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Historias y rutas

Toda una colección de puertos y nombres inmortales

 

 

Cuatro años antes que la gran carrera italiana por etapas nació otro Giro, el de Lombardía, que se disputa en un solo día. El que es hoy uno de los cinco monumentos del ciclismo mundial cogió tanto auge que ni durante la Primera Guerra Mundial fue interrumpido. “El primer clasificado llegó a meta a última hora de la tarde. Era una máscara de barro entre la que su rostro apenas podía distinguirse. Solo se podían ver sus ojos, brillantes de cansancio y quizás de fiebre. Se llamaba Giovanni Gerbi y aquel día 12 de noviembre de 1905 no era consciente del alcance de su empresa.” Así, traducido de un artículo de la Gazetta dello Sport (el diario organizador), se narra cómo fue la llegada del primer ciclista que inscribió su nombre de ganador en el palmarés de una prueba, que ha cumplido este otoño 113 ediciones (si no suma 115 es porque la Segunda Guerra Mundial sí que la detuvo un par de años). Para los italianos, ganar esa clásica del calendario es, junto con la Milán-San Remo, como tocar el cielo de las carreras de un día. En los primeros cincuenta años, solo arrebató la victoria a los trasalpinos un belga y algún que otro francés; como el controvertido Henri Pélissier, que se encumbró ganador en dos ocasiones, antes de apartarse de la competición durante la citada 1ª GM, en que también, en su caso sí, dejó de celebrarse el Tour. Pélissier, conocido por sus disputas con su tocayo Desgrange (el organizador de la gran ronda gala), a quien acusaba de tratar a los ciclistas como bestias de un circo, volvió para ganar otra vez “el Lombardía” en el año 1920, o sea, hace un siglo exactamente. Nunca sabremos si habría vencido más veces, de no ser por la Gran Guerra… Lo cierto es que solo “La Gioconda del ciclismo”, Alfredo Binda, (nacido en una población de la zona donde tiene lugar la carrera) y “La Garza del Piamonte”, Fausto Coppi, lograron, a la postre, superar al francés en victorias en esta prueba. No obstante, no es Pélissier el único no italiano con tres victorias en ella. El irlandés Sean Kelly (profesional seis décadas más adelante que la época de Pélissier) puede también presumir de tal éxito.

A partir de los años entorno al ecuador de la historia de la prueba, belgas y franceses, junto con los italianos, son quienes más primeros puestos han acaparado. ¡Ah!, y holandeses, como el último ganador, Bauke Molema. Hay alguna excepción puntual particular, como, por ejemplo, la del británico Tom Simpson, que ganó Il Lombardia dos años antes de dar sus últimas pedaladas en el Mont Ventoux. Por su parte, Joaquim “Purito” Rodríguez es el único español que ha conseguido ganar la llamada “clásica de las hojas muertas”. En dos ocasiones, y consecutivas (en ese dato igualó a Eddy Mercks), para remarcar su firma: la primera de ellas, en el año en que los organizadores recuperaron para el recorrido el temible Muro de Sormano, abandonado durante cincuenta años; la segunda, justo una semana después de un Mundial celebrado también en Italia (el de Florencia), que Purito tenía en la mano y se le escapó de entre los dedos en el último suspiro. Este año la carrera ha rendido homenaje a Felice Gimondi, fallecido recientemente y ganador de la prueba también en dos ediciones. Quien escribe asistió a la presentación del evento y fue invitado a pedalear por algunas de las arterias más representativas de su historia, como la subida al Ghisallo y la de Sormano. Lo he hecho como integrante de un press tour, compartiendo pedaladas y momentos con compañeros periodistas de Holanda, Alemania, Australia, Inglaterra y, por supuesto, Italia. Sin duda, es un lujo fusionar bicicleta y periodismo, pasión y profesión. Para la ocasión contamos, además, con un guía de primera categoría: Alberto Elli, ciclista profesional entre 1987 y 2002. Junto a él, su compañero de Lago Como Bike, Luca Molteni, quien, la noche anterior al asalto a las carreteras del Giro de Lombardía, me ha anticipado algo de las emociones que siente el amante del ciclismo, que llega en bicicleta al Santuario de la Madonna del Ghisallo. “Cuando llegues arriba, entra a la ermita: allí comprenderás qué es el ciclismo”-me dice Luca, en tono místico. Tal Madonna fue nombrada patrona universal de los ciclistas por el Papa Pío XII hace más de medio siglo.

