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Historias y rutas

LA NAVARRA EMBRUJADA

Por Jordi Escrihuela

Navarra es tierra de ciclismo pero también de brujas y akelarres.

Cuentan que estas tierras tienen un pasado embrujado donde en sus aldeas aún se oyen los ecos de un tiempo lejano, duro y oscuro, de miedos y conflictos, de rezos y plegarias, de cielo e infierno.

Entre la mitología y la realidad, la brujería fue aquí un fenómeno social durante los siglos XVI y XVII, cuando cientos de navarros y navarras acusados de poseer poderes sobrenaturales fueron perseguidos y condenados a la hoguera, torturados hasta que confesaran sus presuntas fechorías y finalmente quemados en las plazas mayores de los pueblos convirtiendo aquellos actos en auténticos circos.

Unas sesenta poblaciones navarras fueron visitadas por la Inquisición, lugares escondidos, propicios para akelarres (un lugar «larre», un personaje «ake») donde dicen se reunían para danzar, beber, comer y practicar sexo, adorando al diablo, hasta el amanecer.

Muchos de ellos eran denunciados por sus propios vecinos y el miedo se apoderaba de los habitantes de toda la región: cualquiera podría ser un brujo o una bruja. Las casas se protegían con flores secas del cardo para ahuyentar los malos espíritus convirtiéndose en todo un símbolo de protección del hogar en Navarra.

Se piensa que estas llamadas «brujas» (viejas, solitarias y pobres) buscaban en la naturaleza remedios a base de hierbas para combatir tanto las enfermedades físicas como las del alma.

Pero haberlas haylas.

Desde ZIKLO, tan amantes que somos del ciclismo y del turismo pero también de la geografía y la historia, quisimos desvelar estos pequeños y grandes misterios que aún transitan por estas carreteras configurando un recorrido único, duro y espectacular, siguiendo la ruta de la brujería en Navarra.

No es la única, pero sí imprescindible.

Así germinó la idea de la Ruta de los Akelarres, una quedada entre amigos, sin tiempos ni clasificaciones, para disfrutar de paisajes increíbles, saboreando kilómetros entre verdes praderas, donde pastan vacas, caballos y ovejas, y de las exigentes pero tremendamente bellas montañas de Iparralde.

Burguete, punto de partida de la primera persecución en bici de la brujería en Navarra.

 Auritz/Burguete y Orreaga/Roncesvalles fueron enclaves de gran actividad brujeril. Fueron numerosos los procesos y persecuciones, y es aquí en Burguete, junto a su iglesia, donde Jon (nuestro Torquemada navarro) ha concentrado a unos 40 inquisidores a pedales para iniciar la «caza» no sin antes poniéndoles en antecedentes y recordándoles que el licenciado Balanza condenó a la hoguera a cinco brujos de esta localidad.

Sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar en nuestra peculiar andadura, emprendemos la marcha atravesando un frondoso bosque o Sorginaritzaga (robledal de las brujas), lugar mágico que nos lleva, entre una espesa niebla, a conquistar Sorogain, la primera dificultad de una larga jornada, un suave ascenso rodeados de vacas y caballos que galopan a nuestro lado.

La mañana, que había amanecido fresca (11º) y con bruma, misteriosa, como si las brujas se hubieran conjurado contra nosotros para que no viésemos nada, se aclara, se abre el día y sale el sol, despejándonos un paisaje que no hay tinta verde en este mundo para describir tanta belleza. Un paraje sorprendente que nos alegra el corazón y nos llena de energía positiva para seguir adelante.

Iniciamos el descenso con cuidado, hay ovejas. La carretera se estrecha y el agua, en forma de pequeños torrentes gracias a las últimas tormentas caídas, brota de entre las piedras.

Contemplamos casas salpicadas en el paisaje, un cuadro pintado con muchas tonalidades de verde. Exclamaciones de admiración salen de los labios de muchos de nosotros y nos rendimos a la belleza de esta tierra en la que por fin nos podemos deleitar en toda su extensión. Y es que la pasión se agazapa tras cada epíteto. Hablamos de gozo, de alegría, de grandeza, de felicidad: somos pireneístas hasta la médula.

