RECORDANDO A MARCO PANTANI
En cierta ocasión preguntaron a Marco Pantani si para prepararse para el Giro o el Tour solía acudir a subir puertos en los Alpes o en las Dolomitas. La respuesta del pequeño e inolvidable escalador italiano fue un tanto sorprendente: “¿Para qué irme tan lejos si con el Carpegna me basta (Il Carpegna me basta!)?”.
“En el Carpegna puse los cimientos de muchas de mis victorias” -confesaba Pantani. “No necesito explorar todas las grandes escaladas antes de un Giro o un Tour. Solo lo hice una vez. No, dos veces. Fui al Mortirolo y a Plan de Montecampione” (Pantani olvidaba que también lo hizo para conocer el San Pellegrino in Alpe antes del Giro de 1995). “Eso fue en coche y no me sirvió de mucho” -matizaba el Pirata. “Con el Carpegna me basta”.
Esa es la frase que escrita y pintada en el suelo se repite sin cesar cuando uno asciende el Monte Carpegna. Nunca se cronometró en la subida para desgracia de los seguidores de Strava, pues como él decía “me gusta escuchar lo que mi cuerpo y la montaña me dicen, nada más”. Además, rara vez llevaba agua o comida en sus recorridos entre su Cesenatico natal y el Carpegna que llegaban a alcanzar los 200-220 km. “Así me acostumbro a ir sin líquido” -solía decir. “Sólo necesito las cuatro fuentes que hay en el recorrido, una de ellas en el Carpegna”.
Si alguna vez le asaltaba el hambre, paraba en algún puesto de fruta y pedía una raja de sandía. Se quejaba cuando el frutero le decía que le invitaba o le prometía regresar al día siguiente con las monedas que le debía, cosa que cumplía invariablemente.
“He perdido la cuenta de las veces que he escalado el Carpegna entrenándome” –confesaba en más de una ocasión a algún periodista. “Diréis que soy un tradicional y quizás llevéis razón. Siempre entreno en las mismas carreteras y siempre empleo los mismos desarrollos, los que luego utilizaré en carrera”.
Naturalmente y hablando de Italia, hay muchas otras escaladas más próximas a su localidad natal que el propio Carpegna: Balze, Monte Fumaiolo, Centoforche… pero ninguna alcanza la dificultad del Carpegna. Pantani lo definió como un “mini Mortirolo”, el puerto que en su opinión era la más difícil de las escaladas italianas.
Las laderas del pueblo de Carpegna y su montaña hace un siglo estaban peladas. En tiempos de Mussolini se llevó a cabo un plan de reforestación, temerosos porque la erosión acentuada durante siglos amenazaba con corrimientos de tierra en los pueblos de la zona. En una primera fase se plantaron sobre todo pinos. Los abetos rojos, alerces, cedros y robles se añadieron más tarde.
El Giro ha escalado esta montaña en cinco ocasiones en su historia, siendo el primero en su cima el español Julio Jiménez en 1969. Si bien para muchos su bautismo llegó cuatro años después, el día en que el Giro puso rumbo a los Apeninos en su octava etapa escalando el Carpegna. Merckx fue el primero en su cima, y en sus diarios publicados años más tarde calificó la escalada como atroz: “Sus pendientes son igual de duras que las secciones más duras del Puy de Dome, solo que aquí son más prolongadas”. Repitió al año siguiente con Fuente coronando el puerto en primera posición y hubo de esperar 34 años para regresar de nuevo a la Corsa Rosa. No, no se puede afirmar que el Carpegna sea un puerto histórico de la ronda italiana. Y como no lo es, tampoco había una altigrafía fiable del mismo: quizás otro reclamo para acudir también a conocerlo. Por si la enigmática frase de Pantani no fuese suficiente, además es un BIG que nos faltaba tanto a Ángel como a mí. Solo faltaba buscar ese hueco en nuestras agendas y plantear un pequeño viaje a los Apeninos que nos permitió conocer los puertos de la etapa reina del Giro de Italia de 2009, la 16ª, con final en el Monte Petrano previo paso por el Nerone y Catria: 237 km de gran dureza.
Si bien en los días más claros y despejados desde las laderas del Carpegna se pueden intuir las montañas del Nerone o el Catria, no están cerca, de modo que nuestro asalto al puerto lo hicimos pernoctando en San Marino. El diseño de la etapa correspondió como siempre a Ángel, quien nos buscó y rebuscó carreteras solitarias, tranquilas, para evitar coches y que por tanto implicaron un perfil de dientes de sierra, con una dureza considerable ya que los dos primeros puertos que nuestro diseñador calificó de 3ª categoría, pese a tener poco desnivel, escondían rampas durísimas. “Es que hay terceras y terceras” –se excusaba Ángel.