 

La zona de los lagos de Como y Lugano es un entorno magnífico para disfrutar de los pedales, y si es en buena compañía y se puede aderezar la jornada con buena gastronomía, pues mucho mejor. Doy fe de ello. Amén de que se disfrutan escenarios de enorme tradición ciclista, y eso es algo que se respira. La parte decisiva del recorrido actual del Giro de Lombardía se desarrolla entre los dos brazos en que se divide la parte sur del lago de Como, las dos patas de una suerte de “Y” invertida, formada por ramales de agua dulce. La prueba este año comenzó en la capital provincial de Bérgamo y terminó en la de Como, pero en otras décadas la meta solía ubicarse en Milán, la capital de toda la Lombardía. En tiempos de Coppi y Bartali, la subida al puerto del Ghisallo era selectiva. Las bicicletas no tenían los desarrollos ni eran tan ligeras como tienen y son ahora. Entonces era una ascensión dura, polvorienta, a menudo embarrada, y llena de baches. Pero luego, con su firme remozado, empezó a ser complicado marcar diferencias importantes en ella. Aquello provocaba que, durante los años 50, fueran sprinters los que a menudo se adjudicasen la carrera, puesto que el Ghisallo estaba lejos del final y las escapadas no cuajaban lo suficiente. La organización del evento y el patrone Vincenzo Torriani querían evitar que eso siguiese sucediendo: querían espectáculo, es decir, más cuestas (y más duras) y más cerca de la línea de meta. ¡Y vaya si lo consiguieron! En 1960, 1961 y 1962 incluyeron en el recorrido un sendero asfaltado de casi 2 km con una pendiente media del 17% y alguna parcial del 25%. Hasta los mejores escaladores, con aquellas pesadas bicicletas de entonces, se veían en serios problemas en esas cuestas. Ilustres del pelotón echaron allí el pie allí a tierra: Raymond Poulidor, por ejemplo. A él no le empujaban tanto los tifosi, como a los italianos…

Partimos hacia las carreteras del Lombardía desde la orilla del lago de Lugano, donde estamos hospedados, en el Resort & Beach Parco de San Marco, muy cerca de la frontera suiza. El lugar que nos acoge se encuentra en la italiana lista de Luxury Bike Hotels, así que, en cuestión de atención al ciclista, estamos muy bien cuidados. Vamos pasando por pueblecitos llenos de encanto, y nos trasladamos en ferry de uno que se llama Cadenabbia a otro que se llama Bellagio. Al bajar del transbordador, comienza “la fiesta”. Algunos compañeros han optado por disfrutar de los paisajes con bicicletas eléctricas, otros vamos a afrontarlo sudando un poquito más. La grupetta -expresión de italiano origen, que para el caso nos viene como la cala al pedal- corona la ascensión a la Madonna del Ghisallo el día de la presentación de Il Lombardía 2019. Dicha presentación tiene lugar al lado del santuario, en el Ghisallo Cycling Museum. Antes de visitar el museo, me descubro ante los bustos de Fausto Coppi, Gino Bartali y Alfredo Binda, que custodian la entrada de la ermita-santuario. Entro a ella, me hallo solo en su interior durante algunos minutos. Admiro las bicicletas de Eddy Mercks, de Gianni Motta, del medallista de oro en Barcelona 92 (y nativo de Como) Fabio Casartelli… Instantes después, entra el amigo Luca para verme. Me observa, me ve mirando a las bicis y me expresa: “Fabio Casartelli y yo éramos muy amigos…”. Me impacta oír eso. Casartelli estaba a punto de cumplir los 25 cuando un accidente en una etapa pirenaica del Tour segó su vida. Permanezco en la ermita un rato más, emocionado con todo lo que me rodea. Cuando veo, junto a otros también muy especiales, uno de los maillots amarillos de Indurain en el Tour, recuerdo, agradecido, las tardes de verano que me regaló el gigante navarro allá por la primera mitad de los 90. Precisamente de aquellos años, compartirá con nosotros historias nuestro guía.