Ascensión a Lindux. Apenas llevamos una hora de caza de brujas y aún no hemos visto ninguna, pero lo que sí vemos es como algunos ya empezamos a retorcernos en las primeras duras rampas de este desconocido puerto que arranca desde las mismas casas del pueblo de Urepel, mientras el sol se vuelve a esconder entre las nubes.

La fuerte pendiente hace que se formen los primeros grupos. Vamos a buen ritmo. El barro se nos empieza a colar entre las ruedas cuando atravesamos algún incómodo paso canadiense. Vuelve a imponerse el sol mientras la niebla lentamente asciende por la carretera.

Las vistas siguen siendo un privilegio para nuestros sentidos. La temperatura sube con timidez hasta los 14º por el bosque encantado donde transitamos en este momento. Espectacular. Buscamos a Basajaun, el señor que habita estos parajes, o a la diosa Mari de los genios de la naturaleza, pero no los encontramos.

Pedaleamos en plena ruta de los contrabandistas y la niebla de nuevo se nos echa encima. Parece que nos quieran preparar una emboscada. La carretera es fantasmagórica.

 

 

Frontera, superstición y brujería

Lindux. Frío. Estamos en la muga con Francia, uno de los epicentros de la brujería en Navarra. En las cuevas y prados de este entorno se cuenta que Satán pactaba con sus fieles en los famosos akelarres.

Nosotros no estamos ni para pactos ni treguas y descendemos como almas que lleva el diablo por una estrecha pista de hormigón rayado que hace que alguno pinche. Todos esperamos no sea que desaparezca entre la niebla.

Entre cabañas de madera y una ligera lluvia mientras vuelve el sol a juguetear entre las hojas, llegamos a Ibañeta, lugar mágico del Camino de Santiago. Es curioso, pero existe una canción infantil catalana que dice «plou i fa sol, les bruixes es pentinen» («llueve y hace sol, las brujas se peinan). Muy apropiada.

No sabíamos si se estaban peinando o no, continuábamos sin ver ninguna, aunque alguna parecía sospechosa.

El descenso de este puerto es largo, muy largo, y acordamos que el punto de encuentro será Arnegi, pueblo fronterizo al que llegamos después de tres horas de intenso pedaleo. Y las que nos quedaban.  La temperatura ha subido bastante y ya alcanzamos los 19º.

Estamos reagrupados en el cruce definitivo, encima del frontón de pelota vasca de esta localidad y junto al mítico caserón situado en el desvío dirección Ondarolle y donde se desdobla la carretera: a nuestra izquierda, el tsunami de asfalto que se eleva por encima de nuestras cabezas nos muestra la primera rampa de la bella bestia Beillurti; si seguimos rectos, tal y como indica nuestra hoja de ruta de hoy, ascenderemos el no menos bruto Arnostegi, otro coloso que iniciamos con suavidad sus primeros kilómetros para luego afrontar una concatenación de cuestas, a cuál más dura, como escalones con mucho peldaño en los que hay que agarrar fuerte la bici y tirar de riñones.

Con buen desarrollo todo se puede subir.

Alternando muros salpicados en la montaña, ascendiendo entre verdes praderas, alcanzamos el Col de Elhursaro donde pedalearemos durante un buen rato por una «aérea» carretera, bordeando el collado de Urkulu y su torre-trofeo romana que erigieron aquí los romanos en el siglo I a.C. para celebrar la conquista de Aquitania, a 1423 m de altura.

Todos también celebramos nuestra hazaña de haber superado uno de los puertos más duros del Pirineo pero tenemos que seguir adelante pues la «caza» aún no se ha acabado, y entre elegantes caballos de raza Burguete y no tan refinados buitres devorando una pobre yegua iniciamos lo que parece ya el descenso hacia el cruce de Orbaitzeta, no sin antes haber afrontado alguna emboscada para que las piernas no pierdan la memoria de la dureza de estas pendientes.

