Finalizada la amplísima curva que envuelve a la localidad de Murias nos desviaremos a mano derecha en forma de revuelta adentrándonos en la asfaltada pista de Pan do Zarco. Trazado ese giro la dureza de las primeras rampas nos da enseguida una idea aproximada de lo que nos aguarda si decidimos continuar. Si alguna de ellas ya supera con claridad el 15% por delante deberemos hacer frente a auténticas paredes del 20%, por lo que no nos queda otra alternativa que dejarnos de purismos y recurrir al desarrollo más suave que tengamos.
Hallaremos nuestro mejor aliado en la frondosa vegetación, que al menos nos aliviará del calor solar aunque, tras pasar al lado de una imponente y no menos bella peña vertical, el paisaje se irá abriendo para dejarnos la única compañía del matorral bajo. Nuestra pista va remontando el arroyo de Pan do Zarco, que es asimismo el nombre de la braña o alzada de verano a la que acuden anualmente los pastores de la comarca para el pasto de sus ganados. En ese lugar perdido encontraremos varias majadas, una pintoresca fuente y los restos de alguna vieja palloza.
Al quedar atrás la braña deberemos afrontar un selectivo kilómetro con rampas máximas del 16%, y darnos luego un ligero respiro en el siguiente tramo kilométrico, con una zona prácticamente llana poco antes de la Cruz de Cespedosa. Para entonces la suerte ya estará echada, aunque más nos vale no cantar victoria antes de superar los 2,5 km que nos faltan para la cumbre mientras vamos dibujando en la ladera la monumental Z que enmarca nuestra ruta.
Llegados a la cima intentaremos olvidar los sufrimientos padecidos con la contemplación extasiada de un panorama espectacular desde el Mirador de Balouta, al que se accede a nuestra izquierda tras un breve paseo de un par de cientos de metros. El nombre de dicho mirador no se presta a ningún tipo de engaño, porque nada más asomarnos a él, lo primero que se advierte, allí abajo, es el caserío del pueblo de Balouta. Sobre nosotros, a la derecha, el Pico Cuiña se yergue altivo desde sus casi 2000 m después de haber dominado buena parte de la ascensión, y en la ladera opuesta a la ascendida, el Valle de Ancares, por donde desciende el río Cuiña que riega la parte leonesa de esta comarca “donde el tiempo se detiene” para dejarnos atrapar por la Madre Naturaleza en eterno abrazo.