Alberto Elli corrió el Tour durante toda la década de los 90, coincidiendo con la época de oro de Miguel Indurain, y se despidió en la edición del 2000. Aquel año de despedida le trajo de premio un maillot amarillo de líder; lo lució en carrera durante cuatro días, hasta que el Tour llegó a Hautacam y hubo de cedérselo a Lance Armstrong, tras una etapa que ganó Javier Otxoa. Teniendo en cuenta que aquel maillot pasó a poder de Armstrong, puede decirse que Elli fue el último en vestir de amarillo en aquel Tour. De hecho, en la web oficial de la carrera francesa, en el apartado de “portadores de maillots” del 2000, el amarillo es de Elli desde la etapa 6ª hasta la 21ª. Hago buenas migas con él, primero en bici y luego tomando algún buen vino de la zona. Me cuenta historias varias y me habla de Indurain: “Dejaba hacer, dejaba a todos su espacio, sus ocasiones para irse por delante y ganar etapas… Indurain ha sido el “grande Signore”. Recuerdo un día en que una escapada estaba poniendo a Jalabert como virtual líder… Vimos a Miguel en apuros y todos quisimos ayudarle. Hombres de varios equipos empezamos a dar relevos para reducir distancias con la fuga. Era Indurain, lo hacíamos por él, pues él otras muchas veces había sido generoso con nosotros… -me cuenta el hoy residente a la orilla del lago de Lugano. “Esta es ahora mi morada” -nos dice cuando pasamos, subidos a las bicis, por la puerta de su casa. En aquel Tour de Francia de 1995, Elli era jefe de filas de las squadra MG Technogym, junto a Gianni Bugno, campeón de Italia de ciclismo en ruta esa misma temporada. La ONCE hizo un gran trabajo en aquella etapa con línea de meta en Mende, donde, por cierto, el año pasado ganó Omar Fraile. Jalabert ganó la etapa, pero ahí quedó la cosa. No había nadie tan fuerte como Indurain en las carreteras francesas desde que terminó la década de los 80, pero ahora que la carrera le había puesto en una situación delicada, había encontrado ayuda de sus propios rivales, por el respeto que se había ganado. En terreno tan especial como el del Giro de Lombardía, todo inspira a hablar de historias ciclistas: pasadas, presentes y futuras.

Es una gozada compartir momentos y pedaladas con quien participó en 11 Tours de Francia. Le pregunto qué victoria recuerda de forma especial y me contesta que, por ejemplo, la de la Vuelta a Murcia, porque además en el podio le acompañó Marco Pantani, en el año que “el pirata” ganó el Giro de Italia. Mientras el resto de la grupetta queda haciendo tareas periodísticas en Ghisallo, con Elli que nos vamos al Muro de Sormano un par de osados: un compañero de la Lonely Planet de Londres, un tipo muy en forma, y este que os lo cuenta, que pedalea como buenamente puede y no se ha visto nunca en una rampa semejante. “El secreto es no quemarse al principio, dosificad fuerzas” -aconseja Elli. Vamos viendo en el asfalto cómo está escrito cada metro de desnivel que vamos ganando, y cuando esas marcas se suceden muy rápidamente, intimidan. “Tras esa curva viene lo más duro, Óscar -me alerta Elli. “Vas bien, ¡aguanta!” Para mi alegría, resisto en pie sobre la bicicleta hasta la cima. Mi compañero inglés y yo lo hemos conseguido, y con Elli nos hacemos la foto de rigor para el recuerdo.

Luego deshacemos el terreno andado y volvemos a encontrarnos con el resto de la grupetta. En el lugar que nos espera para comer, el Hotel Il Perlo Panorama, Elli tiene expuesto su maillot amarillo del Tour. Vamos a verlo, antes de abalanzarnos sobre un estupendo plato de pasta, de los que tienen ese toque que solo en Italia saben darle. Después de escalar Sormano, la comida se disfruta de lo lindo. Siempre sucede cuando uno se baja de la bicicleta tras una buena ruta, pero quizá más cuando uno ha tenido la oportunidad de hacer rodar sus ruedas por lugares tan llenos de historia ciclista, y acompañado por quien puede contar tantas curiosidades de un mundo profesional que los aficionados solo podemos observar desde fuera… e imaginar. Me voy muy contento de Lombardía y prometo volver, quién sabe si no en bicicleta y con alforjas en el portabultos, que es otra forma de pedalear (de viajar pedaleando o de pedalear viajando) que a mí particularmente me enamora. Para mi sorpresa, cuando insinúo algo así a Alberto Elli, me dice que igual unos cuantos kilómetros le gustaría unirse a un lío de ese tipo. Tremendo compañero de aventuras sería: el ritmo no podría seguírselo pero, a buen seguro, en los avituallamientos con él me divertiría, como me divertí en estos ratos disfrutados en las carreteras del Giro de Lombardía, teniéndolo como guía. Si quien esté leyendo este artículo aún no conoce este singular rincón de ciclismo y tiene la oportunidad un día de hacerlo, de verdad, lo recomiendo.

 

Por Oscar Falagan