EDITORIAL
CICLISMO EN LA «ESPAÑA VACIADA»
Últimamente vivimos una moda de poner “nuevo nombre” a algo que ya existía y estaba perfectamente definido. En algunos casos puede ser un buen refuerzo para recordar algo que está ahí y no se le presta la atención que merece, aunque también hay veces que parece que el objetivo es llegar a rozar lo absurdo.
Uno de estos términos de moda es la “España vaciada”, algo totalmente real, consecuencia de nuestra “evolución” y de ese pensamiento de que en una ciudad todo es mejor. Más cómodo y con más vida social, sí, con más servicios y todo a nuestro alcance también, pero afirmar con rotundidad que mejor, no lo tengo tan claro y menos ahora que las nuevas tecnologías llegan a todas partes y nos ayuda a sentirnos más cercanos y protegidos. De todas maneras no seremos nosotros los que neguemos la evidencia de que vivir en algunas zonas es “duro”, y no todos “saben y pueden” llevarlo.
La “España vaciada” ha estado muy ligada a mi vida ciclista y reconozco que me ha dado muchas cosas buenas. De entrada, mis orígenes, me llevan a zonas rurales y eso es un factor que hace que muchas cosas te sorprendan menos y tengas más facilidad para llevarlo bien.
En nuestros viajes para reportajes, siempre hemos sido de los de alojarnos en lugar recónditos, tranquilos, evitando en la medida posible las ciudades. En esos sitios, nos sentíamos mejor y creo que además nos ayudaba a dar más personalidad al reportaje. En muchos de estas salidas he sido preguntón. Me gusta conocer experiencias e historias reales y esto ha hecho que haya tenido muchas conversaciones, de las que además he aprendido mucho. Gente desconocida a la que probablemente no vuelva a ver más, pero que me dieron pie a charlar y a descubrir “vidas diferentes”. Totalmente enriquecedor.
Ha habido muchos buenos momentos. Por contar alguno, me acuerdo de un reportaje en la zona de Teverga (Asturias). Decidimos alojarnos en un hostal en Páramo, en la subida al puerto de La Ventana. Una de nuestras etapas la acabamos en una pequeña aldea llamada La Focella. Bonita, cuidada, pero vacía. Al final encontramos a una mujer que daba de comer a sus gallinas. Entablamos conversación y al final nos invitó a su casa y con un buen café de puchero con leche y untando pan, empezamos a charlar. Tenía 75 años y era la única habitante permanente del pueblo, aunque el fin de semana si que subían algunos vecinos que conservaban huertas. Estaba enfadada, porque en invierno el pueblo se aislaba a veces por la nieve y ya no le dejaban quedarse allí y le obligaban a bajar a una residencia a Teverga. Su vida era dura, solitaria, pero era feliz.
Tengo otro gran recuerdo de la zona de Ancares donde estuvimos en Piornedo. Allí nos sorprendió su cuidado hotel. Estábamos solos y después de cenar me quedé hablando con el dueño. Creo que nos dieron las 3 de la mañana. Me contó que había emigrado a Barcelona. Allí él y su mujer habían sacado unos ahorros y decidieron volver a su tierra junto a sus dos hijos. Invirtieron todo su dinero en su precioso hotel. Estaba orgulloso, había cumplido un sueño, pero no sabía si sus hijos, que eran los que tendrían que llevar el negocio, pensarían lo mismo. Pasar de una gran ciudad a una pequeña aldea y de complicado acceso no es fácil. Mucha mezcla de sentimientos.
Teruel es otro de los sitios que hemos visitado y nos encanta. Sus pueblos casi siempre muy cuidados, son una señal de identidad. Allí hemos vivido muchas buenas experiencias, y en todas la hospitalidad de la gente ha ayudado. Hace poco, midiendo puertos y haciendo fotos en la zona de la sierra de Gudar, se nos echó el día encima. Había salido todo bien, pero eran casi las 5 de la tarde y nos “moríamos de hambre”. Era principio de primavera, un día entre semana y llegamos a un pueblo superbonito llamado Fortanete. Encontramos un bar y entramos. Allí 4 hombres jugaban su partida de cartas. No había nadie más. Parecía tarea complicada que nos sirvieran algo, pero enseguida nos atendieron y empezamos a charlar. Al final acabamos degustando lo que tenían: jamón, huevos, chorizo, cecina, todo de la casa. ¡Vaya manjares! La sobremesa charlando se alargó y os diré que no pudimos finalizar en bici ya que para cuando salimos ya no había casi luz.
Otra vez en Huesca, haciendo una ruta para fotos nos desviamos para visitar los restos de un pequeño pueblo que estaba abandonado. La imagen era un poco desoladora y una pequeña angustia empezó a recorrer nuestro cuerpo. Pensé en otra época, en esa plaza y calles llenas de vecinos en sus fiestas, en un día a día con presencia humana. Caer en el olvido es uno de los peores destinos.
¡Buff!, creo podría contar muchas historias…
Gracias a la bici he conocido buena parte de la España vaciada y estoy orgulloso de ello. He podido conocer a gente anónima que, sin buscarlo, ha acabado dándome pequeñas lecciones de vida. Personas y experiencias que hay que cuidar y no podemos dejar que se pierdan. En la vida, sin valores no somos nada. Ser un poco más humildes y dar valor a lo que somos y tenemos, puede ayudarnos mucho más de lo que creemos. Ver, oír, escuchar y aprender… así de sencillo.
Por Jon Beunza.
Foto: Andoni Epelde.