Son las dos de la tarde cuando llegamos al desvío hacia Saint-Jean-Pied-de-Port. Descenso, curvas, calzada estrecha y excelentes vistas en la no menos conocida curva de herradura que hace de balcón natural de toda esta parte del Pirineo.

Parada obligada para contemplar un espectacular verde en el que parece que las brujas hayan echado un manto del color de la esperanza para que nos confiemos y nos adentremos sin temor en sus tierras.

Pero nosotros, sin miedo pero con mucho respeto, ya observamos nuestro siguiente objetivo del día cuando vemos serpentear en la montaña el repecho de Artaburu, retador y atractivo.

Iniciamos su ascenso en el famoso giro de 180º donde algunos tienen que descender algo para dar la vuelta, cambiar de desarrollo, meter todo, acoplarse a la bici y tirar para arriba con decisión para encarar la primera rampa de esta tremenda cuesta, que se las trae.

Aquí no vivirá el tío del mazo pero sí la bruja con la escoba que, remontando el collado, ya empieza a algunos a darnos fuerte en la cabeza. Ahora incluso hace algo de calor: la temperatura ha subido hasta los 20º.

Detrás de nosotros, y como no podía ser de otra manera, una C15 francesa de un pastor de la zona espera impaciente para adelantarnos. Alguien comenta que es el mejor vehículo para trabajar en estas tierras. Sin duda lo es.

La gente ya llega bastante tocada a la cuesta del 17% de Artaburu, el distinguido paso entre dos grandes rocas que cada uno afronta ya como puede. Ya queda menos.

Coronamos a las 15.30 horas y la temperatura ha descendido algo: 17º.

Brujos y sterrato: esto es «fusión»

 Nuestro recorrido transcurre ahora entrando en la Selva de Irati. Los susurros de sus frondosos hayedos, sus oscuros bosques, parecen querer transmitirnos los ecos de los temores a la hoguera de sus vecinos de hace siglos.

Un lugar de cultos paganos que nos acercarán a un mundo mágico y en el que nuestro inquisidor nos tenía preparada una gran sorpresa.

Iniciamos un tramo de sterrato que se acababa justo en el río Irati. ¿Y ahora qué? La pista forestal continuaba al otro lado, cruzando el arroyo, así que bicis al hombro y sorteando piedras, tierra y agua, damos un toque inédito a la imagen del cicloturismo… ¿por qué no?

Lo hacemos con cuidado, no sea que despertemos a las lamias, las bellas sirenas de río que enredan y enamoran a los hombres, atrapándolos y haciéndolos desaparecer para siempre.

Sin mucho tiempo para encantamientos, abordamos el sterrato y el gravel, que hacen las delicias del personal, disfrutando como niños, bordeando el idílico embalse de Irabia en plena selva sintiendo fuertes emociones, contemplando los bucólicos rincones a los que hemos podido acceder con nuestras bicicletas.

Burguete ya está cerca, pero antes del cruce dirección Roncesvalles, pedaleando ya por la estética y ondulada carretera de Garralda, de nuevo giro a la derecha y otra maravilla nos espera: cuatro kilómetros de estrenado sterrato antes de entrar en Auritz y dar por finalizada la marcha, entre abrazos, choques de manos y palmaditas en la espalda.

Habían pasado algunas horas desde que estos inquisidores, desconocidos algunos entre sí, se habían reunido para sentar los cimientos de esta pionera quedada y en este momento ya eran todos amigos. Gente que no se conocía y habían estrechado unos fuertes lazos de amistad a golpe de pedal persiguiendo mitos y creencias.

Este increíble bucle encadenando tres grandes puertos (seis dificultades, si añadimos el aperitivo de Sorogain y los postres en forma de tachuelas de Orión y Lapizea) ha nacido para crecer y quedarse entre nosotros.

También hay que valorar el aliciente de que esta ruta no se puede efectuar sin pasar por la Selva de Irati, último ingrediente de una intensa pócima compuesta por deporte, ocio, cultura, naturaleza y amistad que todos pudimos degustar para quedarnos completamente embrujados por esta tierra de ensueño.

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