Catalogaron los puertos de la jornada de 1ª y 2ª categoría, ninguno como Especial, y claro, la gente se plantó allí con un 21 de piñón. Los puertos en cuestión eran Burdinkurutzeta, Bagargi, Ichere y el Marie Blanque. Igual no serían muy largos, pero ya sabemos hoy en día los porcentajes que estos puertos manejan. Luego sin saber muy bien dónde se metían, los dos hermanos empezaron a subir el terrible puerto de Burdinkurutzeta.
“Yo estaba alucinando. Pero ¿dónde estamos? ¿Qué es esto? Subimos y llaneamos un rato y volvemos a subir”.
Correcto: lo que hoy conocemos todos como la subida al Col de Bagargi o los Chalets de Irati.
“Llegamos arriba, y empieza una bajada terrible. Tuvimos que dar la vuelta a los tubulares y todo”. La primera vez que bajé Bagargi también me quedé estupefacto de lo que me encontré allá.
Retoma Pruden: “En esas condiciones volvemos a empezar a subir y llegamos a un pueblo”.
Eso es, estaban llegando al pueblo de Larrau, no por el lugar habitual, el albergue de Laugibar, sino por la carretera que sube al pueblo desde lrati. Puede que no sea tan duro el comienzo por aquí, pero la propina que llevan es que se han metido toda la subida a Bagargi desde St- Jean-de-Pied-de-Port, algo muy muy duro.
“Del pueblo empieza otra cuesta y mi recuerdo es que no podía subir. El piñón máximo que tenía era un 23, que es lo que se llevaba antes. Recuerdo que el 25 lo pusimos para el Mortirolo. Perdido, hambriento, con la rueda rota, pues pasé un auténtico calvario. Cuando por fin coronamos el puerto y vi el cartel de Ochagavía es cuando tomé conciencia de dónde estaba, y supe que aún restaban ¡100 km! para casa. Por si todo esto fuese poco, Miguel había quedado con un periodista y me trajo por aquellas carreteras que no son llanas (resalta lo de que no son llanas) a 60 por hora. Recuerdo que al llegar a casa todavía me salta y me dice: “doscientos noventa y pico kilómetros, no llega a trescientos”. Yo voy a apuntar 300 y me voy a quedar tan ancho, ¡sólo faltaba! – recuerdo que le dije”.
Menuda encerrona de etapa y no quiero pensar el ritmo final para cumplir con el periodista. No es difícil imaginar lo que fue aquella etapa para Pruden. A la terrible dureza de una jornada inesperada, se le une la incómoda sensación de no saber dónde te encuentras.
Le pregunto: “¿Cómo viviste la etapa de Pamplona, Pruden?”
“Al principio con tristeza. Todos soñamos con que Miguel llegaría a Pamplona vestido de amarillo y en olor de multitudes. Pero todo se fue torciendo en ese Tour y no hubo manera. Quizás lo primero no se dio, pero lo segundo sí que sucedió. Jamás he visto tanta gente agolpada en las carreteras: Kilómetros y kilómetros con banderas, pancartas de ánimo. Recuerdo la meta volante situada a 4 km de meta en la casa de mis padres y yo saludándolos. Piel de gallina”.
No fue como estaba soñado, pero fue muy bonito. Un día que también fue de triunfo (esto lo añado yo). Quizás no deportivo, pero sí recibieron otro tipo de reconocimiento, que no por habitual, deja de ser sorprendente, sobre todo ante la magnitud de lo que se vivió aquel día, y de la que muchos fuimos parte activa.
La cuestión ha quedado resuelta. Ya sabemos cómo fue la historia del encuentro y el descubrimiento de los hermanos del puerto de Larrau. Del dicho al hecho, una historia distinta a lo que nos habían contado, pero en esencia una bonita jornada de ciclismo y con gran parte de épica.
Una vez en casa, comprobamos la etapa que realizaron los hermanos Indurain. Finalmente, no fueron 300 sino 238 km. Está claro que a Pruden en esas condiciones se le hicieron muy largos. Al consultar Pruden la agenda, nos confirma que el año en que realizaron la etapa fue 1991, bastante antes incluso de lo que él mismo pensaba. Lo que sí recordaba con claridad 25 años después fue la sensación de estar perdido y de enfrentarse a algo que cada vez se hacía más duro. Toda una aventura la que los dos hermanos vivieron aquel día.
Por Rubén Berasategui
Fotos: Andoni Epelde