Despierta la primavera.
Oigo el canto de un verdecillo y un colirrojo que revolotean por encima de un fantástico campo de canolas teñido de amarillo.
Son cultivos de colza en flor, un regalo para los ojos.
Sabía que por estas fechas ya tenían que estar preparados ya que hacía algunos meses que no volvía por aquí con mi bici.
La última vez que vine a rodar por estos lares, los campos aún dormían su letargo invernal y yo ya estaba deseando volver para contemplar semejante fiesta de esta colorida estación.
Hace algunas semanas un amigo, ciclista, me comentó que las tierras empezaban a reverdecer y que el ciclo de la vida de nuevo, y como cada año, volvía a comenzar.
Vivimos en un país en el que podemos disfrutar con plenitud los cambios que suponen tanto en el hábitat como en los seres vivos el paso de las cuatro estaciones por estas latitudes.
Para los que saboreamos de nuestro deporte favorito al aire libre el poder sentir, ver, oler, respirar estos marcados contrastes en el paisaje con todos sus matices es un don que hemos de saber aprovechar y valorar.
La bicicleta nos permite viajar por las cuatro estaciones si se trata de hacerlo en actitud contemplativa.
Somos ante todo cicloturistas y si lo que pretendemos es emular a los ciclistas profesionales poco nos recrearemos con los descubrimientos que nos ofrece el paso del tiempo en nuestro entorno.
Ellos mismos lo reconocen. Cuando compiten, no ven nada. Intuyen que por donde pasaron debería ser muy bonito pero esto es su profesión y no están, ni tienen tiempo, para contemplaciones.
No es nuestro caso.
Podemos hacer de Vivaldis de la bici y vivir la primavera, escuchando el susurro de las plantas o el murmullo de las fuentes; el verano, esos meses en los que el calor nos produce cansancio, mientras respiramos lenta y profundamente, oyendo los cantos del cuco; el otoño, cuando es hora de cosechas y la calma empieza a invadir los bosques y montañas, con sus hojas doradas, preparándolos para la llegada del invierno, con sus fríos que nos harán moquear en nuestras salidas en bici, o bien nos dejemos amodorrar por el calor de hogar, aparcando la flaca hasta que los hielos rompan en nuestros puertos.
Porque nosotros también somos cuatro estaciones.
Igual que la vida misma, recobramos nuevos bríos cuando los días empiezan a alargar; es principio de temporada y salimos con ganas de comernos la carretera; maduramos, consiguiendo nuestra mejor forma para dar lo máximo de nosotros ascendiendo duros puertos, con los rayos de sol estivales; y decaemos como las hojas a finales de octubre, con suavidad, movidas por un ligero viento fresco que nos recuerda que el impávido diciembre está próximo y con él, los menos exigentes, colgaremos por un breve espacio de tiempo la bicicleta tomándonos un merecido descanso, cuanto menos, activo.
Será tiempo de reflexión, recuperación y planificación de nuevos proyectos.
De vuelta a mis campos amarillos, un espectáculo único para la vista.
No los tengo demasiado lejos de casa. Apenas una treintena de kilómetros. Los suficientes para, entre ir y volver, completar una bonita excursión pedaleando por estas fechas, a la búsqueda de poder fotografiar estos colores, impregnar mis retinas y dejar una impronta en mis recuerdos cicloturistas de paisajes inolvidables.
Me senté en una de las laderas de este idílico lugar frente al mar dorado por el sol.
Un buen rato.
No pude evitar el tumbarme, sintiendo el frescor de la hierba, dando gracias a esta pequeña reina que me había llevado hasta aquí.
Quedándome en casa no puedo esperar a que lleguen estos buenos momentos. Hay que salir ahí afuera a buscarlos.
A punto estaba de quedarme dormido cuando alguien me dijo:
-Este año se ven muchos así.
Aquel hombre mayor, de mirada serena y piel curtida por las labores del campo, me contó que no sólo en estas tierras sino también en otras muchas zonas de España.
Me dijo que estos campos de colza son utilizados como biocombustibles para luchar contra el calentamiento global y que la Unión Europea lleva unos años subvencionando estos cultivos.
Probablemente, este año muchos nos perdamos este momento y tendrá que pasar de nuevo un año entero para poder deleitarnos con esta fiesta de la naturaleza. No importa, sabremos esperar y juntos estaremos en la cresta de la ola.
Seguro.
Por Jordi Escrihuela
Fotos: Andoni Epelde