El Carpegna lo cogimos a mitad de etapa, con las piernas ya calientes y los desarrollos testeados en esos aparentemente inofensivos puertos de paso previos. En el mismo pueblo de Carpegna se coge el desvío a esta irregular subida. Y ya os preparo de entrada para que estéis avisados de dónde os metéis.
Tras una primera pintada en la carretera con la frase “Il Carpegna me basta!, y la firma de Pantani debajo, cruzaremos por debajo de un arco. Para entonces la inclinación de la carretera ya es brutal con rampas secas y duras de hasta un 15% en esta bienvenida que el puerto nos ofrece. A partir de ese momento será imposible contar las veces que nos vamos a encontrar dicho mensaje pintado en la carretera. Junto con esas consignas habrá otras menos repetidas, como una enorme que hay pintada en un muro en la que dice la frase que ya hemos comentado: “En el Carpegna puse los cimientos de mis victorias”. No faltará tampoco alguna reseña al Giro de Italia de 1973 y a la escalada de Merckx. Comenzaremos también a ascender por una carretera estrecha y las herraduras vendrán marcadas en sentido decreciente siendo la nº 22 la primera que veremos. Aún restará mucho para llegar al tornante número 1.
El Km 2 es una sucesión de herraduras donde fácilmente perderemos la cuenta de las mismas, más concentrados en nuestro esfuerzo para afrontar y superar rampas durísimas. En ese kilómetro se alcanza la pendiente máxima del puerto, 18%. No sé por qué, pero tenía la idea de que el Carpegna era un puerto con una media alta (casi 10%) pero regular en pendiente. Nada más lejos de la realidad. En el Km 3 entramos tras un largo muro al 14%, al que sucede un tramo llano al llegar al camping o al “Il Cippo” como lo conocen algunos. Un cippo en italiano es un monumento de piedra, en este caso de aguja, que sobresale por la derecha a 1008 m de altitud y que Mussolini mandó construir para honrar la muerte por leucemia de su sobrino Sandro a los veinte años. No habremos superado aún este kilómetro, y tendremos que atravesar una barrera que nos evitará la presencia de coches en lo que nos resta de escalada. Los dos siguientes kilómetros son una tortura: van a rampas y su dureza es muy alta. Ahora entiendo las palabras del pirata calificando y comparando esta ascensión con el gigante de la Valtellina. Solo al final el puerto cede un poco en su inclinación, permitiéndonos recuperar nuestro aliento en los metros finales de la escalada. El puerto se abre completamente en su cima.
Y en ella una foto gigante de Pantani y un emocionante mensaje junto a la misma: “Este es el cielo del Pirata”. La altitud está algo inflada, pues los 1415 m corresponderán al monte, pero el collado se corona a 1366 m. Los 6 km finales de escalada, con sus rampas y sus descansos, arrojan una media del 10,5%. Exactamente lo que decía Marco, un “mini Mortirolo” en toda regla, al tener la misma media en la mitad de distancia, y rampas máximas similares.
En su cima, para alguien a quien la irrupción del Pirata le cogió en el momento en que con más pasión siguió el ciclismo (no digo que hoy en día no sea así, pero lo de aquella época es imposible de igualar), uno no puede sentir otra cosa que no sea lástima y una profunda pena. Pantani tiene sus detractores, pero estos se ven infinitamente superados por sus admiradores. Hay ciclistas que han ganado más que él, pero me atrevería a decir que solo Coppi y Bartali pueden competir con él en el recuerdo de los tifossi, por cuanto el ciclismo es un deporte que sigue levantando pasiones en el país transalpino. Hay algo que ha llevado a Pantani, con una carrera tan corta a sus espaldas y con victorias importantes pero muy concretas, a ese grado de mito. Y por supuesto que ese algo está ahí y os prometo que un día y desde ZIKLO nos encargaremos de detallarlo. Sirva como preámbulo la presentación del puerto donde forjó los triunfos que le llevaron a la leyenda. Porque si algo es Pantani a día de hoy, es eso, un mito, una leyenda. Estés donde estés, descansa en paz. Y que sirva este Monte Carpegna, como reza la pancarta en su cima, para ser el cielo en la tierra del inolvidable Pirata.
Por Rubén Berasategui
Referencias del libro «Ascensiones secretas de Daniel Friebe y Pete Goding»
Fotos: Angel Morales, Rubén Berasategui, Aitor Antxustegi
Altigrafía: Javi Fuertes/APM