Vigías de un reino de fantasía
Todo ciclista que se acerca hasta Bormio lleva en su mente el anhelo de ascender al gran coloso del Ortlès, el emperador de los Alpes, Su Majestad Stelvio. Pero cuando ya lo has vencido por esta vertiente sur, o has coronado los bien cercanos Gavia y Mortirolo, quizás haya llegado el momento de buscar otros retos en esa zona alta de la Valtelina. Así fue como decidimos embarcarnos en la ascensión que, finalmente, más honda huella nos dejó en toda una semana dolomítica.
Desde el mismo centro de Bormio se pueden distinguir dos construcciones en lo alto de la montaña que parecen vigilar el paso de los aficionados al montañismo. Se ven muy diminutas, pero pronto te informan los lugareños de que se trata de las Torres de Fraele, las cuales controlan el acceso al valle homónimo y a los lagos de Cancano y San Giacomo que en él se encierran. Nos costó entender por dónde debíamos afrontar su ascensión, pero al final decidimos llevarnos por nuestro elemental sentido de la orientación, curtido en mil expediciones cicloturistas.
Así tomamos la carretera hacia el Stelvio para desviarnos en el Km 1, por el primer cruce a la izquierda hacia Premadio, antes de llegar a la carretera más transitada que lleva a Valdidentro y Livigno. El Stelvio quedará, pues, para otro día. ¡Qué error!, pensaréis algunos: nada más lejos de la realidad. Hasta la localidad de Premadio, casi 2 km de relajado pedaleo por el valle al pie del Monte de las Escaleras (Scale), al que vamos a enfrentarnos. Llegados al pueblo, atravesamos un puente donde la carretera se estrecha, y transitamos junto a la iglesia tras un par de curvas de herradura con alguna rampa al 10%, la más dura del puerto. Cruzamos de frente la mencionada carretera de Livigno en dirección al Lago Cancano y abordamos el kilómetro más exigente, con otros cuatro tornanti más. Luego continuamos adelante con preciosas vistas sobre el Valdidentro durante más de 2 km de trazado rectilíneo hasta un área recreativa que da paso a la zona más espectacular de este auténtico tesoro alpino. Al cruzarnos con la senda del Vino (de la Valtelina) y la Sal (tirolesa) entendemos que este puerto constituyó una zona de tránsito comercial desde la antigüedad.
Y ahora pisamos ya el primero de los 17 peldaños de unas escaleras de asfalto hoy, dicen que de madera ayer, que nos conducen con una pendiente muy regular al reino de fantasía de Fraele y sus lagos originados en el curso alto del Adda, afluente del Po. Otras tantas curvas de herradura remontan el que fue conocido como Barranco de los Muertos, por todos los soldados que por aquí murieron despeñados en las diversas batallas dirimidas en este paso fronterizo con la vecina Suiza, lugar de continuos enfrentamientos entre Bormio y diferentes pueblos invasores. Todavía hoy se cuentan historias de ecos temibles, gritos y gemidos, y ruidos de armaduras que resuenan durante la noche en toda la montaña.