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Cada vez que salgo en bici, mi madre me recuerda lo tarde que empecé a montar. Tendría 10 años, fue una tarde de julio en Hondarribia. Ella, que estaba embarazada de mi hermana Cristina, se dejaba literalmente los riñones sujetando el sillín de la BH blanca. Me soltaba, daba yo dos pedaladas y me caía. Mamá estaba empeñada en que aprendiera a andar en bici de dos ruedas, yo no. La abuela Maite nos miraba desde el balcón. Mi madre se cansó, y yo le dije que iba a aprender a andar cuando a mí me diera la gana. A terco y cabezón no me gana nadie. Esa misma tarde, después de repetir mil veces lo de primero la pierna izquierda, impulsar y después la derecha, de decenas y decenas de golpes contra la pared porque no sabía frenar, conseguí andar por mí mismo. Después de aquella BH blanca, la que le subí el sillín hasta el cielo con el paso de los años, he tenido una Torrot BMX azul, una Razesa color plata fue mi primera bici de carretera. Luego vino una Contini, una Look, tres Pinarellos cuando empecé con las marchas -a dos les partí el cuadro- y ahora -en la madurez de la vida- monto una JEEM. La bici es una parte esencial de mi existencia, por afición y por profesión. Soy Luis Guinea, me dedico a contar cosas, soy profesor de futuros periodistas, y un cicloturista sufridor. Los que no tenemos del la genialidad estamos dotados de una fuente inagotable de constancia y una capacidad de sufrimiento de prueba de bombas. Pueden encontrarme en Diario de Navarra, donde escribo de ciclismo y de pelota, en la Facultad de Comunicación de la UN, en @luisgui2 o en www.luisgui.blogspot.com, allí cuento cómo pasa la vida. Seguro que aquí vamos a pasar buenos ratos. O, al menos, lo intentaremos.

Luis Guinea.